«Quemar la vida por causas nobles»: he aquí una oportunidad ofrecida a los jóvenes de hoy, que inmersos en una «cultura del consumismo» y «del narcisismo» a menudo se ven insatisfechos y poco felices. En la misa celebrada el martes 10 de mayo en Santa Marta, el Papa Francisco puso en el centro de su reflexión el testimonio de los misioneros –«la gloria de nuestra Iglesia»– proponiéndolo como modelo para los jóvenes.
La homilía del Pontífice se inspiró en la primera lectura del día tomada de los Hechos de los apóstoles (Hch 20, 17-27), en la cual se lee que –dijo el Papa– «podríamos llamar la "despedida de un apóstol"». Es el pasaje en el cual «Pablo convoca en Mileto a los presbíteros de Éfeso y les dice que ya no los volverá a ver, porque debe marcharse, porque el Espíritu lo impulsa a ir a Jerusalén».
Analizando esto texto, se ve que, ante todo, el apóstol hace «un examen de conciencia: "Vosotros sabéis cómo me comporté siempre con vosotros, desde el primer día que entré en Asia"». Es una ponderación en la cual Pablo «relata su forma de comportamiento» y, en un primer momento, parece también «que alardea un poco». En realidad «no es así», y él mismo añade: «Sencillamente fue el Espíritu quien me condujo a esto». Luego continua: «Impulsado por el Espíritu voy a Jerusalén. El Espíritu me mandó aquí a anunciar a Jesús y el Espíritu ahora me llama a ir a Jerusalén». Después del examen de conciencia emerge otro elemento: la «docilidad» al Espíritu Santo. Es un despedida en la cual Pablo expresa tanto «una nostalgia al mirar hacia atrás lo que el Señor hizo con Él», como «un sentimiento de agradecimiento al Señor».
Este pasaje de la Escritura, destacó Francisco, hace recordar «el bonito texto literario del español Pemán» en el cual se lee «la descripción de la despedida de la vida de san Francisco Javier ante las playas de China. También él hace un examen de conciencia: solo, ante Dios».
Significativo es también cómo continúa la narración, porque nos podemos preguntar: «¿Qué le espera a Pablo?». En efecto, el apóstol escribe que «va a Jerusalén "sin saber lo que allí me sucederá"». Como un misionero que parte «sin saber lo que le espera». De una única cosa está seguro: «Solamente sé que en cada ciudad el Espíritu Santo me testifica que me aguardan prisiones y tribulaciones». Y, comentó el Pontífice, también «el misionero sabe que no será fácil la vida, pero sigue adelante».
Por último Pablo añade «otra verdad, que hace llorar a los presbíteros de Éfeso: "Y ahora yo sé que ya no volveréis a ver mi rostro ninguno de vosotros"». Por ello «da algunos consejos. Lo acompañan hasta la nave y en la playa se arrojaron al cuello, llorando… Y así se despide» de la comunidad de Éfeso, en la ciudad de Mileto. «El fin del apóstol es el fin de los misioneros» comentó el Papa. «Creo –explicó– que este pasaje» evoca «la vida de nuestros misioneros: muchos jóvenes, chicos y chicas, que dejaron la patria, la familia y se marcharon lejos, a otros continentes, a anunciar a Jesucristo». También ellos «iban "obligados" por el Espíritu Santo», era su «vocación». Y hoy, cuando en esos sitios «vamos a los cementerios» y «vemos sus lápidas», nos damos cuenta que «muchos murieron jóvenes, con menos de cuarenta años», a menudo porque no estaban preparados para soportar las enfermedades del lugar. Entendemos que estos jóvenes «entregaron la vida», «quemaron la vida». Significativa la reflexión de Francisco: «Pienso que ellos, en ese último momento, lejos de su patria, de su familia, de sus seres queridos, dijeron: "Valió la pena hacer aquello que he hecho!"».
Al recordar a estos jóvenes, «héroes de la evangelización de nuestros tiempos», recordando cómo Europa llenó otros continentes de misioneros que partían sin regresar –y que probablemente, en su «último momento», el de «la despedida», dijeron como Javier: «He dejado todo, ¡pero valió la pena!»– el Papa afirmó: «Creo que sería justo dar gracias al Señor por su testimonio». Algunos murieron «anónimos», otros como «mártires y entregando la vida por el Evangelio»: estos misioneros son, dijo Francisco, «¡nuestra gloria! ¡La gloria de nuestra Iglesia!».
Ante estos ejemplos, el Pontífice tuvo un recuerdo para los «chicos y las chicas de hoy», a menudo incómodos en la «cultura del consumismo, del narcisismo». Y a ellos les dijo: «¡Mirad el horizonte! Mirad hacia allí, mirad a nuestros misioneros». Por esto, añadió, es necesario «rezar al Espíritu Santo que les impulse a ir lejos, a "quemar" la vida». Usó precisamente esta expresión fuerte precisando: «Es una palabra un poco dura, pero la vida vale la pena vivirla; pero para vivirla bien» hay que «"quemarla" en el servicio, en el anuncio; y seguir adelante. Es esta la alegría del anuncio del Evangelio».
Concluyendo la homilía, el Papa exhortó a todos a dar gracias al Señor «por Pablo, por su capacidad de ir a un sitio y dejar ese sitio cuando el Espíritu Santo lo llama en otra parte», pero también «por los muchos misioneros de la Iglesia» que, en el pasado como aún hoy, han tenido la valentía de partir. El Pontífice también invitó a rezar a fin de que el Espíritu entre «en el corazón de nuestros jóvenes», donde «hay alguna insatisfacción», y «les oblige a ir más allá, a quemar la vida por las causas nobles». Probablemente, dijo, de esto quedará sólo «una lápida, con el nombre, la fecha de nacimiento, la fecha de la muerte; y pasados algunos años nadie se acordará de ellos», pero ellos se «habrán despedido del mundo sirviendo. Y esto es algo hermoso». De aquí la invocación final: «Que el Espíritu Santo, que viene ahora, siembre en el corazón de los jóvenes estas ganas de ir a anunciar a Jesucristo, "quemando" la propia vida».