El cristiano no anestesia el dolor, ni siquiera el dolor más grande que hace vacilar la fe, y no vive la alegría y la esperanza como si fuese siempre carnaval. Pero encuentra el sentido de su existencia en el perfil de una mujer que da a luz: cuando nace el niño está tan feliz que ya no recuerda su sufrimiento. Es esta la apremiante imagen propuesta por Jesús mismo que el Papa relanzó en la misa del viernes 6 de mayo, por la mañana, en la Casa Santa Marta.
«En la liturgia de la Ascensión del Señor –dijo inmediatamente Francisco, refiriéndose a la celebración festiva del día anterior– la Iglesia estalla en una actitud que no es habitual, y al inicio la primera oración es un grito: "¡Exulte, Señor, tu Iglesia!"». Sí, continuó, «exultar, con la esperanza de vivir y llegar hasta el Señor: "Que exulte de alegría tu Iglesia"». Una invocación que expresa «precisamente la alegría que invade toda la Iglesia, alegría y esperanza: van juntas». En efecto, «una alegría sin esperanza es una simple diversión, una alegría pasajera». Y «una esperanza sin alegría no es esperanza, no va más allá de un sano optimismo».
He aquí por qué «alegría y esperanza van juntas –explicó Francisco–, y ambas producen esa explosión que la Iglesia en su liturgia casi, me permito decir la palabra, sin pudor grita: "Que exulte tu Iglesia", que exulte de alegría, sin formalidad». Porque «cuando existe una alegría fuerte, no hay formalidad: hay alegría». Así, pues, repitió el Papa, «que exulte de alegría tu Iglesia y viva en la esperanza».
«Con tres pinceladas –afirmó el Pontífice– la Iglesia nos dice cuál debe ser la actitud cristiana: alegría y esperanza juntas». Así, «la alegría hace fuerte a la esperanza y la esperanza florece en la alegría». Y «ambas, estas dos virtudes cristianas, indican un salir de nosotros mismos: la persona alegre no se cierra en sí misma; la esperanza te lleva allí, es el ancla que está en la playa del cielo y te saca fuera». De este modo, podemos «salir de nosotros mismos con la alegría y la esperanza». Se trata de una reflexión que hace referencia al pasaje evangélico de Juan (Jn 16, 20-23) propuesto por la liturgia.
«El Señor nos dice que habrá problemas –continuó el Papa–; y en la vida esta alegría y esperanza no son un carnaval, es otra cosa, pues hay que afrontar las dificultades». Francisco volvió a proponer «la imagen que usa el Señor hoy en el Evangelio: la mujer cuando llega a la hora del parto». Sí, explicó, «la mujer, cuando da a luz, experimenta el dolor porque ha llegado su hora; pero cuando nace el niño ya no se acuerda del sufrimiento».
Y es precisamente «lo que hacen, en nuestra vida, la alegría y la esperanza juntas cuando pasamos por tribulaciones, cuando tenemos problemas, cuando sufrimos». No se trata, ciertamente, de «una anestesia: el dolor es dolor, pero vivido con alegría y esperanza te abre la puerta a la alegría de un fruto nuevo».
«Esta imagen del Señor nos debe ayudar mucho en las dificultades», aseguró el Papa, también en las «peores, en las situaciones feas, que incluso nos hacen dudar de nuestra fe». Pero «con la alegría y la esperanza sigamos adelante, porque después de esta tempestad llega un hombre nuevo, como la mujer cuando da a luz».
«También vosotros estáis tristes ahora», son las palabras de Jesús a los discípulos que nos transmite el Evangelio. E inmediatamente los tranquiliza: «Pero volveré a veros y se alegrará vuestro corazón y vuestra alegría nadie os la podrá quitar».
Son palabras que se deben poner de relieve, añadió el Pontífice: «La alegría humana puede ser borrada por cualquier cosa, por cualquier dificultad. Pero esta alegría que el Señor nos da, que nos hace exultar, nos hace gozar en la esperanza de encontrarlo, esta alegría nadie la puede quitar, es duradera. Incluso en los momentos más oscuros».
Francisco concluyó su meditación con el deseo de que «el Señor nos dé la gracia de una alegría grande que sea expresión de la esperanza; y una esperanza fuerte que se convierta en alegría en nuestra vida».