Miedo y tristeza enferman a las personas y también a la Iglesia, porque paralizan, hacen egocéntrico y acaban por viciar el aire de las comunidades que sobre la puerta exponen el cartel de «prohibido» porque tienen miedo de todo. Sin embargo, es la alegría, que en el dolor llega a ser paz, la actitud valiente del cristiano, sostenido por el temor de Dios y el Espíritu Santo. Es lo que dijo el Papa en la misa celebrada, el viernes 15 de mayo, en la capilla de la Casa Santa Marta.
En la liturgia de la Palabra, el Papa Francisco observó inmediatamente, al comentar las lecturas del día, que «existen dos palabras fuertes que la Iglesia nos hace meditar: miedo y alegría». Y, así, -se lee en los Hechos de los apóstoles Hch 18, 9-18)- el Señor dice a Pablo: «no tengas miedo; sigue hablando».
«El miedo -explicó el Papa- es una actitud que nos hace mal, nos debilita, nos empequeñece, e incluso nos paraliza». En tal medida que «una persona con temor no hace nada, no sabe qué hacer: es medrosa, miedosa, concentrada en sí misma para que no le suceda algo malo, algo feo». Por lo tanto «el miedo lleva a un egocentrismo egoísta y paraliza». Precisamente «por eso Jesús dice a Pablo: no tengas miedo, sigue hablando».
El miedo, en efecto, «no es una actitud cristiana», sino «una actitud, podemos decir, de un alma encarcelada, sin libertad, que no tiene libertad de mirar adelante, de crear algo, de hacer el bien». Y, así, quien tiene miedo continúa repitiendo: «No, está este peligro, está este otro y ese otro», y así sucesivamente. «¡Qué lástima, el miedo hace mal!» comentó de nuevo el Papa Francisco.
El miedo, sin embargo, «hay que diferenciarlo del temor de Dios, con el que no tiene nada que ver». El temor de Dios, afirmó el Pontífice, «es santo, es el temor de la adoración ante el Señor; y el temor de Dios es una virtud». Esto, en efecto, «no empequeñece, no debilita, no paraliza»; por el contrario, «lleva adelante hacia la misión que el Señor nos da». Y al respecto el Pontífice añadió: «El Señor, en el capítulo 18 del Evangelio de san Lucas, habla de un juez que no temía a Dios ni le importaban los hombres, y hacía lo que quería». Esto «es un pecado: la falta de temor de Dios y también la autosuficiencia», porque «aleja de la relación con Dios y también de la adoración».
Por ello, dijo el Papa Francisco, «una cosa es el temor de Dios, que es bueno; pero otra es el miedo». Y «un cristiano miedoso es poca cosa: es una persona que no ha entendido cuál es el mensaje de Jesús».
La «otra palabra» propuesta por la liturgia, «después de la Ascensión del Señor», es «alegría». En el pasaje del Evangelio de san Juan Jn 16, 20-23), «el Señor habla del paso de la tristeza a la alegría», preparando a los discípulos «para el momento de la pasión: "Vosotros lloraréis y os lamentaréis, mientras el mundo estará alegre; vosotros estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en alegría”». Jesús sugiere «el ejemplo de la mujer en el momento del parto, que tiene muchos dolores pero después, tras nacer el niño, se olvida del dolor» para dejar espacio a la alegría. «Y nadie os quitará vuestra alegría» asegura el Señor.
Pero «la alegría cristiana -advirtió el Papa- no es una simple diversión, no es una alegría pasajera». Más bien, «la alegría cristiana es un don del Espíritu Santo: es tener el corazón siempre alegre porque el Señor ha vencido, el Señor reina, el Señor está a la derecha del Padre, el Señor me miró a mí, me envió, me dio su gracia y me hizo hijo del Padre». He aquí lo que de verdad es «la alegría cristiana».
Un cristiano, por lo tanto, «vive en la alegría». Pero, se preguntó el Papa Francisco, «¿dónde está esta alegría en los momentos más tristes, en los momentos de dolor? Pensemos en Jesús en la Cruz, ¿tenía alegría? ¡Pues, no! En cambio, ¡sí, tenía paz!». En efecto, explicó el Papa, «la alegría, en el momento del dolor, de la prueba, se convierte en paz». En cambio, «la sola diversión en el momento del dolor se convierte en oscuridad, se hace tiniebla».
He aquí la razón de por qué «un cristiano sin alegría no es cristiano; un cristiano que vive continuamente en la tristeza no es cristiano». A «un cristiano que pierde la paz, en el momento de las pruebas, de las enfermedades, de tantas dificultades, le falta algo».
El Papa Francisco invitó a «no tener miedo y a tener alegría», y explicó: «No tener miedo es pedir la gracia del valor, el valor del Espíritu Santo; y tener alegría es pedir el don del Espíritu Santo, también en los momentos más difíciles, con la paz que nos da el Señor».
Es lo que «sucede en los cristianos, sucede en las comunidades, en toda la Iglesia, en las parroquias, en tantas comunidades cristianas». En efecto, «existen comunidades miedosas, que van siempre a lo seguro: "No, no, no hagamos esto... No, no, esto no se puede, esto no se puede”». Hasta el punto que «parece que sobre la puerta de entrada hayan escrito "prohibido”: todo está prohibido por miedo». Así, «cuando se entra en esa comunidad el aire esta viciado, porque la comunidad está enferma: el miedo enferma a una comunidad; la falta de valentía enferma a una comunidad».
Pero «también una comunidad sin alegría es una comunidad enferma, porque donde no hay alegría hay vacío. No, más bien lo que hay diversión». Y así, al final de cuentas, «será una bonita comunidad divertida pero mundana, enferma de mundanidad porque no tiene la alegría de Jesucristo». Y «un efecto, entre otros, de la mundanidad ?alertó el Pontífice? es hablar mal de los demás». Por lo tanto, «cuando la Iglesia tiene miedo y cuando la Iglesia no recibe la alegría del Espíritu Santo, la Iglesia se enferma, las comunidades se enferman, los fieles se enferman».
En la oración al inicio de la misa, recordó el Papa «hemos pedido al Señor la gracia de elevarnos hacia el Cristo sentado a la derecha del Padre». Precisamente «la contemplación de Cristo sentado a la derecha del Padre, afirmó, nos dará la valentía, nos dará la alegría, nos quitará el miedo y nos ayudará también a no caer en una vida superficial y de diversión».
«Con esta intención de elevar nuestro espíritu hacia Cristo sentado a la derecha del Padre -concluyó el Papa Francisco- continuamos nuestra celebración pidiendo al Señor: eleva nuestro espíritu, quítanos todo miedo y danos la alegría y la paz».