Dos «actitudes» se reconocen como «signos» inequívocos del ser cristianos: el «servicio en la alegría» e «ir al encuentro de los demás». En la misa celebrada el 31 de mayo en Santa Marta, el Papa Francisco dio consejos para los cristianos que «creen ser tales» pero en realidad «no lo son plenamente». E invitó a seguir el ejemplo de «mujeres valientes» como María, capaces de afrontar dificultades y obstáculos por servir a los demás.
Ante una liturgia del día «llena de la alegría que colma nuestro corazón» el Pontífice eligió en primer lugar algunos pasajes de la primera lectura tomada del profeta Sofonías (So 3, 14-18): «¡Lanza gritos de gozo, hija de Sión, lanza clamores, Israel, alégrate y exulta de todo corazón, hija de Jerusalén! El Señor está en medio de ti, no temerás ya ningún mal»; y también: «Dios está en medio de ti, ¡un poderoso Salvador! Él exulta de gozo por ti, te renueva por su amor; danza por ti con gritos de júbilo». Es decir, explicó, «es Dios quien goza con nosotros», quien «nos renueva». Es un pasaje que expresa «una alegría grande, una alegría que llena nuestro corazón y nuestra vida». Luego Francisco recurrió al Evangelio de Lucas (Lc 1, 39-56): «En el encuentro de María con su prima» -destacó- se respira el «mismo clima de alegría: "Engrandece mi alma al Señor y mi espíritu se alegra en Dios"». También Jesús se alegra y salta en el seno de la madre: «todo es alegría allí, todo».
«Este -comentó el Papa- es el aire fresco que hoy nos trae la liturgia: el mensaje de alegría». Y comentó: qué «cosa fea» son «los cristianos con la cara torcida, los cristianos tristes», una «cosa fea, fea, fea». En efecto, «creen» ser cristianos «pero no lo son plenamente».
En este clima de alegría «que la liturgia hoy nos da como un regalo», el Pontífice quiso poner de relieve dos aspectos: «una actitud» y «un hecho».
La actitud que podemos destacar en el pasaje evangélico es la del «servicio». María, en efecto, «va a servir». Francisco puso de relieve «los dos verbos que introducen esta historia en el Evangelio de Lucas», o sea: «María se levantó», es decir decide: «hago algo», y, por lo tanto, «fue con prontitud». Lo que «asombra», dijo el Pontífice, es precisamente «esta joven de dieciséis años, diecisiete, no más, que va de prisa por este camino, donde seguramente había bandidos, pero era valiente. Se levanta y va». María no encuentra excusas como: «No, estoy embarazada», o también: «Soy la reina del mundo, porque el rey viene a mí». Ella sencillamente «se levanta y va», mostrando, toda su «valentía de mujer».
Al respecto el Papa hizo un paréntesis recordando «a las mujeres valientes que hay en la Iglesia» y que «son como la Virgen»: mujeres que «llevan adelante la familia» y «la educación de los hijos», capaces de afrontar «muchas adversidades, mucho dolor», mujeres «que cuidan a los enfermos… Valientes: se levantan y sirven, sirven». En ellas se reconoce el «signo cristiano» del servicio. Y, al recordar que «quien no vive para servir, no sirve para vivir», Francisco destacó en más de una ocasión la importancia de la actitud del «servicio en la alegría». Una alegría que, de todos modos, requiere también «mortificación», es decir no elegir hacer sólo lo que nos gusta. María, por ejemplo, «se levantó y fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá», fue «lejos», y «seguramente lo hizo sola. Era valiente».
El Evangelio, luego, propone también un «hecho», es decir «el encuentro» entre María e Isabel. «Estas dos mujeres -dijo el Pontífice- se encuentran y se encuentran con alegría, como cuando se encuentran las mujeres que se quieren: se abrazan, se dan un beso…». Un encuentro, en definitiva, caracterizado por la «fiesta». Así, pues, «el encuentro es otro signo cristiano». En efecto, explicó el Papa, «una persona que dice ser cristiana y no es capaz de ir al encuentro de los demás, de encontrarse con los demás, no es totalmente cristiana». Y añadió: «tanto el servicio como el encuentro requieren» la actitud «de salir de sí mismo: salir para servir y salir para encontrar, para abrazar a otra persona».
Precisamente con este tipo de servicio y de encuentro, en María -que una semana antes «trabajaba, sin saber que su prima estaba embarazada», luego, con la «alegría grande de la maternidad» suma «la alegría de servir y la alegría del encuentro»- «se renueva la promesa del Señor» y se realiza «en ese presente». Al respecto comentó Francisco: «Si nosotros aprendiésemos esto -servicio e ir al encuentro de los demás, no rechazar los encuentros-, si nosotros aprendiésemos esto, ¡cuánto cambiaría el mundo!». Y concluyó recordando: «Dos cosas solamente, servir y encontrarse, y experimentaremos la alegría, esta alegría grande de la presencia de Dios en medio de nosotros».