Párrocos y laicos que tienen responsabilidades pastorales deben «mantener limpio el templo» y «acoger a cada persona como si fuera María», cuidando de no «dar escándalo al pueblo de Dios» y evitando transformar a la iglesia en un intercambio de dinero, «porque la salvación es gratuita». Es esta la recomendación que dio el Papa Francisco el viernes, 21 de noviembre, fiesta de la presentación de la bienaventurada Virgen María en el templo, durante la misa en Santa Marta.
«El gesto de Jesús en el templo» -que como escribe san Lucas en su Evangelio (Lc 19, 45-48) «se puso a echar a los vendedores»- según el Papa «es precisamente una ceremonia de purificación del templo». El pueblo de Israel «conocía estas ceremonias: muchas veces tuvo que purificar el templo al ser profanado». Basta pensar, recordó, «en los tiempos de Nehemías en la reconstrucción del templo». Estaba «siempre ese celo por la casa de Dios, porque el templo para ellos era precisamente la morada de Dios, era lo "sagrado”, y cuando era profanado, tenía que ser purificado».
Así, pues, «Jesús, en ese momento, hace una ceremonia de purificación» afirmó el Papa, confesando: «hoy pensaba cuánta diferencia entre este Jesús, celoso de la gloria de Dios, con látigo en mano, y ese Jesús de doce años, que hablaba con los doctores: ¡cuánto tiempo pasó y cómo cambiaron las cosas!». En efecto, «Jesús, movido por el celo de la gloria del Padre, realiza este gesto, esta ceremonia de purificación: el templo había sido profanado». Pero «no sólo el templo: con el templo, el pueblo de Dios profanado con el pecado tan grave del escándalo».
Al hacer nuevamente referencia al pasaje evangélico, el Pontífice destacó que «la gente era buena, iba al templo, no miraba estas cosas: buscaba a Dios, oraba». Sin embargo, «tenía que cambiar las monedas para realizar la ofrenda, y lo hacía allí». Es precisamente para buscar a Dios que «el pueblo de Dios iba al templo; no por esos que vendían». La gente «iba al templo por Dios». Y «allí estaba la corrupción que escandalizaba al pueblo».
Al respecto, el Papa recordó «una escena de la Biblia muy hermosa» que tiene también relación con la fiesta de la presentación de María: «Cuando la mamá de Samuel fue al templo, oraba para obtener la gracia de un hijo. Y murmuraba en silencio sus oraciones. El sacerdote, anciano, pobrecito, pero muy corrupto» le dijo «que era una borracha». En ese momento «sus dos hijos sacerdotes explotaban a la gente, explotaban a los peregrinos, escandalizaban al pueblo: el pecado del escándalo». Pero la mujer, «con mucha humildad, en vez de decirle alguna que otra palabra fuerte a este sacerdote, le explicó su angustia». Así, «en medio de la corrupción, en ese momento» estaba «la santidad y la humildad del pueblo de Dios».
Pensemos, prosiguió el obispo de Roma, en «cuánta gente miraba a Jesús que limpiaba el templo con el látigo». Escribe san Lucas: «Todo el templo estaba pendiente de Él, escuchándolo». Precisamente a la luz del gesto de Jesús, «pienso en el escándalo -afirmó el Papa- que podemos dar a la gente con nuestra actitud, con nuestras costumbres no sacerdotales en el templo: el escándalo del comercio, el escándalo de las mundanidades». En efecto «cuántas veces vemos que al entrar en una iglesia, aun hoy, está la lista de los precios: bautismo, tanto; bendición, tanto; intenciones de misa, tanto...». Y «el pueblo se escandaliza».
El Papa Francisco contó también un hecho que vivió de cerca: «Una vez, recién ordenado sacerdote, estaba con un grupo de universitarios y una pareja de novios que quería casarse. Habían ido a una parroquia, querían hacerlo con la misa. Y ahí, el secretario parroquial dijo: No, no: no se puede -¿Por qué no se puede con la misa? ¿Si el concilio recomienda hacerlo siempre con la misa? -No, no se puede, porque más de veinte minutos no se puede -¿Por qué? -Porque hay otros turnos -¡Pero nosotros queremos la misa! -Pero pagáis dos turnos». Así que «para casarse con la misa tuvieron que pagar dos turnos». Esto, destacó el Papa, «es pecado de escándalo». Y «sabemos lo que Jesús dice a los que son causa de escándalo: mejor ser arrojados al fondo del mar».
Es un hecho: «cuando los que están en el templo -sean sacerdotes, laicos, secretarios que tienen que gestionar en el templo la pastoral del templo- se convierten en especuladores, el pueblo se escandaliza». Y «nosotros somos responsables de esto, también los laicos: todos». Porque, explicó, «si veo que en mi parroquia se hace esto, debo tener el valor de decirlo en la cara al párroco», de lo contrario «la gente sufre ese escándalo». Y «es curioso», añadió el Papa, que «el pueblo de Dios sabe perdonar a sus sacerdotes, cuando tiene una debilidad, caen en un pecado». Pero «hay dos cosas que el pueblo de Dios no puede perdonar: un sacerdote apegado al dinero y un sacerdote que maltrata a la gente. No logran perdonar» el escándalo de la «casa de Dios» que se convierte en una «casa de negocios». Precisamente como ocurrió a «ese matrimonio: se alquilaba la iglesia» para «un turno, dos turnos...».
En el Evangelio, san Lucas no dice que «Jesús está enfadado». Jesús más bien «es el celo por la casa de Dios, aquí: es más que el enfado». Pero, se preguntó el Pontífice, «¿por qué actúa Jesús así? Él lo había dicho y lo repite de otra manera aquí: no se puede servir a dos señores. O das culto a Dios o das culto al dinero». Y «aquí la casa del Dios vivo es una casa de negocios: se daba precisamente culto al dinero». Jesús, en cambio, dice : «Está escrito: mi casa será casa de oración; pero vosotros la habéis hecho una cueva de bandidos». De este modo, «distingue claramente las dos cosas».
Así que «no se puede servir a dos señores: Dios es absoluto». Pero hay otra cuestión: «¿Por qué Jesús se molesta con el dinero?». Porque -respondió el Pontífice- «la redención es gratuita: la gratuidad de Dios». Jesús, en efecto, «vino a traernos la gratuidad total del amor de Dios». Por ello «cuando la Iglesia o las iglesias se convierten en negocios, se dice que la salvación no es tan gratuita». Y es justo «por eso que Jesús toma el látigo en la mano para hacer este rito de purificación en el templo».
La fiesta litúrgica de la presentación de María en el templo sugirió al Pontífice una oración. Al recordar que la Virgen entra en el templo como «mujer sencilla», el Papa Francisco deseó que esto «nos enseñe a todos nosotros -a todos los párrocos, a todos los que tenemos responsabilidades pastorales- a mantener limpio el templo» y «a recibir con amor a los que llegan, como si cada uno de ellos fuera la Virgen».