Un «buen freno en la lengua» cuando nos acomete la tentación de murmurar. Porque precisamente «las cizañeras» –como llaman en Argentina a las personas que hacen circular rumores– son un antitestimonio cristiano, causando también divisiones en la Iglesia. Contra este modo de comportarse, por desgracia muy difundido en el ámbito eclesial, puso en guardia Francisco en la misa celebrada el jueves 12 de mayo por la mañana en la capilla de la Casa Santa Marta. «Jesús ora: "Alzando los ojos al cielo, dijo"», relata Juan en el pasaje evangélico (Jn 17, 20-26) propuesto por la liturgia del día. Y Francisco observó enseguida que «Jesús pidió por todos, no pidió solo por los discípulos, que estaban en la mesa con él, sino por todos». En efecto, escribe Juan, citando sus palabras: «No pido solo por estos, sino también por aquellos que creerán en mí por medio de su palabra». Esto quiere decir, afirmó el Pontífice, que Cristo «pide por nosotros: pidió por mí, por ti, por ti, por ti, por cada uno de nosotros». Y no cesó: «Jesús sigue haciéndolo en el cielo, como intercesor». Es importante comprender «qué pide Jesús en este momento al Padre: "Para que todos sean uno, como tú, Padre, en mí y yo en ti", que ellos también sean uno en nosotros».
En efecto, «cree y pide por la unidad, la unidad de los creyentes, de las comunidades cristianas». Pero piensa en «una unidad como es la que él tiene con el Padre y el Padre con él: una unidad perfecta». Y la oración, según el relato del evangelio de Juan, termina así: «Para que el mundo crea que tú me has enviado». Por eso «la unidad de las comunidades cristianas» y «de las familias cristianas» es «el testimonio del hecho de que el Padre envió a Jesús». Francisco dijo que era consciente de que «una de las cosas más difíciles es, quizá, llegar a la unidad de una comunidad cristiana, una parroquia, un obispado, una institución cristiana, una familia cristiana».
Por desgracia, insistió, «nuestra historia, la historia de la Iglesia, nos hace avergonzar muchas veces: hicimos guerras contra nuestros hermanos cristianos, pensemos en una, la guerra de los Treinta años».
Jesús, en cambio, «dice otra cosa: "Si los cristianos se hacen la guerra entre ellos es porque el Padre no envió a Jesús, no hay testimonio"». Por nuestra parte, dijo el Pontífice, «debemos pedir tanto perdón al Señor por esta historia; una historia, muchas veces, de divisiones y no solo en el pasado, sino también hoy, también hoy». Y «el mundo ve que estamos divididos y dice: "Que se pongan de acuerdo entre ellos, después vemos, pero, ¿cómo Jesús ha resucitado y está vivo, y sus discípulos no se ponen de acuerdo?"».
«¡Ni siquiera en la Pascua estamos unidos!», insistió Francisco. Tanto que «una vez, un cristiano católico le preguntó a un cristiano de Oriente, también él católico: ‘Mi Cristo resucita pasado mañana, y el tuyo, ¿cuándo resucita?’». Y así termina con que «el mundo no cree».
En este punto, el Papa se preguntó cómo entran «las divisiones en la Iglesia». Y la respuesta fue una invitación a olvidar por el momento «esta gran división entre las Iglesias cristianas» e ir directamente, por ejemplo, a «nuestras parroquias». El problema, advirtió Francisco, es que «el diablo ha entrado en el mundo por envidia, dice la Biblia, ha sido la envidia del diablo la que hace entrar el pecado en el mundo». Así, «existe el egoísmo porque yo quiero ser más que el otro y muchas veces –diría que es casi habitual en nuestras comunidades, parroquias, instituciones, obispados– nos encontramos con divisiones fuertes que comienzan precisamente de los celos, la envidia, y esto lleva a murmurar uno del otro, se murmura tanto». Y refiriéndose a un modo de sentir difundido en las parroquias, «en mi tierra es muy común», el Papa confió: «Una vez oí decir algo en un barrio: ‘Yo no voy a la iglesia porque mira esta, va todas las mañanas a misa, recibe la comunión y después va murmurando de casa en casa: para ser cristiano así, prefiero no ir, como va esta chismosa’». Y prosiguió: «En mi tierra, a estas personas se las llama ‘cizañeras’: siembran cizaña, dividen, y las divisiones comienzan con la lengua por envidia, celos y también por cerrazón». Esa «cerrazón» que lleva a sentenciar: «No, la doctrina es esta, y bla, bla, bla».
