El día de la fiesta de Nuestra Señora de Luján, patrona de Argentina, el Papa Francisco ofreció precisamente por su patria la misa que celebró en Santa Marta el viernes 8 de mayo por la mañana. E invitó a saber secundar los movimientos provocados por el Espíritu Santo en cada uno de nosotros y en toda la Iglesia: movimientos que aparentemente parecen provocar confusión y, en cambio, desembocan siempre en la unidad.
Ya al inicio de la homilía el Papa recordó que «Jesús había prometido a los apóstoles el Espíritu Santo y había dicho que el Espíritu Santo les enseñaría muchas cosas y les recordaría cuanto Él les había enseñado». Así, «desde el primer momento de la venida del Espíritu Santo, el mismo día de su venida, comenzaron a moverse las aguas: inició un movimiento en la Iglesia». Los discípulos, por su parte, «estaban encerrados, un poco por temor, pero allí comenzó el movimiento: salieron y Pedro pronunció su primer discurso al pueblo».
Las palabras de Pedro, explicó el Pontífice, «las escuchaban todos en su idioma: cada uno en su propia lengua». Escuchándolo, muchos «se convirtieron y luego fueron por el mundo con esta nueva noticia: Jesús está vivo, el Señor ha resucitado». Así, pues, «comenzó este movimiento hacia el mundo». Y es lo que hizo «también el apóstol Felipe con el "ministro de economía” de Etiopía, que era judío, un prosélito judío: le comunicó el mensaje de Jesús, lo bautizó y fue a su tierra a predicar el Evangelio».
El Papa Francisco hizo memoria de los primeros pasos de la evangelización narrados por los Hechos. «Los apóstoles -dijo- comenzaron a predicar en Jerusalén y, después de la curación del paralítico, que pedía limosna» ante la puerta del templo llamada "Hermosa”, Pedro y Juan «fueron convocados a juicio, fueron golpeados: comenzaron las persecuciones». De ese modo «estalló con fuerza, tras la muerte de Esteban, otro movimiento: las persecuciones».
En este punto, afirmó el Papa, surgió «otro problema». Es decir, los primeros discípulos, como Pablo y Pedro mismo, se pusieron en movimiento para predicar saliendo «al encuentro de los judíos, pero encontraron también paganos». Y «Pedro fue el primero, porque fue a la casa de Cornelio». Precisamente allí «comenzó otro movimiento en la Iglesia y Pedro, el jefe, fue criticado: "Este es un poco herético porque entró en la casa de un pagano, es impuro». Por ello también Pedro «sintió esa falta de confianza de algunos de la comunidad». Y «estos son movimientos dentro de la Iglesia; movimientos de grupos que tienen diversos puntos de vista».
Por su parte «Pablo comenzó a predicar la conversión también a los paganos y ellos escucharon esta buena noticia y se convirtieron». Sin embargo, el grupo cristiano estaba «cerrado, no comprendía», repetía: «¡No, los pagnos no!». Hasta el punto que llegaron a lapidar a Pablo y dejarlo «como si estuviera muerto». Luego «buscaron también ayuda en el poder de la sociedad: en Antioquía fueron al encuentro de las piadosas mujeres de la nobleza y de los hombres de alto nivel para intentar una acción contra los apóstoles».
«Así -prosiguió el Papa- llegamos a este punto, al capítulo 15 de los Hechos de los Apóstoles Hch 15, 22-31), donde se movían precisamente las aguas en Antioquía, porque un grupo de cristianos, muy apegados a la ley judía, quería imponer las condiciones judías a los nuevos cristianos antes de bautizarlos: por ejemplo la circuncisión y otras cosas». Pero «Pablo dijo no». He aquí, entonces, que «comenzó la lucha interna entre ellos, las aguas se movieron». Se lee, en efecto, que entre ellos había fuertes discusiones. «Discutían con fuerza porque había verdaderamente mucho movimiento» explicó el Papa. Y «¿cómo resolvieron el problema? Se reunieron y cada uno dio su juicio, dio su opinión; discutieron, pero como hermanos y no como enemigos: no hicieron las uniones desde fuera para vencer; no fueron al encuentro de los poderes civiles para imponerse; no mataron para triunfar: buscaron el camino de la oración y del diálogo». Y así, los «que eran precisamente sus contrarios dialogaron y se pusieron de acuerdo: esto fue obra del Espíritu Santo».
El capítulo 15 de los Hechos de los Apóstoles, afirmó el Papa Francisco, narra «el proceso que acaba», precisamente en el pasaje de la liturgia del día, «con el primer concilio ecuménico, el concilio de Jerusalén». Así, prosiguió, «enviaron una carta a los que no sabían qué hacer a causa de la predicación de los cerrados: "Los Apóstoles y los presbíteros hermanos saludan a los hermanos de Antioquía, Siria y Cilicia provenientes de la gentilidad. Habiéndonos enterado de que algunos de aquí, sin encargo nuestro, os han alborotado con sus palabras, desconcertando vuestros ánimos” Concretamente, «sembraron cizaña», añadió el Papa, siguiendo la lectura del texto: «"Hemos decidido, por unanimidad, elegir a algunos y enviároslos con nuestros queridos Bernabé y Pablo” -que habían sido juzgados herejes- "hombres que han entregado su vida al nombre de nuestro Señor Jesucristo. Os mandamos, pues, a Silas y a Judas que os referirán de palabra lo que sigue”». Al leer estas palabras el Pontífice recalcó cómo al final se pusieron de acuerdo; y también cómo Bernabé y Pablo «habían sido juzgados herejes».
El Papa Francisco leyó después, también de los hechos de los Apóstoles, «esta fórmula que es una fórmula, una expresión solemne: "Hemos decidido, el Espíritu Santo y nosotros, no imponeros más cargas que las indispensables: que os abstengáis de carne sacrificada a los ídolos, de sangre, de animales estrangulados y de uniones ilegítimas». Al respecto el Papa destacó que «fue Pedro quien impulsó esto» con una frase dicha precedentemente: «¿por qué, pues, ahora intentáis tentar a Dios, queriendo poner sobre el cuello de esos discípulos un yugo que ni nosotros ni nuestros padres hemos podido soportar?». El proceso, en definitiva, acaba encontrando «el acuerdo de todos».
Precisamente «este -dijo el Papa Francisco- es el camino del Espíritu Santo, esta es la obra del Espíritu Santo». Porque es Él «quien mueve las aguas, el que causa un poco de desorden, y parece que hay tempestad, tormenta -pensad en el día de Pentecostés- y después crea armonía, unidad: tiene estas dos características». Y en «una Iglesia donde nunca hay problemas de este tipo -añadió- me hace pensar que el Espíritu no está muy presente». Seguro que «en una Iglesia donde siempre se discute y se forman grupos y los hermanos se traicionan el uno al otro, ahí no está el Espíritu». De hecho, «el Espíritu es el que crea la novedad, mueve la situación para ir hacia adelante, crea nuevos espacios, crea la sabiduría que Jesús prometió: "Él os enseñará”». El Espíritu, por lo tanto, «mueve pero al final crea también la unidad armoniosa entre todos».
He aquí lo que «nos enseña esta lectura, que nos presenta el primer concilio ecuménico», recapituló el Papa Francisco repitiendo de nuevo la fórmula con la cual el Espíritu pone a todos de acuerdo. Y al proseguir la celebración, el Pontífice pidió «al Señor Jesús, que estará presente entre nosotros, que envíe siempre el Espíritu Santo a nosotros, a cada uno de nosotros; que lo envíe a la Iglesia y que la Iglesia sepa ser fiel a los movimientos que causa el Espíritu Santo».