Quien pone en práctica las obras de misericordia tiene la prueba de que su acción viene de Dios: el único criterio para comprenderlo gira efectivamente en torno a la concreción de la «encarnación, de Jesús venido en la carne». Y así no tiene sentido «imaginar planes pastorales y nuevos métodos para acercar a la gente» si la fe en Jesús encarnado no lleva al servicio de los demás. Francisco lo recordó celebrando la misa el jueves 7 de enero por la mañana en la capilla de la Casa Santa Marta. Y también puso en guardia contra quienes tienen una apariencia de espiritualidad porque, dijo, si ese espíritu no viene de Dios es «el anticristo», la expresión de la «mundanidad».
Para esta reflexión el Papa se basó en la primera lectura de san Juan (Jn 3, 22-4, 6), haciendo notar inmediatamente cómo el apóstol retoma «una palabra de Jesús en la Última Cena: "permanecer"». Precisamente Juan escribe: «El que guarda sus mandamientos "permanece" en Dios y Dios en él». Y «este "permanecer" en Dios es un poco la respiración de la vida cristiana, y el estilo», explicó Francisco. En efecto, podemos decir que «un cristiano es aquel que permanece en Dios». Una vez más escribe Juan en su carta: «En esto conocemos que Dios permanece en nosotros: por el Espíritu que nos ha dado».
Por tanto, volvió a decir Francisco, «un cristiano es aquel que "tiene" el Espíritu Santo y se deja guiar por él: permanecer en Dios y Dios permanece en nosotros, por el Espíritu que nos ha dado». Y también retomó la advertencia del apóstol de «estar atento: y aquí viene el problema. Estad atentos, no os fiéis de cualquier espíritu, más bien poned a prueba a los espíritus para examinar si vienen verdaderamente de Dios». Precisamente «esta es la regla cotidiana de vida que nos enseña Juan».
Por tanto, «poner a prueba a los espíritus». «Pero, ¿qué quiere decir este "poner a prueba a los espíritus"? Parece que existieran fantasmas…». En cambio, no, afirmó el Pontífice, porque en realidad Juan sugiere «poner a prueba a los espíritus para examinar de dónde vienen: examinar el espíritu, qué sucede en mi corazón». Así, «nos lleva allí, al corazón», a preguntarnos precisamente «¿qué sucede, qué siento en mi corazón, qué quiero hacer? La raíz de lo que estoy sintiendo ahora, ¿de dónde viene?».
Por tanto, explicó el Papa, «esto es poner a prueba para "examinar"». Y precisamente «el verbo examinar» es el más apropiado para verificar verdaderamente «si esto que siento viene de Dios, del espíritu que me hace permanecer en Dios, o si viene de otro». A la pregunta, «¿quién es el otro?», la respuesta de Francisco es clara: «El anticristo». Por lo demás, precisó, «el razonamiento de Juan es simple, directo, diría circular, porque vuelve enseguida al mismo argumento: o eres de Jesús o eres del mundo». Y «retoma lo que Jesús también había pedido al Padre para todos nosotros: que no nos quite del mundo, sino que nos defienda del mundo». Porque «la mundanidad es el espíritu que nos aleja del espíritu de Dios que nos hace permanecer en el Señor».
Al llegar a este punto, Francisco expresó los interrogantes que, naturalmente, surgen sobre la cuestión: «Pero, padre, está bien, sí, está todo claro, pero, ¿cuáles son los criterios para hacer un buen discernimiento de lo que sucede en mi alma?». Juan propone un solo criterio y lo presenta con estas palabras: «Todo espíritu -toda emoción, toda inspiración que siento- que reconoce a Jesucristo venido en la carne, es de Dios; y todo espíritu que no reconoce a Jesús, no es de Dios".
«El criterio es Jesús venido en la carne, el criterio es la encarnación», insistió Francisco. Tanto que «puedo sentir tantas cosas dentro, incluso cosas buenas, ideas buenas, pero si estas ideas buenas, estos sentimientos no me llevan a Dios que se hizo carne, no me llevan al prójimo, al hermano, no son de Dios». Por eso «Juan comienza este pasaje de su carta diciendo: "Este es el mandamiento de Dios: que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo y nos amemos unos a otros"».
Aplicando esta verdad a la vida cristiana de cada día, el Pontífice recordó que «podemos hacer tantos planes pastorales, imaginar nuevos métodos para acercarnos a la gente, pero si no hacemos el camino de Dios venido en la carne, del Hijo de Dios que se hizo hombre para caminar con nosotros, no estamos en el camino del espíritu bueno». Más bien, el que prevalece «es el anticristo, es la mundanidad, es el espíritu del mundo».
Ahora bien, añadió, «cuánta gente encontramos en la vida que parece espiritual, pero ni hablar de hacer obras de misericordia». Y «¿por qué? Porque las obras de misericordia son precisamente lo concreto de nuestra confesión de que el Hijo de Dios se hizo carne: visitar a los enfermos, dar de comer a quien no tiene alimento, cuidar a los descartados». Las «obras de misericordia», «porque cada hermano nuestro, que debemos amar, es carne de Cristo: Dios se hizo carne para identificarse con nosotros, y lo que sufre es el Cristo que lo sufre».
Por eso, dijo Francisco, «si tú vas por este camino, si tú sientes esto, está bien», porque precisamente «este es el criterio de discernimiento para no confundir los sentimientos, los espíritus, para no ir por un camino que no va». Vuelven, pues, las palabras de Juan: «No os fiéis de cualquier espíritu -estad atentos-, más bien poned a prueba a los espíritus para examinar si vienen verdaderamente de Dios». Por eso, reafirmó con fuerza, «el servicio al prójimo, al hermano, a la hermana que tiene necesidad -son tantas las necesidades-, incluso de un consejo, de mi oído para ser escuchado: estos son los signos de que vamos por el camino del espíritu bueno, o sea, el camino del Verbo de Dios que se hizo carne».
Antes de reanudar la celebración de la misa, Francisco pidió «al Señor la gracia de conocer bien qué sucede en nuestro corazón, qué nos gusta hacer, es decir, qué me toca más: si el espíritu de Dios, que me lleva al servicio de los demás, o el espíritu del mundo, que gira entorno a mí mismo, a mis cerrazones, a mis egoísmos, a tantas otras cosas». Sí, concluyó el Papa, «pidamos la gracia de conocer qué sucede en nuestro corazón».