Que el mundo vuelva a encontrar el camino de la paz «precisamente a las puertas de este Jubileo de la misericordia». Es el grito lanzado por el Papa Francisco en la misa que celebró el jueves 19 de noviembre, por la mañana, en la capilla de la Casa Santa Marta.
«Jesús lloró», afirmó inmediatamente el Papa Francisco en la homilía, relanzando las palabras del pasaje evangélico de san Lucas (Lc 19, 41-44). Cuando, en efecto, «se acercó a Jerusalén», el Señor «lloró al ver la ciudad». ¿Por qué? Es Jesús mismo quien responde: «¡Si reconocieras tú también en este día lo que conduce a la paz! Pero ahora está escondido a tus ojos».
Así, pues, Él «llora porque Jerusalén no había comprendido el camino de la paz y había elegido la senda de las enemistades, del odio, de la guerra».
«Hoy Jesús está en el cielo, nos mira» -recordó el Papa Francisco- y «vendrá entre nosotros, aquí sobre el altar». Pero «también hoy Jesús llora, porque nosotros hemos preferido el camino de las guerras, la senda del odio, la senda de las enemistades». Todo esto se comprende aún más ahora que «estamos cerca de la Navidad: habrá luces, habrá fiesta, árboles luminosos, también pesebres... todo apariencia: el mundo sigue declarando la guerra, declarando la guerra. El mundo no ha comprendido la senda de la paz».
E incluso, dijo el Pontífice, «el año pasado hemos conmemorado el centenario de la Gran guerra». Y «este año otras conmemoraciones en el aniversario de Hiroshima y Nagasaki, sólo por nombrar dos de ellos». Y «todos se lamentan» diciendo: «¡Qué historias horribles!».
Recordando su visita al cementerio militar de Redipuglia, el 13 de septiembre de 2014, en el centenario de la primera guerra mundial, el Papa confesó que había vuelto a pensar en las palabra de Benedicto xv: «masacres inútiles». Masacres que han provocado la muerte de «millones y millones de hombres». Sin embargo, añadió, «aún no hemos comprendido el camino de paz». Y «no acabó allí: hoy, en los telediarios, en la prensa, vemos que en algunos sitios hay bombardeos» y escuchamos que «eso es una guerra». Pero «por todas partes hoy hay guerra, hay odio».
Llegamos incluso a consolarnos diciendo: «Sí, hubo un bombardeo, pero gracias a Dios murieron sólo veinte niños». O sino decimos: «No murieron muchas personas, muchos fueron secuestrados...». De esta forma «también nuestro modo de pensar se convierte en una locura».
En efecto, se preguntó el Pontífice, «¿qué queda de una guerra, de esta que estamos viviendo ahora?». Quedan «ruinas, miles de niños sin educación, tantos muertos inocentes: ¡muchos!». Y «mucho dinero en los bolsillos de los traficantes de armas».
Es una cuestión crucial. «Una vez -recordó el Papa- Jesús dijo: "No se puede servir a dos señores: o Dios o las riquezas”». Y «la guerra es precisamente optar por las riquezas: "Fabricamos armas, así la economía se equilibra un poco, y seguimos adelante con nuestros intereses”». Al respecto, afirmó el Papa Francisco, «hay una palabra fea del Señor: "¡Malditos!”», porque «Él dijo: "¡Benditos los constructores de paz!”». Por lo tanto, los «que causan la guerra, que provocan las guerras, son malditos, son delincuentes».
Una guerra, explico el Pontífice, «se puede justificar -entre comillas- con muchas, muchas razones. Pero cuando todo el mundo, como sucede hoy, está en guerra -¡todo el mundo!- es una guerra mundial por fascículos: aquí, allí, allá, por todos lados». Y «no hay justificación. Y Dios llora. Jesús llora».
Vuelven, así, las palabras del Señor sobre Jerusalén, que nos recuerda el Evangelio de san Lucas: «¡Si reconocieras tú también en este día lo que conduce a la paz!». Hoy «este mundo no es constructor de paz». Y «mientras los traficantes de armas hacen su trabajo, hay pobres agentes de paz que dan la vita sólo por ayudar a una persona, a otra, a otra, a otra». Y realizan esta misión tomando como modelo «un símbolo, un icono de nuestros tiempos: Teresa de Calcuta». En efecto «con el cinismo de los poderosos se podría decir: ¿qué hizo esa mujer? Perdió su vida ayudando a la gente a morir». La cuestión es que hoy «no se comprende el camino de la paz».
O sea, «la propuesta de paz de Jesús no fue escuchada». Y «por eso llora mirando Jerusalén y llora ahora». «Nos hará bien a nosotros -dijo como conclusión el Papa- pedir la gracia del llanto por este mundo que no reconoce el camino de la paz, que vive para declarar la guerra, con el cinismo de decir que no se haga». Y, añadió, «pidamos la conversión del corazón». Precisamente «a las puertas de este Jubileo de la misericordia -fue le deseo del Papa Francisco-, que nuestro jubileo, nuestra alegría, sea la gracia de que el mundo vuelva a encontrar la capacidad de llorar por sus crímenes, por lo que causa con las guerras».