Al respecto, el Papa recordó que el apóstol Santiago, en el tercer capítulo de su carta, dice: «Somos capaces de poner el freno en la boca al caballo. También una nave, con un pequeño timón, puede ser guiada, y nosotros, ¿no podemos dominar la lengua?». Porque la lengua, escribe Santiago, «es un miembro pequeño, pero se gloría de hacer grandes cosas». Y «es verdad», confirmó Francisco: la lengua «es capaz de destruir una familia, una comunidad, una sociedad; de sembrar odio y guerras, envidia». Y volvió a proponer las palabras de la oración de Jesús: «Padre, pido por los que creerán en mí, para que todos sea uno, como tú y yo». Pero «cuánta distancia» hay entre la oración de Jesús y la vida de «una comunidad cristiana que está habituada a murmurar». Y «por esto Jesús pide al Padre por nosotros».
De ahí la invitación a «pedir al Señor la gracia de que nos dé la fuerza para que en nuestras comunidades no haya estas cosas». Pero, sugirió el Pontífice, «Jesús nos dice cómo debemos ir adelante cuando no estamos de acuerdo o algo del otro no nos gusta: ‘¡Llámalo, habla!’». Y si tu interlocutor «no entiende o no quiere, llama a un testigo y haz que sea mediador». Jesús «nos enseñó» este estilo. Pero «es más cómodo murmurar y destruir la fama del otro».
Para hacer aún más concreta e intensa su meditación, Francisco contó un episodio de la vida de san Felipe Neri: «Una mujer fue a confesarse, y confesó que había murmurado». Pero «el santo, que era alegre, bueno y también de manga ancha, le dice: ‘Señora, como penitencia, antes de darle la absolución, vaya a su casa, agarre una gallina, desplume la gallina y después vaya por el barrio y siembre el barrio con las plumas de la gallina, y luego vuelva’». Al día siguiente, prosiguió Francisco su relato, «volvió la señora: ‘Hice eso, padre, ¿me da la absolución?’». Elocuente la respuesta de san Felipe Neri: «No, falta otra cosa, señora, vaya por el barrio y recoja todas las plumas», porque «murmurar es así: ensucia al otro». En efecto, añadió el Papa, «el que murmura, ensucia, destruye la fama, destruye la vida, y muchas veces sin motivo, contra la verdad».
Por eso «Jesús pidió por nosotros, por todos nosotros que estamos aquí, y por nuestras comunidades, por nuestras parroquias, por nuestras diócesis, ‘que sean uno’».
En conclusión, Francisco exhortó a pedir «al Señor que nos dé la gracia», porque «es tanta, tanta la fuerza del diablo, del pecado que nos impulsa a las divisiones, siempre». En efecto, es necesario dirigirse al Señor para que «nos dé la gracia, nos dé el don que realiza la unidad: el Espíritu Santo», prosiguió el Papa deseando «que nos dé este don que realiza la armonía, porque él es la armonía, la gloria en nuestras comunidades». Y que «nos dé la paz, pero con unidad».
Por eso «pedimos la gracia de la unidad para todos los cristianos, la gran gracia y la pequeña gracia de cada día para nuestras comunidades, nuestras familias».
Y también «la gracia de poner el freno en la lengua».