«Donde no hay misericordia, no hay justicia». Quien paga por la falta de misericordia es, también hoy, el pueblo de Dios que sufre cuando encuentra «jueces especuladores, viciosos y rígidos» incluso en la Iglesia que es «santa, pecadora, necesitada». Lo dijo el Papa el lunes 23 de marzo en la misa celebrada en la capilla de la Casa Santa Marta.
El Papa Francisco destacó inmediatamente que las lecturas propuestas por la liturgia -tomadas del libro de Daniel (Dn 13, 1-9.15-17.19-30.33-62) y del Evangelio de san Juan (Jn 8, 1-11)- «nos hacen ver dos juicios a dos mujeres». Pero, añadió, «yo me permito recordar otro juicio que se refiere a una mujer: el que Jesús nos relata en el capítulo (Lc 18, 0) de san Lucas». Así, pues, «hay tres mujeres y tres jueces: una mujer inocente, Susana; otra, pecadora, la adúltera; y una tercera, la del Evangelio de san Lucas, una pobre viuda». Y «las tres, según algunos padres de la Iglesia, son figuras alegóricas de la Iglesia: la Iglesia santa, la Iglesia pecadora y la Iglesia necesitada, porque las viudas y los huérfanos eran los más necesitados en ese tiempo». Precisamente por esto, explicó el Papa, «los padres piensan que sean figuras alegóricas de la Iglesia».
En cambio «los tres jueces son malos, los tres». Y, continuó, «me urge destacar esto: en esa época el juez no era sólo un juez civil: era civil y religioso, era las dos cosas juntas, juzgaba las cuestiones religiosas y también las civiles». De este modo, «los tres eran corruptos: los que condujeron a la adúltera hasta Jesús, los escribas, los fariseos, los que hacían la ley y también emitían los juicios, tenían dentro del corazón la corrupción de la rigidez». Para ellos, en efecto, «todo era la letra de la ley, lo que decía la ley, se sentían puros: la ley dice esto y se debe hacer esto...». Pero, destacó el Papa Francisco, «estos no eran santos; eran corruptos, corruptos porque una rigidez de ese tipo sólo puede seguir adelante en una doble vida». Tal vez precisamente los «que condenaban a estas mujeres luego iban a buscarlas por detrás, a escondidas, para divertirse un poco». Y el Papa quiso destacar también que «los rígidos son -uso el adjetivo que Jesús les daba a ellos- hipócritas: llevan una doble vida». En tal medida que «los que juzgan, pensemos en la Iglesia -las tres mujeres son figuras alegóricas de la Iglesia-, los que juzgan con rigidez a la Iglesia tienen una doble vida. Con la rigidez ni siquiera se puede respirar».
Refiriéndose en especial al pasaje del libro de Daniel, el Papa recordó que ciertamente «no eran santos tampoco ninguno de aquellos dos» que acusaron injustamente a Susana. Y precisamente «Daniel, a quien el Espíritu Santo mueve a profetizar, los llama "envejecidos en días y en crímenes”». A uno de ellos le dice también: «La belleza te sedujo y la pasión pervirtió tu corazón. Lo mismo hacíais con las mujeres israelitas, y ellas por miedo se acostaban con vosotros». En definitiva, los dos «eran jueces viciosos, tenían la corrupción del vicio, en este caso la lujuria». Y «se dice que cuando se tiene este vicio de la lujuria, con los años se hace más feroz, empeora». Por lo tanto, los dos jueces «estaban corrompidos por los vicios».
Y «del tercer juez -el del Evangelio de san Lucas que recordé hace un momento- Jesús dice que no temía a Dios y no le interesaba nadie: no le importaba nada, sólo le interesaba él mismo», afirmó el Papa Francisco. Era, en pocas palabras, «un especulador, un juez que con su trabajo de juzgar hacía los negocios». Y era por ello «un corrupto, un corrupto de dinero, de prestigio».
El problema de fondo, explicó el Papa es que estas tres personas -tanto el «especulador» como «los viciosos» y los «rígidos»- «no conocían una palabra: no conocían lo que era la misericordia». Porque «la corrupción los conducía lejos del hecho de comprender la misericordia», de «ser misericordiosos». En cambio «la Biblia nos dice que en la misericordia está precisamente el justo juicio». Y así «las tres mujeres -la santa, la pecadora y la necesitada- sufren por esta falta de misericordia».
Pero eso es válido «también hoy». Y lo toca con la mano «el pueblo de Dios» que, «cuando encuentra a estos jueces, sufre un juicio sin misericordia, tanto en lo civil como en lo eclesiástico». Por lo demás, precisó el Papa, «donde no hay misericordia no hay justicia». Y así «cuando el pueblo de Dios se acerca voluntariamente para pedir perdón, para ser juzgado, cuántas veces, cuántas veces, encuentra a uno de estos». Encuentra «a los viciosos», por ejemplo, «que están allí, capaces también de tratar de explotarlos», y este «es uno de los pecados más graves». Pero encuentra lamentablemente también a «los especuladores», a quienes «no les importa nada y no dan oxígeno a esa alma, no dan esperanza: a ellos no les interesa». Y encuentra «a los rígidos, que castigan en los penitentes de lo que esconden en su alma». He aquí, entonces, «a la Iglesia santa, pecadora, necesitada, y a los jueces corruptos: sean ellos especuladores, viciosos o rígidos». Y «esto se llama falta de misericordia».
Como conclusión, el Papa Francisco quiso «recordar una de las palabras más bonitas del Evangelio, tomada precisamente del pasaje de san Juan, que me conmueve mucho: ¿Ninguno te ha condenado? -Ninguno, Señor. -Tampoco yo te condeno». Y precisamente esta expresión de Jesús -«Tampoco yo te condeno»- es «una de las palabras más hermosas porque está llena de misericordia».