Existe un virus potente y peligroso que nos insidia, pero existe también un Padre que nos ama mucho y nos protege. La solapada seducción de la hipocresía estuvo en el centro de la homilía que el Papa Francisco pronunció durante la misa celebrada en Santa Marta el viernes 16 de octubre, por la mañana.
Se refiere al pasaje evangélico propuesto por la lectura del día (Lc 12, 1-7): Jesús estaba rodeado por miles de personas -una multitud reunida a su alrededor hasta el punto de pisarse unos a otros- y, antes de hablar a la gente, de enseñar como lo hacía habitualmente, se dirige a los discípulos que estaban allí. En medio de tanta gente les habla de algo muy pequeño: de la levadura.
La advertencia del Señor -Cuidado con la levadura de los fariseos- se parece, dijo el Pontífice, a la de un médico, que dice a sus colaboradores, a sus ayudantes: "Estad atentos, que toda esta gente no se contagie con el virus”. Y la levadura de los fariseos, añadió el Papa Francisco, es la hipocresía. Esa hipocresía de la que Jesús siempre les habló con total franqueza, diciéndoles de frente: Hipócritas, hipócritas: vosotros sois hipócritas.
Pero, ¿qué es, en esencia, ese virus del que habla Jesús en medio de esa multitud? Lo explicó el Papa: La hipocresía es el modo de vivir, de obrar y de hablar que no es claro, que se presenta de forma ambigua: en alguna ocasión sonríe, en otra está serio... no es luz, es tiniebla. Es un poco como la serpiente: se mueve de un modo que parece no amenazar a nadie y tiene la fascinación del claroscuro. La hipocresía cuenta con el atractivo de no decir las cosas claramente; la fascinación de la mentira, de las apariencias. Jesús mismo, en los Evangelios, añade algunas anotaciones sobre el comportamiento de los fariseos hipócritas diciendo que están llenos de sí mismo, de vanidad y que les gusta pasear por las plazas para demostrar que son importantes.
Jesús alerta acerca de ellos y, retomando la palabra, dice a todos: Cuidado con la levadura de los fariseos... pues nada hay cubierto que no llegue a descubrirse, ni nada escondido que no llegue a saberse. Por eso, lo que digáis en la oscuridad será oído a plena luz, y lo que digáis al oído en las recámaras se pregonará desde la azotea. Como si dijese: ocultarse no ayuda, porque al final todo se conocerá. Y decía esto, explicó el Papa, porque la levadura de los fariseos llevaba a la gente a amar más las tinieblas que la luz. El mismo apóstol Juan lo destaca cuando escribe: Los hombres amaron más las tinieblas que la luz.
Al llegar aquí, añadió el Papa Francisco continuando su reflexión, Jesús centra la atención en la confianza en Dios. Porque si es verdad que esta levadura es un virus que contagia enfermedad y lleva a la muerte -y Jesús advierte: ¡Cuidado! Esta levadura te lleva a las tinieblas. ¡Cuidaos!-, también es verdad que hay alguien más grande, y es el Padre que está en el cielo. Para explicar esta amable presencia del Padre, Jesús dice: ¿No se venden cinco pájaros por dos céntimos? Pues ni de uno solo de ellos se olvida Dios. Más aún, hasta los cabellos de vuestra cabeza están contados. De aquí la exhortación final: "No tengáis miedo: valéis más que muchos pájaros”.
El Pontífice profundizó precisamente este aspecto. Ante todos estos miedos -dijo- que son insinuados por el virus, por la levadura de la hipocresía farisaica, tenemos que ser confortados por lo que dice Jesús: Hay un Padre. Existe un Padre que os ama. Hay un Padre que os cuida. Ante la seducción del claroscuro, la seducción de la serpiente, Jesús nos serena: Tranquilos, el Padre os ama, os defiende. Confiad en Él. No tengáis miedo a estas cosas. Así, explicó el Papa, Jesús, partiendo del más pequeño en medio de tanta gente, llega al más grande, al Padre que cuida a todos, también a los más pequeños, para que no se enfermen, para que no se contagien con esta enfermedad. Y, destacó el Papa Francisco: Cuando Jesús nos dice esto, nos invita a rezar, nos invita a rezar para no caer en esta actitud farisaica que no es ni luz ni tiniebla, que está siempre a mitad de camino y nunca llegará a la luz de Dios.
Por ello, concluyó, recemos mucho. Pidamos al Señor: protege a tu Iglesia, que somos todos nosotros: custodia a tu pueblo, el que se había reunido y se pisaban entre ellos, mutuamente. Protege a tu pueblo, para que ame la luz, la luz que viene del Padre, que viene de tu Padre. Tenemos que pedir a Dios, añadió el Papa, que proteja a su pueblo para que no llegue a ser hipócrita, para que no caiga en la tibieza de la vida, para que cuente con la alegría de saber que existe un Padre que nos ama mucho.