Desde Pentecostés el «protagonista de la Iglesia» es el Espíritu Santo: es él quien «mueve todo», quien ayuda «a ser fuertes en el martirio» pero también a «vencer las resistencias» que pueden surgir en el seno de la comunidad cristiana misma. Es la historia de un camino –recorrido por la Iglesia desde los orígenes hasta nuestros días– la que contó el Papa Francisco en la homilía durante la misa celebrada en Santa Marta el jueves 28 de abril. Un camino que, desde las primeras discusiones entre los apóstoles, se ha visto marcado por algunas actitudes: «reunirse», «escucharse», «discutir», «rezar y decidir» con el Espíritu Santo. Es, puso de relieve el Pontífice, la senda «de la sinodalidad», en la cual «se expresa la comunión de la Iglesia», que es obra del Espíritu.
«El protagonista de la Iglesia, del trabajo de la Iglesia, de crecimiento de la Iglesia» es el Espíritu. Como lo recordó el Papa, se trata de un dato que emerge claramente de las Escrituras. Es Él, en efecto, «quien desde el primer momento ha dado la fuerza a los apóstoles, uno por uno, de proclamar el Evangelio, el nombre de Jesús». El Espíritu «dijo a Felipe: "Dirígete por aquel camino, donde estaba el prosélito etíope y escucha…"»; igualmente envió a Pedro a Cesarea y a Pablo «dijo: "Ven a Macedonia", en un sueño». Precisamente allí, donde Pablo y Sila fueron encarcelados, fue también el Espíritu quien movió el corazón del carcelero que, ante hechos extraordinarios –en los Hechos de los apóstoles se lee: «De repente se produjo un terremoto tan fuerte que los mismos cimientos de la cárcel se conmovieron. Al momento quedaron abiertas todas las puertas y se soltaron las cadenas de todos» (Hch 16, 26)– pidió el bautismo.
Concluyó el Pontífice: «Es el Espíritu quien lo hace todo, el Espíritu que conduce a la Iglesia hacia adelante». Pero, añadió, la conduce hacia adelante «incluso en la confrontación con sus problemas». Así, «cuando se desata la persecución, después del martirio de Esteban, por ejemplo, es el Espíritu el que da la fuerza a los creyentes para permanecer en la fe. Y es también Él «quien hace huir a los creyentes de Jerusalén, después del martirio de Esteban» y los impulsa a «llevar la fe en Jesús a otros sitios».
También en el pasaje propuesto por la liturgia del día, tomado de los Hechos de los apóstoles (Hch 15, 7-21), se encuentra la acción del Espíritu «que conduce hacia adelante a la Iglesia; y lo hace en momentos de paz, gozosos, de conversión, pero también en los momentos difíciles de persecución y también de resistencias y de obstinación de los doctores de la ley». En el pasaje en cuestión, en efecto, se lee sobre la «resistencia de los que creían que Jesús hubiese venido sólo para el pueblo elegido». Ellos, al escuchar que el Espíritu Santo había venido «sobre los paganos, sobre los griegos, sobre los que no pertenecían al pueblo de Israel», se rebelaron diciendo: «Pues no, esto no se puede hacer». Incluso inspirados por una «buena voluntad», oponían «resistencia». Así como cuando ellos mismos introducían otras excepciones: «Pues, sí, es verdad, el Espíritu Santo descendió sobre ellos, pero deben hacen el camino según la ley, para llegar a la gracia, es decir la circuncisión y todos los ritos de pertenencia al pueblo de Israel».
Era una situación de «gran confusión», desatada por las que el Papa definió «las sorpresas del Espíritu». O sea que «el Espíritu llevaba el corazón por un camino nuevo» y los apóstoles «se encontraron en medio de situaciones que nunca habrían imaginado, situaciones nuevas». El problema era: «¿cómo gestionar estas nuevas situaciones?». No por casualidad el pasaje de los Hechos de los apóstoles comienza especificando: «En aquellos días, se produjo con esto una gran discusión…». Y se trataba, destacó Francisco, de una discusión «encendida» porque los apóstoles por una parte «tenían la fuerza del Espíritu –el protagonista– que impulsaba a ir adelante, adelante, adelante»; pero al mismo tiempo el Espíritu «los conducía a ciertas novedades, ciertas cosas que nunca se habían hecho», es más, «ni siquiera las habían imaginado». Como, por ejemplo, el hecho de que los paganos pudiesen recibir el Espíritu Santo. Por ello se preguntaban: «¿Qué tenemos que hacer?». En definitiva, explicó el Pontífice usando una expresión común, «tenían la patata caliente en las manos, y no sabían qué hacer».
