¿Custodiamos bien nuestro corazón? ¿Lo custodiamos ante los continuos intentos del demonio de entrar en él y hacer allí su morada? Lo preguntó el Papa Francisco durante la misa celebrada en Santa Marta el viernes 10 de octubre por la mañana, al reflexionar sobre el pasaje litúrgico del evangelio de san Lucas (Lc, 11,15-26): "una historia triste", dijo, que comienza cuando Jesús expulsa a un demonio, "y termina en el momento en que los demonios vuelven al alma de la persona de la que habían sido expulsados".
Es una situación recurrente en la vida de todo hombre, porque, recordó el Pontífice citando el pasaje de san Lucas, "cuando el espíritu impuro sale del hombre, vaga por lugares desiertos buscando alivio, y al no encontrarlo, se dice a sí mismo: volveré a mi casa". Por eso el demonio, cuando encuentra el alma en paz, "va y toma otros siete espíritus peores que él, entran en ella y hacen su morada". Y así, "la condición sucesiva de ese hombre llega a ser peor que antes".
En efecto, explicó el obispo de Roma, el demonio no se descorazona jamás, "tiene paciencia" y vuelve continuamente, incluso "hasta el final de la vida", porque él "no deja lo que quiere para sí".
También Jesús experimentó esta realidad: en el evangelio de san Lucas se lee que "después de las tentaciones en el desierto", el demonio lo dejó en paz por un período, pero que luego "volvía continuamente". Y los demonios "le tendían trampas" hasta el final, hasta la Pasión, "hasta la Cruz", diciéndole: "Si eres Hijo de Dios... ven, ven con nosotros, así podremos creer". El Papa Francisco explicó que es lo que nos sucede también a nosotros cuando alguien nos tienta preguntándonos: "Pero, ¿tú eres capaz?". Por ello "Jesús habla de un hombre fuerte, bien armado, que monta la guardia de su palacio, monta la guardia de su casa", porque el corazón de cada uno de nosotros es como una casa. Y entonces, se preguntó el Pontífice, "¿monto la guardia de mi corazón?".
En efecto, es preciso "custodiar este tesoro en el que habita el Espíritu Santo, para que no entren otros espíritus". Y es necesario hacerlo "como se custodia una casa, con la llave". Por lo demás, dijo el Papa, en nuestras casas utilizamos "muchos medios de seguridad" para defendernos de los ladrones. ¿Hacemos lo mismo con nuestro corazón? ¿O dejamos "la puerta abierta"? Es necesario "vigilar", recomendó el Papa Francisco, porque el demonio, si bien "fue expulsado con el Bautismo, va a buscar a otros siete demonios peores que él y vuelve".
Por eso es necesaria una atención continua. Es indispensable preguntarse siempre: "¿Qué sucede allí", dentro de nosotros? "Soy el centinela de mi corazón?". El Pontífice sugirió que aprendamos de nuestra vida diaria: "¿Quién de nosotros, cuando está en casa, ya sea en la cocina, ya sea en el despacho, donde sea, y ve pasar a una persona que no conoce, se queda tranquilo? Nadie". Hasta tal punto que enseguida se dirige al desconocido: "¿Usted quién es? ¿Quién lo hizo entrar? ¿Por dónde entró?". También a nosotros nos puede suceder lo mismo. "Cuántas veces -destacó el obispo de Roma- entran los malos pensamientos, las malas intenciones, los celos, las envidias. Tantas cosas que entran. Pero, ¿quién abrió esa puerta? ¿Por dónde entraron?". Y si no nos damos cuenta a quién hacemos entrar en nuestro corazón, este "se convierte en una plaza por donde todos van y vienen". Falta la intimidad. Y allí "el Señor no puede hablar y ni siquiera ser escuchado".
Entonces sucede que, incluso si nuestro corazón "es precisamente el lugar para recibir al Espíritu Santo", sin la adecuada vigilancia "el Espíritu acaba en un rincón", como si lo encerráramos en "un armario". Y ahí el Espíritu está "triste".
Así pues, ¿cómo se puede evitar que ocurra esto? Para dar una respuesta, el Papa recurrió una vez más al Evangelio. Y citó una expresión usada por Jesús, "que parece algo extraña: "Quien no recoge conmigo, desparrama"". Partiendo de la palabra "recoger", el Papa Francisco explicó que es necesario "tener un corazón recogido", un corazón en el que logramos ser conscientes de lo "que sucede". En este sentido, es recomendable la práctica, muy antigua "pero buena", del examen de conciencia. "Quién de nosotros -se preguntó el Pontífice- a la noche, antes de terminar el día, cuando se queda solo" y en silencio, "no se pregunta: ¿qué sucedió hoy en mi corazón? ¿Qué sucedió? ¿Qué cosas pasaron por mi corazón?".
Es un ejercicio importante, una verdadera "gracia" que puede ayudarnos a ser buenos custodios. Porque, como recordó el Papa, "los diablos vuelven siempre, incluso hasta el final de la vida". Y para vigilar que los demonios no entren en nuestro corazón es necesario saber "estar en silencio ante nosotros mismos y ante Dios", para verificar si en nuestra casa "entró alguien" que no conocemos y si "la llave está en su lugar". El Papa concluyó diciendo que esto "nos ayudará a defendernos de muchas maldades, incluso de las que nosotros mismos podamos realizar". Porque "estos demonios son muy astutos" y capaces de engañar a todos.