Comentando la liturgia del día y el Evangelio de san Lucas (Lc, 12,35-38) en donde Jesús invita a sus discípulos a ser como los siervos que esperan vigilantes el regreso del señor de las bodas, el Pontífice preguntó: "¿Pero quién es ese dueño y señor, que viene de la fiesta de bodas, a altas horas de la noche?". La respuesta la da Jesús mismo: "Soy yo quien ha venido para servirte".
Jesús -lo confirmó también san Pablo en la Carta a los Efesios (Ef, 2,12-22)- es aquel que "vino a servir, no a ser servido". Y el primer regalo que hemos recibido de Él es el de una identidad. Jesús nos ha dado una "ciudadanía, pertenencia a un pueblo, nombre, apellido". Retomando las palabras del apóstol, quien recuerda a los paganos que cuando estaban sin Cristo estaban "excluidos de la ciudadanía", el Papa Francisco destacó: "Sin Cristo no tenemos una identidad".
Gracias a Él, en efecto, de estar divididos nos convertimos en un "pueblo". Éramos "enemigos, sin paz", aislados, pero Jesús "con su sangre nos unió". San Pablo es también la pauta para profundizar en este tema. En la Carta a los Efesios se lee: "Él es nuestra paz; el que de los dos pueblos ha hecho uno, derribando en su cuerpo de carne el muro que los separaba". Todos sabemos, recordó el obispo de Roma, que "cuando no estamos en paz con las personas, hay un muro que nos divide". Pero Jesús "nos ofrece su servicio de abatir este muro". Gracias a Él "podemos encontrarnos".
De pueblo disgregado, compuesto por hombres aislados los unos de los otros, Jesús con su servicio "nos acercó a todos, nos hizo un solo cuerpo". Y lo hizo reconciliándonos a todos en Dios. Así, "de enemigos" llegamos a ser "amigos" y de "extraños" ahora podemos sentirnos "hijos".
"Pero ¿cuál es la condición" por la que de "extranjeros", de "gente de la calle", nos han hecho capaces de llegar a ser "conciudadanos de los santos"? Tener la confianza -respondió el Papa- del regreso del señor de las bodas, de Jesús. Es necesario "esperarlo" y estar siempre preparados: "Quien no espera a Jesús, cierra la puerta a Jesús, no le deja hacer esta obra de paz, de comunidad, de ciudadanía; de más: de nombre". Ese nombre que nos recuerda lo que realmente somos: "hijos de Dios".
Por eso "el cristiano es un hombre o una mujer de esperanza", porque "sabe que el Señor vendrá". Y cuando esto suceda, aunque "no sabemos la hora", no querrá "encontrarnos aislados, enemigos", sino como Él nos ha hecho gracias a su servicio: "amigos, vecinos, en paz".
Por eso es importante, concluyó el Papa Francisco, preguntarse: "¿Cómo espero a Jesús?". Pero sobre todo: "¿Espero o no espero" a Jesús? Muchas veces, en efecto, también nosotros cristianos "nos comportamos como paganos" y "vivimos como si nada debiera suceder". Tenemos que estar atentos a no ser como el "egoísta pagano", que actúa como si él mismo "fuera un dios" y piensa: "yo me las apaño solo". Quien actúa de esta manera "acaba mal, termina sin nombre, sin cercanía, sin ciudadanía". En cambio, cada uno de nosotros se debe preguntar: "¿Creo en esta esperanza de que Él vendrá?". Y aún más "¿Tengo el corazón abierto, para sentir el ruido cuando toca a la puerta, cuando abre la puerta?".