Dóciles y felices
Jueves 14 de abril de 2016
«Habla Señor, yo te escucho»: con las palabras sencillas de Samuel el Papa sugirió dirigirse a Dios «cuando tenemos una duda, cuando no sabemos o cuando sencillamente queremos rezar». Palabras que son también un antídoto para no caer en la tentación de presentar resistencia al Espíritu. En la misa celebrada el jueves 14 de abril, por la mañana, en la capilla de la Casa Santa Marta, Francisco invitó a no tener miedo cuando el Espíritu Santo, con su trabajo, descoloca nuestros proyectos. Porque es la alegría, y no «la fidelidad a la letra», lo que caracteriza la vida de los cristianos dóciles a la acción del Espíritu.
«El protagonista de la palabra de la primera lectura que hemos escuchado», recordó inmediatamente Francisco, refiriéndose al pasaje de los Hechos de los apóstoles (Hch 8, 26-40), es precisamente «el Espíritu Santo». Y no Felipe o el eunuco etíope, funcionario de la reina. Por lo demás, añadió, «también en las lecturas que la Iglesia nos ha propuesto en estos días se ve claramente que está el Espíritu, quien hace las cosas. Que está el Espíritu que hace nacer y crecer a la Iglesia, y esto es un trabajo del Espíritu».
«Los días pasados -afirmó el Papa- la Iglesia nos propuso el drama de la resistencia al Espíritu: los corazón cerrados, duros y necios que resisten al Espíritu». Y, así, había también personas que incluso viendo «las cosas -la curación del tullido realizada por Pedro y Juan en la Puerta Hermosa del Templo; las palabras y las cosas grandes que hacía Esteban- permanecieron cerrados a estos signos del Espíritu y se resistieron a la acción del Espíritu». Es más: incluso «buscaban justificar esta resistencia con una así llamada fidelidad a la ley, es decir a la letra de la ley».
Francisco insistió en el hecho de que, en cambio, «hoy, y también mañana, la Iglesia nos propone lo opuesto: no la resistencia al Espíritu sino la docilidad al Espíritu, que es precisamente la actitud del cristiano». Se trata, por lo tanto, de «ser dóciles al Espíritu, y esta docilidad hace que el Espíritu pueda actuar y seguir adelante para construir la Iglesia».
Volviendo al pasaje bíblico del día presentado por los Hechos de los Apóstoles, Francisco puso de relieve que estamos ante «un obispo, Felipe, uno de los apóstoles, atareado como todos los obispos, y que ese día seguramente tenía sus planes de trabajo». Pero «el Espíritu va y dice: "Levántate y haz esto otro, deja el edificio episcopal y dirígete hacia aquella dirección"». Felipe «obedeció: fue dócil a la voz del Espíritu» y, así, «dejó todo lo que tenía que hacer ese día y fue hacia el sitio indicado». He aquí que el Espíritu lo invita a ir «por el camino que baja de Jerusalén a Gaza», sin darle explicaciones: "¡Tú ponte en camino!"».
Precisamente por la senda que se le había indicado, Felipe se encuentra con «este señor, que era un prosélito etíope: es el ministro de economía, es uno de los grandes de la reina de Etiopía». Ese hombre, explicó el Papa, «había venido a adorar a Dios: adoraba a Dios y leía la Escritura». Es el Espíritu quien sugiere a Felipe acercarse a ese carro. Y, de nuevo, «él obedeció, dócil a la Palabra de Dios».
Los Hechos de los apóstoles nos cuentan que «Felipe corrió hasta él y le oyó leer el profeta Isaías; y le dijo: "¿Entiendes lo que vas leyendo?". Él contestó: "¿Cómo lo puedo entender si nadie me hace de guía?"». Y así «invitó a Felipe a subir al carro; y Felipe le explicaba lo que Isaías profetizaba: es decir a Jesucristo». En una palabra, Felipe le «explicó la salvación del Evangelio».
«Tal vez esta explicación fue un poco larga -afirmó el Pontífice- pero iban viajando, seguramente hablaban: el etíope hacía preguntas, Felipe respondía y también el Espíritu trabajaba en el corazón del etíope». Y precisamente el Espíritu «le dio el don de la fe: este hombre sintió algo nuevo en su corazón». Y, dijo el Papa, «siguiendo el camino, dialogando, llegaron a un sitio donde había agua y, como era un hombre práctico, tenía una profesión práctica, concreta, dijo: "Aquí hay agua; ¿qué impide que yo sea bautizado?"». Así «acoge la fe y pide el Bautismo: ¡es dócil! La docilidad al Espíritu».
He aquí la historia de «dos hombres: un evangelizador y uno que no sabía nada de Jesús, pero el Espíritu había sembrado la curiosidad sana y no esa curiosidad de las habladurías». Y «el Espíritu le da el don de la fe». Francisco explicó que, tal vez, «después de la ceremonia de este Bautismo, nosotros pensamos que quizá los dos siguieron hablando, dialogando: no, cuando salieron del agua -dice la Escritura- el Espíritu del Señor arrebató a Felipe: ¡inmediatamente! Y el eunuco ya no lo vio más». Los Hechos de los Apóstoles dicen que «Felipe, dócil, se encontró en Azoto para evangelizar». Cierto, esto «no estaba en sus proyectos, pero fue dócil al Espíritu». Y, en cambio, «¿qué le pasó al eunuco? No le vio más. ¿Lloró? ¡No! ¿Se lamentó? ¡No!». Es más, la Escritura nos dice que «siguió gozoso su camino: la alegría del Espíritu, de la docilidad al Espíritu».
Los días pasados, recordó Francisco, «hemos escuchado lo que produce la resistencia al Espíritu» mientras que «hoy tenemos un ejemplo de dos hombres que fueron dóciles a la voz del Espíritu». Y lo que los distingue «es la alegría» porque «la docilidad al Espíritu es fuente de alegría». He aquí por qué es importante decirse a sí mismo «yo quisiera hacer algo, esto, pero siento que el Señor me pide otra cosa: la alegría la encontraré allí, donde está la llamada del Espíritu».
El Papa propuso también «una hermosa oración para pedir esta docilidad», la encontramos, explicó, «en el primer libro de Samuel: el joven Samuel dormía y escuchó la llamada y pensó que era el sacerdote Elí». Así, «se levantó inmediatamente y fue a él: "Aquí estoy"». Pero Elí le dijo que no lo había llamado. Samuel, recordó Francisco, «volvió a la cama» pero escuchó nuevamente la llamada por segunda vez y luego por tercera vez. Elí, afirmó el Papa, «no era un buen sacerdote, pero entendía las cosas de Dios: comprendió que era el Señor quien llamaba». Por ello dijo a Samuel: «Vete y acuéstate, y si te llaman, dirás: "Habla Señor, que tu siervo escucha"». Precisamente «esta -dijo el Pontífice- es una hermosa oración que podemos hacer nosotros, siempre: "Habla Señor, porque yo escucho"».
Es la oración, concluyó, «para pedir la docilidad al Espíritu Santo y con esa docilidad llevar adelante la Iglesia, ser los instrumentos del Espíritu para que la Iglesia pueda seguir adelante». Sí, «Habla Señor, porque tu siervo escucha», repitió Francisco, invitando nuevamente a rezar «así, muchas veces al día: cuando tenemos una duda, cuando no sabemos o cuando sencillamente queremos rezar». Y «con esta oración pidamos la gracia de la docilidad al Espíritu Santo».