Sólo quien es humilde y sabe reconocer su condición de pecador es capaz de dejarse encontrar realmente por el Señor. Las características del encuentro personal con Jesús ocuparon el centro de la reflexión del Papa Francisco durante la misa que celebró el jueves 3 de septiembre en Santa Marta.
El Pontífice, para su homilía, se inspiró en el Evangelio del día, el de Lucas (Lc 5, 1-11), donde se invita a Pedro a tirar las redes tras una noche de pesca infructuosa. «Es la primera vez que sucede eso, esa pesca milagrosa. Pero después de la resurrección habrá otra, con características semejantes», destacó. Y ante el gesto de Simón Pedro, que se echó a los pies de Jesús diciendo: «Señor, apártate de mí, que soy un hombre pecador», el Papa Francisco inició una meditación sobre cómo «Jesús encontraba a la gente y cómo la gente encontraba a Jesús».
Ante todo, Jesús iba por las calles, «la mayor parte de su tiempo lo pasaba por las calles, con la gente; luego, ya tarde, se retiraba solo para rezar». Así, pues, Él «iba al encuentro de la gente», la buscaba. Pero la gente, se preguntó el Papa, ¿cómo iba al encuentro de Jesús? Esencialmente, de «dos formas». Una es precisamente la que vemos en Pedro, y que es también la misma «que tenía el pueblo». El Evangelio, destacó el Pontífice, «usa la misma palabra para esta gente, para el pueblo, para los apóstoles, para Pedro»: o sea que ellos, al encontrarse con Jesús, «quedaron "asombrados”». Pedro, los apóstoles, el pueblo, manifiestan «este sentimiento de asombro» y dicen: «Pero este habla con autoridad».
Por otro lado, en los Evangelios se lee sobre «otro grupo que se encontraba con Jesús» pero que «no permitía que entrase el asombro en su corazón». Son los doctores de la Ley, quienes escuchaban a Jesús y hacían sus cálculos: «Es inteligente, es un hombre que dice cosas verdaderas, pero a nosotros no nos convienen esas cosas». En realidad, «tomaban distancia». Había también otros «que escuchaban a Jesús», y eran los «demonios», como se deduce del pasaje evangélico de la liturgia del miércoles 2, donde está escrito que Jesús «al imponer sus manos sobre cada uno los curaba, y de muchos salían también demonios, gritando: "Tu eres el Hijo de Dios”». Explicó el Papa: «Tanto los demonios como los doctores de la Ley o los malvados fariseos, no tenían capacidad de asombro, estaban encerrados en su suficiencia, en su soberbia».
En cambio, el pueblo y Pedro contaban con el asombro. «¿Cuál es la diferencia?», se preguntó el Papa Francisco. De hecho, explicó, Pedro «confiesa» lo que confiesan los demonios. «Cuando Jesús en Cesarea de Filipo pregunta: "¿Quién soy yo?”» y él responde «Tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Mesías», Pedro «hace su confesión, dice quién es Él». Y también los demonios hacen lo mismo, reconocen que Jesús es el Hijo de Dios. Pero Pedro añade «otra cosa que no dicen los demonios». Habla de sí mismo y dice: «Señor, apártate de mí, que soy un hombre pecador». Ni los fariseos ni los doctores de la Ley ni los demonios «pueden decir esto», no son capaces de hacerlo. «Los demonios –explicó el Papa Francisco– llegan a decir la verdad acerca de Él, pero acerca de ellos mismos no dicen nada», porque «la soberbia es tan grande que les impide decirlo».
También los doctores de la Ley reconocen: «Este es inteligente, es un rabino capaz, hace milagros». Pero no son capaces de añadir: «Nosotros somos soberbios, no somos suficientes, somos pecadores».
He aquí, entonces, la enseñanza válida para cada uno: «La incapacidad de reconocernos pecadores nos aleja de la verdadera confesión de Jesucristo». Precisamente esta «es la diferencia». Lo da a entender Jesús mismo «en esa hermosa parábola del publicano y el fariseo en el templo», donde se encuentra «la soberbia del fariseo ante el altar». El hombre habla de sí mismo, pero nunca dice: «Yo soy pecador, me he equivocado». Frente a él se contrapone «la humildad del publicano que no se atreve a levantar los ojos», y sólo dice: «Piedad, Señor, soy pecador». Y es precisamente «esta capacidad de decir que somos pecadores» la que nos abre «al asombro del encuentro de Jesús, el verdadero encuentro».
En este punto el Papa dirigió la mirada a la realidad actual: «También en nuestras parroquias, en nuestras sociedades, incluso entre las personas consagradas: ¿cuántas personas son capaces de decir que Jesús es el Señor? ¡Muchas!». Pero es difícil oír «decir sinceramente: "Soy un pecador, soy una pecadora”». Probablemente, precisó, «es más fácil decirlo de los demás, cuando se critica» y se señala: «Este, aquel, este sí...». En esto, destacó el Papa Francisco, «todos somos doctores».
En cambio, «para llegar a un auténtico encuentro con Jesús es necesaria la doble confesión: "Tú eres el Hijo de Dios y yo soy un pecador». Pero «no en teoría»: debemos ser honestos con nosotros mismos, capaces de detectar nuestros errores y admitir: soy pecador «por esto, por esto, por esto y por esto...».
Volviendo al hecho evangélico, el Pontífice recordó cómo tal vez Pedro, más tarde, haya «olvidado ese asombro del encuentro», ese asombro que experimentó cuando Jesús le dijo: «Tú eres Simón, hijo de Jonás, pero te llamarás Pedro». Tanto que un día, Pedro mismo «que hizo esta doble confesión», negará al Señor. Pero, al ser «humilde», se deja incluso «encontrar por el Señor y cuando sus miradas de encuentran, él llora, vuelve a la confesión: "Soy pecador”».
A la luz de todo esto, el deseo final del Papa Francisco: «Que el Señor nos dé la gracia de encontrarlo, pero también de dejarnos encontrar por Él». La gracia, «tan hermosa», del «asombro del encuentro», pero también «la gracia de contar en nuestra vida con la doble confesión: "Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo, creo. Y yo soy un pecador, creo”».