«La fe es la más grande herencia que un hombre puede dejar». Y precisamente la fe nos invita a «no tener miedo de la muerte», que es sólo el inicio de otra vida. Es el punto central de la reflexión del Papa en la misa del jueves 4 de febrero, en la capilla de la Casa Santa Marta.
«En estas semanas la Iglesia, en la liturgia, nos ha hecho reflexionar sobre el santo rey David», hizo presente Francisco. Y «hoy -prosiguió- nos narra su muerte».
Al recordar que «en cada vida hay un fin», el Papa volvió a proponer la regla que David deja al hijo Salomón: «Yo me voy por el camino de cada hombre sobre la tierra». No obstante, añadió, «sea al camino de la vida», es también «un pensamiento que no nos gusta tanto». En efecto, ha dicho Francisco, tendemos casi a alejar el pensamiento de la muerte -«Estoy enfermo, estoy un poco anciano...», «pero, ¡sé fuerte, sigue adelante!»- y «tenemos miedo», también si «es la realidad de todos los días».
«En un poblado del norte de Italia» recordó el Pontífice, precisamente «al ingreso del cementerio está escrito así: "Tú que pasas, detén tu paso y piensa, de tus pasos, en el último”». Pensar, por lo tanto: «esta es una luz que ilumina la vida». Y «la vida de David -explicó- fue una vida vivida con intensidad por aquel muchacho que llevaba a pastar el rebaño, con tantas dificultades; ungido por el Señor, después vivió bien, como un hombre que amaba al Señor; después, cuando se sintió seguro, comenzó a pecar y casi, casi, casi acaba en la corrupción».
Pero David, prosiguió Francisco, «se arrepintió, lloró, peco otra vez. Y así. Pero aprendió a pedir perdón por sus pecados. Y la Iglesia dice: el santo rey David. Pecador, pero santo». Por lo que «esta vida acaba así: comienza a los 16, 17 años, y acaba». Además, «la duración de su poder, del reino, fue de cuarenta años». Pero «también los 40 años pasan».
«En una de las audiencias del miércoles -confesó- se encontraba una hermanita anciana, pero con una cara pacífica, una mirada luminosa». Francisco le preguntó cuántos años tenía. Y la religiosa, con una sonrisa: «83, pero estoy acabando mi recorrido en esta vida para comenzar el otro camino con el Señor, porque tengo un cáncer de páncreas». Y «así en paz -dijo el Papa- esa mujer había vivido con intensidad su vida consagrada. No tenía miedo de la muerte», tanto que dijo: «Estoy acabando mi camino de vida para comenzar el otro». La muerte, recalcó el Papa, «es un paso» y «estos testimonios nos hacen bien».
«Cuando se está por morir -prosiguió Francisco- es costumbre dejar un testamento». Así hace también David llamando «al hijo Salomón». Y «¿qué le aconseja, que le deja en herencia al hijo?». Le dice: «Ten valor y sé hombre». En síntesis, David «vuelve a lo que el Señor le dijo a Moisés, a Josué: Sé fuerte, sé hombre; observa la ley del Señor, tu Dios, continuando en sus caminos y cumpliendo las leyes, sus mandatos, sus normas, la instrucción, como está escrito en la ley de Moisés». David le hereda el reino, un reino fuerte», pero «deja también otra cosa, que es la herencia más bella y más grande que un hombre o una mujer pueda dejar a los hijos: le deja la fe». En el pasaje bíblico actual se leen las palabras de David: «para que el Señor cumpla la promesa que me hizo diciendo: "Si tus hijos vigilan sus pasos, caminando fielmente ante mí, con todo su corazón y toda su alma, no te faltará uno de los tuyos sobre el trono de Israel”». Es precisamente «la fe en la promesa de Dios: dejar la fe como gran herencia», explicó Francisco. «Cuando se hace un testamento -añadió el Pontífice- la gente dispone: "Esto lo dejo a este, esto a aquel...”». Pero «la más bella herencia, la más grande herencia que un hombre, una mujer puede dejar a sus hijos es la fe» recalcó. Y «David se acuerda de las promesas de Dios, hace memoria de la propia fe en estas promesas y se las recuerda al hijo: dejar la fe como herencia». A propósito el Papa hizo notar: «Cuando, en el rito del bautismo, damos -los papás- la vela encendida, la luz de la fe, decimos: "Custódiala, consérvala, hazla crecer en tu hijo y en tu hija, y déjala en herencia”». Por lo tanto, «dejar la fe como herencia: esto nos enseña David. Y muere así, sencillamente como todo hombre». Pero «sabe bien qué aconsejar al hijo y cuál es la mejor herencia que le puede dejar: no el reino, sino la fe. Y recita de memoria lo que el Señor había prometido».
«Todos nosotros iremos por el camino de nuestros padres -afirmó Francisco- pero cuándo, sólo lo sabe Él». Y así «nos hará bien preguntarnos: «¿Cuál es la herencia que yo dejo con mi vida? ¿Dejo la herencia de un hombre, una mujer de fe? ¿A los míos dejo esta herencia?».
En esta perspectiva, concluyó, «pidamos al Señor dos cosas». Sobre todo «no tengáis miedo de este último paso, como la hermana de la audiencia del miércoles» que confía: «Estoy acabando mi recorrido y comienzo otro». Y la segunda cosa que hay que pedir al Señor es «que todos nosotros podamos dejar con nuestra vida, como mejor herencia, la fe: la fe en este Dios fiel, este Dios que siempre está a nuestro lado, este Dios que es Padre y no defrauda jamás».