En un modo que parece «huérfano» está la esperanza de una «maternidad contagiosa» que trae acogida, ternura y perdón. En la memoria litúrgica de la Virgen dolorosa, el Papa Francisco quiso reflexionar sobre la maternidad de María y de la Iglesia que sin tal característica se reduce a una «asociación rígida».
Inició del texto evangélico de Juan– «"Mujer he ahí a tu Hijo”. Después dice al discípulo: "He ahí a tu madre”» (Jn 19, 25-27)– la meditación del Pontífice durante al misa celebrada el martes 15 de septiembre en Santa Marta, con la presencia de los cardenales consejeros: «es la segunda vez –subrayó– que María escucha que su Hijo le dice "mujer”». La primera, en efecto, fue en Caná cuando Jesús dice la madre: «No ha llegado mi hora»; la segunda es esta, bajo la cruz, cuando le entrega al hijo.
Hay que resaltar que en «aquella primera vez ella escuchó la palabra» de Jesús, pero después tomó por las riendas la situación diciendo a los servidores: «Haced lo que Él os dirá». En cambio, en esta circunstancia es Jesús quien domina la situación: «mujer, tu hijo».
Y en aquel momento, dijo el Papa Francisco, María «se convierte en madre de nuevo».
Su maternidad, así, «se alarga en la figura de aquel nuevo hijo, se alarga a toda la Iglesia y a toda la humanidad». Y nosotros, hoy, no podemos «pensar en María sin pensarla como madre». Y en este momento en donde, afirmó el Pontífice, se advierte un sentido de «orfandad», esta palabra «tiene una importancia grande». Una heredad que es también «nuestro orgullo: tenemos una madre, que está con nosotros, nos protege, nos acompaña, nos ayuda, también en los momentos difíficiles, en los momentos malos».
Para mejor argumentar tal consideración suya, el Papa recordó la tradición de los antiguos monjes rusos, quienes «en los momentos de las turbulencias espirituales» dicen que debemos refugiarnos «bajo el manto de la Santa Madre de Dios». Un consejo que encuentra confirmación en la primera angífona latina mariana: Sub tuum praesidium confugimus; en esta primera oración encontramos a la «madre que nos acoge y nos protege y cuida de nosotros». Pero, añadió el Papa, «esta maternidad de María podemos decir que va más allá» y es «contagiosa». En efecto, retomando las meditaciones del antiguo «abad del monasterio de Stella, Isaac», podemos darnos cuenta que más allá de la «maternidad de María» está también «una segunda maternidad», la «de la Iglesia», aquella «nuestra santa madre Iglesia», que nos engendra en el bautismo, nos hace crecer en su comunidad» y tiene esas actitudes propias de la maternidad: «la mansedumbre, la bondad: la madre María y la madre Iglesia saben acariciar a sus hijos, dan ternura».
Es una característica, subrayó el Papa Francisco, fundamental: pensar, en efecto, en la Iglesia sin esta maternidad, es como pensar «en una asociación rígida, una asociación sin calor humano, huérfana».
La Iglesia, en cambio, «es madre y nos recibe como madre: María madre, la Iglesia madre».
No es todo, Es aún el abad Isaac quien añade otro detalle que, ha dicho el Papa, nos podría «escandalizar», es decir, que «también nuestra alma es madre», también en nosotros está presente una maternidad «que se expresa en las actitudes de humildad, de acogida, de comprensión, de bondad, de perdón y de ternura».
Cada una de estas maternidades proviene precisamente de las «palabras de Jesús a su madre» que estaba bajo la cruz.
Y, explicó el Papa, donde está la maternidad «hay vida, hay gozo, hay paz, se crece en paz», al contrario cuando esta falta, queda sólo «la rigidez, esa disciplina», y, añadió, «no se sabe sonreír».
De ahí la invitación a pensar, que «una de las cosas más bellas y humanas es sonreírle a un niño y hacerlo sonreír».
Aplicando, en fin, la meditación a la celebración eucarística, el Pontífice concluyó: «Ahora hagamos el memorial de la Cruz, Jesús viene aquí y otra vez renueva su sacrificio por nosotros y su Madre», en el sacrificio eucarístico, explicó, están presentes los dos «aunque en modo diverso: espiritualmente, la madre; él, de un modo real».
La oración al Señor es que «nos haga sentir también hoy», en el momento en el que «otra vez se ofrece al Padre por nosotros», las palabras: «Hijo he ahí a tu madre».