Dios es para nosotros como la mamá que nos canta con ternura la canción de cuna y no tiene miedo de hacer incluso el «ridículo» por cuanto nos ama. Por ello el Papa Francisco puso en guardia de la «tentación de cosificar la gracia», con una certeza: «Si nosotros tuviésemos la valentía de abrir nuestro corazón a esta ternura de Dios, ¡cuánta libertad espiritual tendríamos!». Y para vivir esta experiencia, durante la misa del jueves 11 de diciembre, el Papa sugirió leer el pasaje del profeta Isaías propuesto por la liturgia del día.
«El profeta Isaías -destacó inmediatamente el Pontífice- habla de la salvación, de cómo Dio salva a su pueblo, y vuelve a esa imagen, a esa realidad que es precisamente la cercanía de Dios a su pueblo».
«Es precisamente la cercanía de Dios a su pueblo lo que hace la salvación». Una «cercanía que avanza, avanza, hasta tomar nuestra humanidad». Y «en este pasaje -explicó el Papa Francisco- hay una cosa que tal vez nos haga reír un poco, pero es hermoso». En efecto, es «tan grande la cercanía, que Dios se presenta aquí como una mamá, como una mamá que dialoga con su niño: una mamá cuando canta la canción de cuna al niño y toma la voz del niño y se hace pequeña como el niño y habla con el tono del niño hasta el punto de hacer el ridículo si uno no comprende la grandeza que hay en ello».
«Cuántas veces -continuó el Pontífice- una mamá dice estas cosas al niño mientras lo acaricia». Y también «Dios hace lo mismo: es la ternura de Dios» que «están tan cerca de nosotros, que se expresa con esta ternura, la ternura de una mamá».
Esto «es la gracia de Dios», afirmó el Papa Francisco. En efecto, «cuando hablamos de gracia, hablamos de esta cercanía». Así, «cuando uno dice: estoy en estado de gracia, estoy cerca del Señor o dejo que el Señor se me acerque: ¡eso es la gracia!». En cambio, «nosotros, muchas veces, para estar seguros, queremos controlar la gracia, como si el niño dijese a la mamá: "Está bien, ahora te callas, déjame vivir, está bien, yo sé que tú me amas”». Y, por su parte, «la mamá sigue diciendo estas cosas, que causan risa, pero es el amor, el amor que se expresa así». Pues bien, «¿detiene el niño a la mamá? ¡No! Se deja amar, porque es un niño. Así como lo dice Jesús: el reino de los cielos es como el niño que se deja amar por Dios». Y «esto es la gracia».
El Papa Francisco, de este modo, puso en guardia sobre la «tentación de cosificar la gracia» que «tenemos muchas veces en nuestra historia y también en nuestra vida». Se trata de transformar «esta gracia que es una cercanía, una cercanía de las entrañas de Dios», en «una mercadería o en una cosa posible de controlar». Porque «nosotros queremos controlar la gracia». Y «así, cuando se habla de gracia, tenemos la tentación de decir: "Yo estoy en gracia”. Pero, ¿qué quiere decir?, ¿qué estás cerca del Señor? "No, tengo también el alma limpia, estoy en gracia”». Así, pues, «esta verdad tan bonita de la cercanía de Dios se desliza en una contabilidad espiritual: "No, hago esto porque esto me dará 300 días de gracia... Hago esto otro porque me dará esto, y así acumulo gracia...”». Razonando así la gracia se reduce a «una mercadería».
«En la historia -explicó el Papa- esta cercanía de Dios a su pueblo fue traicionada por esta actitud egoísta nuestra de querer controlar la gracia, de cosificarla». Como «ejemplo» el Pontífice indicó «los partidos en la época de Jesús». Comenzando por los «fariseos: para ellos la gracia estaba precisamente en hacer la ley, seguir la ley y cuando había una duda se hacía otra para que fuese más clara esa ley». Estaban también los «saduceos»: según ellos la gracia de Dios consistía en hacer «convivir políticamente el pueblo con los ocupantes y hacer pactos políticos». Otros eran «los esenios» que «eran buenos, buenísimos, pero tenían tanto miedo que no arriesgaban y se marcharon al monasterio a rezar». De este modo, «esa gracia que lleva hacia adelante, esa cercanía de Dios se convirtió en una clausura monacal en el monasterio, pero no la gracia de Dios». Por otro lado, en cambio, «los zelotes pensaban que la gracia de Dios fuese precisamente la guerra de liberación, las guerrillas de liberación de Israel». Y esta era «también otra forma de cosificar la gracia». Pero, reafirmó el Papa, «la gracia de Dios es otra cosa: es cercanía, es ternura». Y sugirió una «regla» que «sirve siempre: si en tu relación con el Señor no sientes que Él te ama con ternura» significa que «aún te falta algo, aún no has comprendido lo que es la gracia, aún no has recibido la gracia, que es esta cercanía».
El Papa Francisco quiso compartir una experiencia suya, recordando cuando, hace muchos años, se le acercó una señora diciéndole: «Padre, tengo que hacerle una pregunta porque no sé si debo confesarme o no». «El sábado pasado -continuó repitiendo las palabras de la señora- fuimos a la boda de unos amigos y se celebró la misa, y con mi marido decíamos: ¿está bien esta misa de sábado por la tarde? ¿Sirve? ¿Es válida para el domingo?». Al plantear la cuestión, recordó el Papa Francisco, «esa mujer sufría». Entonces «dije a esa señora: "El Señor la quiere mucho: ella se marcho de allí, recibió la comunión, estuvo con Jesús... Sí, esté serena, el Señor no es un comerciante, el Señor ama, es cercano”».
Y concluyó con un consejo práctico: «Hoy, si tenéis un poco de tiempo, en vuestra casa, buscad la Biblia: Isaías, capítulo 41, del versículo 13, siete versículos (Is 41, 13-20). Y leedlos». Para entrar de este modo más a fondo en la experiencia de «esta ternura de Dios», de «este Dios que nos canta a cada uno de nosotros la canción de cuna, como una mamá».