En la vida del cristiano hay un «doble testimonio»: el del Espíritu que «abre el corazón» mostrando a Jesús, y el de la persona que «con la fuerza del Espíritu» anuncia «que el Señor vive». Un testimonio, este último, para dar «no tanto con las palabras» sino con la «vida», incluso a costa de «pagar el precio» de las persecuciones.
Fueron una vez más el Espíritu Santo y su acción en el corazón de cada creyente el centro de la meditación del Papa Francisco durante la misa celebrada en Santa Marta el lunes 2 de mayo. La liturgia, en efecto, sigue proponiendo los pasajes de los Hechos de los apóstoles (Hch 16, 11-15) con las primeras misiones de la Iglesia naciente y pasajes del discurso de Jesús durante la última cena (Jn 15, 26 - 16, 4). En especial, en el Evangelio del día se lee que Jesús «habla del testimonio que el Espíritu Santo, el Paráclito, dará de Él y del testimonio que nosotros deberíamos dar también de Él». Y Francisco destacó que aquí la palabra «más fuerte» es precisamente «testimonio».
El testimonio del Espíritu se encuentra también en la primera lectura donde, mientras se habla de Lidia, una «comerciante de púrpura de la ciudad de Tiatira, una creyente en Dios», se dice: «El Señor le abrió el corazón para que se adhiriese a las palabras de Pablo». Pero «¿quién ha tocado el corazón de esta mujer?» se preguntó el Pontífice, recordando que Lidia «percibió dentro de sí» algo que la impulsaba a decir: «¡Esto es verdad! ¿Estoy de acuerdo con lo que dice este hombre, este hombre que da testimonio de Jesucristo»? La respuesta es: «El Espíritu Santo». Es Él «quien hizo sentir a esta mujer que Jesús es el Señor; hizo sentir a esta mujer que la salvación estaba en la palabras de Pablo; hizo sentir a esta mujer un testimonio».
Por lo tanto, explicó el Papa, es el Espíritu quien «da testimonio de Jesús. Y cada vez que nosotros sentimos algo en el corazón que nos acerca a Jesús, es el Espíritu quien trabaja dentro». Jesús mismo explicó a sus discípulos la acción del Espíritu: «Os enseñará y os recordará todo lo que os he dicho». Y el Espíritu, añadió Francisco, «continuamente abre el corazón, como abrió el corazón de esta señora Lidia», y «da testimonio para escuchar y recordar lo que Jesús nos ha enseñado».
Pero el testimonio, explicó el Papa, «es doble». O sea: «el Espíritu nos da testimonio de Jesús y nosotros damos testimonio del Señor con la fuerza del Espíritu». Lo recuerda una vez más Jesús en el pasaje evangélico: «Cuando venga el Paráclito, que yo os enviaré junto al Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, él dará testimonio de mí. Pero también vosotros daréis testimonio, porque estáis conmigo desde el principio». Y el Señor, destacó Francisco, insiste en las características de este testimonio –«tal vez los discípulos no comprendían bien», dijo– y añadió: «Os he dicho esto para que no os escandalicéis». Les explica «el precio del testimonio cristiano» de forma directa: «Os expulsarán de las sinagogas. E incluso llegará la hora en que todo el que os mate piense que da culto a Dios».
Así, pues, resumió el Pontífice, «el cristiano, con la fuerza del Espíritu, da testimonio de que el Señor vive, que el Señor ha resucitado, que el Señor está entre nosotros, que el Señor celebra con nosotros su muerte, su resurrección, cada vez que nos acercamos al altar»; y lo hace «en su vida cotidiana, con su modo de obrar». Es, añadió, «el testimonio continuo del cristiano». Al mismo tiempo, el cristiano debe ser consciente de que a veces este testimonio «provoca ataques, provoca persecuciones»: son «las pequeñas persecuciones», como las de las «habladurías» y de las «críticas», pero también las persecuciones de las que «la historia de la Iglesia está llena», es decir, las que conducen «a los cristianos a la cárcel» o «incluso a dar la vida».
Es, por lo tanto, el «Espíritu Santo que nos dio a conocer Jesús» el que nos impulsa «a darlo a conocer, no tanto con las palabras, sino con el testimonio de vida». Y, sugirió concluyendo el Papa, «es bueno pedir al Espíritu Santo que venga a nuestro corazón, para dar testimonio de Jesús» y rezar así: «Señor, que yo no me aleje de Jesús. Enséñame lo que ha enseñado Jesús. Haz que recuerde lo que dijo e hizo Jesús y, también, ayúdame a dar testimonio de estas cosas. Que la mundanidad, las cosas fáciles, las cosas que vienen precisamente del padre de la mentira, del príncipe de este mundo, el pecado, no me aleje del testimonio; que no me escandalice, como dice Jesús, de ser cristiano, porque alguien me evita o porque hay persecuciones».