Cuando un hombre se ve por los suelos
Viernes 15 de abril de 2016
«Levántate»: es la invitación que el Señor le hace a Saulo, caído en tierra en el camino hacia Damasco, y a Ananías, enviado a bautizar al perseguidor convertido. «Levántate y vete», dijo el Papa, es una invitación también para cada uno de nosotros, porque un cristiano «debe estar de pie y con la cabeza erguida», mientras que «un hombre con el corazón cerrado es un hombre que está por los suelos». Con una meditación sobre el pasaje bíblico de la conversión de Saulo, tomado de los Hechos de los apóstoles (Hch 9, 1-20), en la misa celebrada en Santa Marta el viernes 15 de abril Francisco volvió a hablar de la importancia de la docilidad a la acción del Espíritu Santo y a reflexionar «sobre la actitud de las personas que tienen el corazón cerrado, el corazón duro, el corazón soberbio».
La liturgia del jueves 14 había puesto de relieve «cómo tanto el apóstol Felipe como el ministro de la reina tenían un corazón abierto a la voz del Espíritu». El viernes de la tercera semana de Pascua, en cambio, nos invita a confrontarnos con la historia de Saulo, «historia de un hombre que deja que Dios le cambie el corazón: la transformación de un hombre de corazón cerrado, duro, torcido, en un hombre de corazón dócil al Espíritu Santo».
Saulo, explicó el Pontífice, «estuvo presente en el martirio de Esteban» y «estuvo de acuerdo». Era «un hombre joven, fuerte, valiente, celoso de su fe, pero con el corazón cerrado»: en efecto, no sólo «no quería escuchar hablar de Jesucristo» sino que fue más allá y comenzó «a perseguir a los cristianos». Por ello, seguro de sí mismo, pidió el permiso para «hacer lo mismo» en Damasco.
Mientras iba de camino, continuó el Papa resumiendo el episodio, «de repente le rodeó una luz venida del cielo», y «al caer en tierra oyó una voz». Precisamente él, «Saulo el fuerte, el seguro, estaba caído por tierra», mostrando así a todos «la imagen de un hombre con el corazón cerrado», o bien «un hombre caído en tierra». Y allí en lo bajo, continuó Francisco, él «comprende su verdad; comprende que no era un hombre como lo quería Dios, porque Dios nos ha creado, a todos nosotros, para estar de pie, con la cabeza erguida».
Ante esta situación el Señor pronuncia «una palabra clave, la misma que había dicho a Felipe para darle la misión de ir al encuentro del prosélito etíope: "¡Tú, levántate y ponte en camino!". No sólo, también a Saulo, hombre seguro, que lo sabía todo, se le dice: «Entra en la ciudad y se te dirá lo que debes hacer». Como si se le dijese: «Tú aún debes aprender». Una humillación. Y no era todo.
Al levantarse, Saulo «se dio cuenta de que estaba ciego» y es así que «se dejó llevar de la mano». Precisamente aquí, acotó el Papa, «el corazón comenzó a abrirse», obligado a ser llevado de la mano hacia Damasco. «Este hombre había caído en tierra» y «comprendió inmediatamente que tenía que aceptar esta humillación». Al respecto el Pontífice explicó que «la humillación» es «precisamente el camino para abrir el corazón». En efecto, «cuando el Señor nos envía humillaciones o permite que lleguen las humillaciones, es precisamente para esto: para que se abra el corazón, para que sea dócil» y «se convierta al Señor Jesús».
El relato se desplaza luego a la figura de Ananías. También a él el Señor le dice: «Levántate y vete… Vete». Así, el discípulo «fue, entró en la casa, le impuso las manos y le dijo: "Saúl, hermano, me ha enviado a ti el Señor Jesús…. para que recobres la vista y seas lleno del Espíritu Santo"». Una frase que contiene un detalle fundamental: «el protagonista de estas historias -hizo notar Francisco- no son ni los doctores de la Ley, ni Esteban, ni Felipe, ni el eunuco, ni Saulo… es el Espíritu Santo. Protagonista de la Iglesia es el Espíritu Santo que conduce el pueblo de Dios».
En este punto, en los Hechos de los apóstoles se lee que a Saúl le «cayeron de sus ojos unas como escamas, y recobró la vista; se levantó y fue bautizado»: su «dureza de corazón», con el paso de la humillación, se había convertido en «docilidad al Espíritu Santo». Él, «que se creía ser quien tenía la verdad y perseguía a los cristianos, recibe la gracia del Señor de ver y comprender su verdad: "¡Tú eres un hombre caído en tierra y debes levantarte!"».
Es una lección para todos: «es hermoso -dijo el Papa- ver cómo el Señor es capaz de cambiar el corazón y hacer que un corazón duro y terco se convierta en un corazón dócil al Espíritu». Es necesario, añadió, que «no olvidemos aquellas palabras clave». Sobre todo: «Levántate», porque «un cristiano debe estar en pie y con la cabeza erguida». También: «Vete», porque «un cristiano debe ir, no permanecer cerrado en sí mismo». En conclusión: «Déjate guiar», así como Pablo, que «se dejó guiar como un niño; confió en las manos de otro, que no conocía». En todo esto, explicó el Pontífice, está «la obra del Espíritu Santo».
Este mensaje es para todos, porque todos «tenemos durezas en el corazón»: quien «no las tiene», añadió el Papa, «que, por favor, levante la mano». Por ello, sugirió Francisco, «pidamos al Señor que nos haga ver que estas durezas nos tiran por tierra; que nos dé la gracia y también -si fuese necesario- las humillaciones para no permanecer caídos en tierra y levantarnos, con la dignidad con la que nos ha creado Dios, y, también, la gracia de un corazón abierto y dócil al Espíritu Santo».