En los Hechos de los apóstoles se lee que por este motivo se tuvo una reunión en la que cada uno contó «su propia experiencia –Pablo, Bernabé, Pedro mismo»– y cómo al final los apóstoles «se pusieron de acuerdo». Pero, destacó el Papa, antes de la solución final se nota «algo bonito: "Toda la asamblea calló y escucharon a Bernabé y a Pablo contar todas las señales y prodigios que Dios había realizado por medio de ellos entre los gentiles». Así, pues, del relato surge un aspecto fundamental: la «escucha, no tener miedo de escuchar». Es importante porque, dijo Francisco, «cuando uno tiene miedo de escuchar, no tiene el Espíritu en su corazón». Y, sobre todo, es importante «escuchar con humildad».
Sólo «después de haber escuchado», en efecto, los apóstoles «decidieron enviar a las comunidades griegas, es decir a los cristianos que procedían del paganismo», algunos discípulos «para tranquilizarlos y decirles: "Está bien, seguid así"». Por lo tanto, «se pusieron de acuerdo, enviaron a estos hermanos y decidieron escribir una carta». Y también en esa carta, recordó el Pontífice, «el protagonista es el Espíritu Santo». En la misma se lee: «Que hemos decidido el Espíritu Santo y nosotros…» y en otras traducciones: «El Espíritu Santo y nosotros hemos decidido…». Es decir, está claro que los apóstoles «con el Espíritu guían a la Iglesia».
La lectura del día es, sin lugar a dudas, indicativa de cuál es «el camino de la Iglesia ante las persecuciones» y también ante las «sorpresas del Espíritu, porque el Espíritu siempre nos sorprende». ¿Cómo se afrontan los problemas? «Con la reunión, la escucha, la discusión, la oración y la decisión final. Y allí está el Espíritu». Un estilo, un camino seguido desde los orígenes «hasta hoy», cada vez que «el Espíritu nos sorprende» con algo de lo cual se dice: «nunca se hizo así»; o bien: «se debe hacer así».
«Pensad –añadió el Papa recurriendo a un ejemplo "más cercano a nosotros"– en el Vaticano ii, en las resistencias que tuvo el Concilio Vaticano ii». También hoy, dijo, hay «resistencias que siguen de una forma o de otra, y el Espíritu sigue adelante». Pero «el camino de la Iglesia es este: reunirse, compartir, escucharse, discutir, rezar y decidir. Y esto es la así llamada sinodalidad de la Iglesia, en la cual se expresa la comunión de la Iglesia».
Y una vez más, explicó Francisco, encontramos al «protagonista» de siempre. En efecto, «¿quién construye la comunión? ¡Es el Espíritu!»; y «¿qué nos pide el Señor? Docilidad al Espíritu», o sea «no tener miedo, cuando vemos que es el Espíritu el que nos llama». A veces, es más, es el Espíritu mismo quien «nos detiene» y nos indica el camino justo. Seguramente el Espíritu «no nos deja solos» y «nos da el valor, nos da la paciencia, nos hace segur seguros por el camino de Jesús, nos ayuda a vencer las resistencias y a ser fuertes en el martirio». Este espíritu, concluyó el Papa, «es el don del Padre, que Jesús ha enviado».
De aquí la invitación final del Pontífice: «Pidamos al Señor la gracia de comprender cómo sigue adelante la Iglesia, de comprender cómo desde del primer momento ha afrontado las sorpresas del Espíritu» y pidamos, también, para cada uno de nosotros, «la gracia de la docilidad al Espíritu».