El Papa Francisco recordó a Benedicto XVI en el día de su octogésimo octavo cumpleaños. Y por el Papa emérito ofreció la misa que celebró el jueves 16 de abril, por la mañana, en la capilla de la Casa Santa Marta, invitando a los presentes a unirse a él en la oración «para que el Señor lo sostenga y le done mucha alegría y felicidad».
En la homilía, el Pontífice hizo referencia al tema de la obediencia, un tema puesto de relieve por la liturgia del día. Y citó inmediatamente las últimas palabras del pasaje del evangelio de Juan (Jn 3, 31-36): «El que no crea al Hijo no verá la vida». Refiriéndose a la primera lectura (Hch 5, 27-33), el Pontífice recordó también el momento en que «los apóstoles dijeron a los sumos sacerdotes: hay que obedecer a Dios antes que a los hombres».
«La obediencia -explicó el Papa Francisco- muchas veces nos conduce por una senda que no es la que yo pienso que debe ser: existe otra, la obediencia de Jesús que dice al Padre en el huerto de los Olivos "que se cumpla tu voluntad”». Obrando así, Jesús «obedece y nos salva a todos». Por lo tanto, debemos estar dispuestos a «obedecer, tener la valentía de cambiar de camino cuando el Señor nos lo pide». Y «por ello quien obedece tiene la vida eterna; y quien no obedece, la ira de Dios permanece en él».
Precisamente «en este marco», afirmó el Pontífice, «podemos reflexionar sobre la primera lectura», más precisamente sobre el «diálogo entre los apóstoles y los sumos sacerdotes». Una «historia que había iniciado poco antes, en el mismo capítulo quinto de los Hechos de los apóstoles». Así pues, retomando el tema, «los apóstoles predicaban al pueblo y con frecuencia se reunían en el pórtico de Salomón. Todo el pueblo iba allí a escucharlos: hacían milagros y el número de los creyentes crecía». Pero «un pequeño grupo no se atrevía a unirse a ellos por temor, estaban lejos». Sin embargo, afirmó el Papa, «también de los sitios vecinos, de los poblados vecinos, llevaban a los enfermos a las plazas, en camillas, para que al pasar Pedro, al menos su sombra, los cubriese un poco y los curase. Y se curaban».
Y así, continúa la narración de los Hechos, «los sacerdotes y el grupo dirigente del pueblo se enfureció»: de hecho tenían «muchos celos porque el pueblo seguía a los apóstoles, los exaltaba, los loaba». Y así dieron orden «de meterlos en la cárcel». Pero, continuó Francisco, «por la noche el ángel de Dios los libera, y no es la primera vez que hará esto». Por eso cuando «por la mañana los sacerdotes se reúnen para juzgarlos la cárcel estaba cerrada, toda cerrada y ellos no estaban». Después tienen conocimiento de que los apóstoles habían regresado allí, al pórtico de Salomón, a predicar al pueblo. Y los convocaron de nuevo a su presencia.
El Pontífice dijo que el pasaje de los Hechos que propone hoy la liturgia cuenta lo que sucede en aquel momento: los comandantes y los sirvientes «condujeron a los apóstoles y los presentaron en el Sanedrín». Y, se lee también en la Escritura, «el sumo sacerdote los interrogó diciendo: "¿No os habíamos prohibido expresamente enseñar en ese nombre? Y habéis llenado Jerusalén con vuestra enseñanza y queréis hacernos responsables de la sangre de ese hombre».
A estas acusaciones Pedro responde: «Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres». Y así «repite la historia de salvación hasta Jesús». Pero «al oír este kerigma de Pedro, esta predicación de Pedro sobre la redención realizada por Dios a través de Jesús al pueblo», los miembros del Sanedrín «se enfurecieron y querían matarlos». En realidad, «fueron incapaces de reconocer la salvación de Dios» aun siendo «doctores» que «habían estudiado la historia del pueblo, habían estudiado las profecías, habían estudiado la ley, conocían casi toda la teología de pueblo de Israel, la revelación de Dios, sabían todo: eran doctores».
La pregunta es «¿por qué esta dureza de corazón?». Sí, afirmó el Papa, su dureza «no es dureza de mente, no es una simple testarudez». La dureza está en su corazón. Y entonces «se puede preguntar: ¿cómo es el recorrido de esta testarudez total de mente y corazón? Cómo se llega a esto, a esta cerrazón, que incluso los apóstoles tenían antes de que llegara el Espíritu Santo». Tanto que Jesús dice a los dos discípulos de Emaús: «Necios y torpes para entender las cosas de Dios».
En el fondo, explicó el Papa Francisco, «la historia de esta testarudez, el itinerario, es cerrarse en sí mismos, no dialogar, es la falta de diálogo». Eran personas que «no sabían dialogar, no sabían dialogar con Dios porque no sabían orar y escuchar la voz del Señor; y no sabían dialogar con los demás».
Esta cerrazón al diálogo les llevaba a interpretar «la ley para hacerla más precisa, pero estaban cerrados a los signos de Dios en la historia, estaban cerrados al pueblo: estaban cerrados, cerrados». Y «la falta de diálogo, esta cerrazón de corazón, los llevó a no obedecer a Dios».
Por lo demás «este es el drama de estos doctores de Israel, de estos teólogos del pueblo de Dios: no sabían escuchar, no sabían dialogar». Porque, afirmó el Papa, «el diálogo se hace con Dios y con los hermanos». Y «esta furia y el deseo de hacer callar a todos los que predican, en este caso la novedad de Dios, es decir, que Jesús ha resucitado» es claramente «el signo de que no se sabe dialogar, que una persona no está abierta a la voz del Señor, a los signos que el Señor realiza en el pueblo». Por lo tanto, «no tienen razón, pero llegan» a estar furiosos y a querer matar a los Apóstoles. «Es un itinerario doloroso», insistió el Papa Francisco, también porque «estos son los mismos que pagaron a los guardias del sepulcro para hacer decir que los discípulos habían robado el cuerpo de Jesús: hacen de todo para no abrirse a la voz de Dios».
Antes de seguir con la celebración de la Eucaristía -«que es la vida de Dios, que nos habla desde lo alto, como Jesús dice a Nicodemo»-, el Papa Francisco pidió «por los maestros, por los doctores, por los que enseñan al pueblo de Dios, para que no se cierren, para que dialoguen, y así se salven de la ira de Dios que, si no cambian de actitud, pesará sobre ellos».