Un papá o una mamá que dice a su hijo: «No tengas miedo, estoy yo» y lo mima con una caricia, es la imagen de la condición privilegiada del hombre: pequeño, débil, pero tranquilizado, sostenido y perdonado por un Dios que está enamorado de él. Al inicio del camino jubilar el Papa Francisco -en la misa celebrada en Santa Marta el jueves 10 de diciembre con la participación de los cardenales consejeros- encontró en la liturgia del día la ocasión para volver a hablar de la misericordia del Padre.
La meditación se inspiró en el salmo responsorial, donde se repetía: «El Señor es misericordioso y grande en el amor». Es, dijo el Pontífice, «una confesión de fe» en la que el cristiano reconoce que Dios «es misericordia y es grande, pero grande en el amor». Una afirmación sencilla sólo en apariencia porque «comprender la misericordia de Dios es un misterio, es un camino que se debe hacer durante toda la vida».
Para ayudar a entrar mejor en este misterio, el Papa citó la lectura tomada del libro del profeta Isaías (Is 41, 13-20), donde hay un monólogo de Dios que se dirige a su pueblo. Y se lee que Él «dijo a su pueblo que lo había elegido no porque era grande o potente», sino «porque era el más pequeño de todos, el más miserable de todos». Dios, explicó Francisco, se ha precisamente «enamorado de esta miseria», de esta «pequeñez».
Es un testo del que emerge claramente este amor: «un amor tierno, un amor como el del papá o de la mamá», cuando se dirigen al niño «que por la noche se despierta asustado de un sueño». Con la misma atención Dios habla a su pueblo y le dice: «Yo, el Señor, tu Dios, te tomo por tu diestra y te digo: "No temas, yo te auxilio”». Y, utilizando imágenes para describir su condición de pequeñez, continúa: «No temas, gusanillo de Jacob, oruga de Israel, yo mismo te auxilio, tu libertador es el Santo de Israel».
No temas. En estas palabras se centró el Papa para volver al ejemplo de la vida familiar: «Todos nosotros conocemos las caricias de los papás o de las mamás cuando los niños están inquietos por un susto». También ellos dicen: «No temas, yo estoy aquí». A cada uno de nosotros el Señor nos recuerda con ternura: «Me he enamorado de tu pequeñez, de tu nada» y nos repite: «No tengas miedo a tus pecados, yo te quiero mucho y estoy aquí para perdonarte». Esto, en síntesis, explicó el Pontífice, «es la misericordia de Dios».
Continuando con su meditación, el Papa Francisco hizo referencia a un ejemplo tomado de una hagiografía («creo que de san Jerónimo, pero no estoy seguro», confesó) y recordó que de un santo se dice que fue muy penitente en su vida, que hacía sacrificios, oraciones, y que el Señor le pedía siempre más. El santo seguía preguntando: «Señor, ¿qué puedo darte?», hasta que dijo: «Pero Señor, ya no tengo nada más para darte, te lo he dado todo». Y la respuesta fue: «No, falta una cosa». -«¿Qué te falta, Señor?». -«Dame tus pecados». Con este episodio el Pontífice quiso destacar que «el Señor quiere cargar con nuestras debilidades, nuestros pecados, nuestros cansancios». Es una actitud que encontramos también en los Evangelios, en Jesús, que afirmaba: «Venid a mí, todos vosotros que estáis cansados y agobiados, que yo os aliviaré». Dios, dijo el Papa Francisco, nos lo repite continuamente: «Yo soy el Señor tu Dios, te tomo por tu diestra, no temas pequeño, no temas. Yo te daré la fuerza. Dame todo y yo te perdonaré, te daré la paz». Son estas, añadió, «las caricias de Dios», las caricias «de nuestro Padre, cuando se expresa con su misericordia».
Nosotros los hombres, continuó el Pontífice, «somos muy nerviosos» y «cuando algo no va bien, hacemos ruido, somos impacientes». En cambio Dios nos consuela: «Tranquilízate, has cometido un gran error, sí, pero tranquilízate; no temas, yo te perdono». Y así nos acoge en todo, también con nuestros errores, con nuestros pecados. Precisamente esto significa lo que se repite en el salmo: «El Señor es misericordioso y grande en el amor». Así, sintetizó el Papa, «nosotros somos pequeños. Él nos ha dado todo. Nos pide sólo nuestras miserias, nuestra pequeñez, nuestros pecados, para abrazarnos, para acariciarnos».
Recordando, por último, la oración recitada al inicio de la misa («Despierta, Señor, nuestros corazones»), Francisco concluyó invitando a todos a pedir al Señor que «despierte en cada uno de nosotros y en todo el pueblo la fe en esta paternidad, en esta misericordia, en su corazón». Y también a pedirle «que esta fe en su paternidad y su misericordia» nos haga «un poco más misericordiosos con los demás».