La grandeza del misterio de Jesús sólo se puede conocer humillándose y abajándose como lo hizo Él, que llegó al punto de ser «marginado» y ciertamente no se presentó como un «general o un gobernador». Los teólogos mismos, si no hacen «teología de rodillas», corren el riesgo de decir «muchas cosas» pero de no entender «nada». Ser humildes y mansos, por lo tanto, fue la sugerencia del Papa Francisco, en la misa del martes 2 de diciembre.
«Los textos litúrgicos que nos ofrece hoy la Iglesia -destacó el Pontífice- nos acercan al misterio de Jesús, al misterio de su persona». Y, en efecto, explicó, el pasaje del Evangelio de san Lucas (Lc 10, 21-24) «dice que Jesús se llenó de alegría en el Espíritu Santo y alabó al Padre». Por lo demás, «esta es la vida interior de Jesús: su relación con el Padre, relación de alabanza, en el Espíritu, precisamente el Espíritu Santo que une esa relación». Este es «el misterio de la interioridad de Jesús, lo que Él sentía».
En efecto, Jesús -continuó el Papa Francisco- «dijo que quien lo veía a Él, veía al Padre». Dice precisamente: «Sí, Padre, porque así te ha parecido bien». Y «nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre; ni quien es el Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar».
Al Padre, continuó el Papa, «sólo el Hijo lo conoce: Jesús conoce al Padre». Y así, «cuando Felipe fue hacia Jesús y dijo: "muéstranos al Padre”», el Señor le responde: «Felipe, quien me ve a mí, ve al Padre». En efecto, «es muy grande la unión entre ellos: Él es la imagen del Padre; es la cercanía de la ternura del Padre a nosotros». Y «el Padre se acerca a nosotros en Jesús».
El Papa Francisco recordó que «en el discurso de despedida, tras la Cena», Jesús repitió muchas veces: «Padre, que todos sean uno, como tú en mí y yo en ti». Y «prometió el Espíritu Santo, porque precisamente el Espíritu Santo es quien hace esta unidad, como la hace entre el Padre y el Hijo».
«Esto es un poco para acercarnos a este misterio de Jesús», explicó el Pontífice. Pero «este misterio no quedó solamente entre ellos, se nos reveló a nosotros». El Padre, por lo tanto, «fue revelado por Jesús: Él nos hace conocer al Padre; nos hace conocer esta vida interior que Él tiene». Y «¿a quién revela esto, el Padre?, ¿a quién da esta gracia?», se preguntó el Papa. La respuesta la da Jesús mismo, como dice san Lucas en su Evangelio: «Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a los pequeños».
Por ello «sólo quienes tienen el corazón como los pequeños son capaces de recibir esta revelación». Sólo «el corazón humilde, manso, que siente la necesidad de rezar, de abrirse a Dios, que se siente pobre». En una palabra, «sólo quien camina con la primera bienaventuranza: los pobres de espíritu».
Cierto, reconoció el Papa, «muchos pueden conocer la ciencia, la teología incluso». Pero «si no hacen esta teología de rodillas, es decir, humildemente, como los pequeños, no comprenderán nada». Tal vez «nos dirán muchas cosas pero no comprenderán nada». Porque «sólo esta pobreza es capaz de recibir la revelación que el Padre da a través de Jesús, por medio de Jesús». Y «Jesús viene no como un capitán, un general del ejército, un gobernante poderoso», sino que «viene como un brote», según la imagen de la primera lectura, tomada del libro del profeta Isaías (Is 11, 1-10): «Pero brotará un renuevo del tronco de Jesé». Por lo tanto, «Él es el renuevo, es humilde, es manso, y vino para los humildes, para los mansos, a traer la salvación a los enfermos, a los pobres, a los oprimidos, como Él mismo dice en el cuarto capítulo de san Lucas al visitar la sinagoga de Nazaret». Y Jesús vino precisamente «para los marginados: Él se margina, no considera un valor innegociable ser igual a Dios». En efecto, recordó el Pontífice, «se humilló a sí mismo, se anonadó». Él «se marginó, se humilló» para «darnos el misterio del Padre y el suyo».
El Papa destacó que «no se puede recibir esta revelación fuera, al margen, del modo como la trae Jesús: en humildad, abajándose a sí mismo». Nunca se puede olvidar que «el Verbo se hizo carne, se marginó para traer la salvación a los marginados». Y «cuando el gran Juan Bautista, en la cárcel, no comprendía mucho cómo estaban las cosas allí, con Jesús, porque estaba un poco perplejo, envió a sus discípulos a preguntar: "Juan te pregunta: ¿eres tú o tenemos que esperar a otro?”».
Ante la petición de Juan, Jesús no respondió: «Soy yo el Hijo». Dijo en cambio: «Mirad, observad todo esto, y luego decid a Juan lo que habéis visto»: o sea que «los leprosos quedan limpios, los pobres son evangelizados, los marginados son encontrados».
Resulta evidente, según el Papa Francisco, que «la grandeza del misterio de Dios sólo se conoce en el misterio de Jesús, y el misterio de Jesús es precisamente un misterio de abajarse, de anonadarse, de humillarse, y trae la salvación a los pobres, a quienes son aniquilados por muchas enfermedades, pecados y situaciones difíciles».
«Fuera de este marco -dijo el Papa- no se puede comprender el misterio de Jesús, no se puede comprender esta unción del Espíritu Santo que lo hace gozar, como hemos escuchado en el Evangelio, en la alabanza al Padre, que lo lleva a evangelizar a los pobres, a los marginados».
En esta perspectiva, en el tiempo de Adviento, el Papa Francisco invitó a rezar para pedir la gracia «al Señor de acercarnos más, más, más a su misterio, y de hacerlo por el camino que Él quiere que recorramos: la senda de la humildad, la senda de la mansedumbre, la senda de la pobreza, la senda de sentirnos pecadores» Porque es así, concluyó, como «Él viene a salvarnos, a liberarnos».