Si las bienaventuranzas son «el navegador para nuestra vida cristiana», están también las «anti-bienaventuranzas» que seguramente nos harán «errar el camino»: se trata del apego a las riquezas, la vanidad y el orgullo. Sobre ello puso en guardia Francisco indicando en la mansedumbre, que no se debe confundir con «tontería», la bienaventuranza sobre la cual se debe reflexionar un poco más. Así, en la misa celebrada el lunes 6 de junio, por la mañana, en la capilla de la Casa Santa Marta, el Pontífice sugirió releer las páginas evangélicas sobre las bienaventuranzas escritas por Mateo y Lucas.
«Podemos imaginar» afirmó Francisco, en qué contexto Jesús pronunció el discurso de las bienaventuranzas, tal como lo presenta Mateo en su Evangelio (Mt 5, 1-12). He aquí entonces a «Jesús, la multitud, el monte, los discípulos». Y «Jesús empezó a hablar y enseñaba la nueva ley, que no cancela a la antigua, porque Él mismo dijo que hasta la última jota de la antigua ley debe ser observada». En realidad Jesús «perfecciona la antigua ley, la lleva a cumplimiento». Y «esta es la ley nueva, esta que nosotros llamamos las bienaventuranzas». Sí, explicó el Papa, «es la nueva ley del Señor para nosotros». En efecto, las bienaventuranzas «son la guía de ruta, de itinerario, son los navegadores de la vida cristiana: precisamente aquí vemos, por este camino, según las indicaciones de este navegador, cómo podemos avanzar en nuestra vida cristiana».
En las bienaventuranzas, destacó Francisco, «hay muchas cosas hermosas: podemos detenernos en cada una hasta las diez de la mañana». Pero «yo quisiera centrarme en cómo el evangelista Lucas explica esto». Respecto al pasaje de Mateo propuesto hoy por la liturgia, afirmó el Papa, Lucas en el capítulo 6 de su Evangelio «dice lo mismo, pero al final añade algo que Jesús dijo: los cuatro lamentos». Precisamente «los cuatro lamentos». Y es así que también Lucas enumeras los «bienaventurados, bienaventurados, bienaventurados, bienaventurados todos». Pero luego añade «ay, ay, ay, ay».
Son precisamente «cuatro lamentos». Es decir: «Ay de vosotros, los ricos, porque habéis recibido vuestro consuelo. Ay de vosotros, los que ahora estáis hartos, porque tendréis hambre. Ay de los que reís ahora, porque tendréis aflicción y llanto. Ay cuando todos los hombres hablen bien de vosotros, pues de ese modo trataban sus padres a los falsos profetas». Y «estos lamentos -continuó el Papa- iluminan el aspecto esencial de esta página, de esta guía de camino cristiano».
El primer «lamento» se refiere a los ricos. «He dicho muchas veces» recordó Francisco, que «las riquezas son buenas» y que «lo que hace mal y que es malo es el apego a las riquezas, ¡ay!». La riqueza, en efecto, «es una idolatría: cuando estoy apegado, entonces pacto con la idolatría». No es ciertamente una casualidad que «la mayor parte de los ídolos sean de oro». Y así están «los que se sienten felices, pues a ellos no les falta nada», tienen «un corazón satisfecho, un corazón cerrado, sin horizontes: ríen, están saciados, no tiene hambre de nada». Y luego están «aquellos a los que les gusta el incienso: a estos les gusta que todos hablen bien de ellos y así están tranquilos». Pero «"ay de vosotros" dice el Señor: esta es la anti-ley, es el navegador equivocado».
Es importante destacar, continuó el Papa, que «estos son los tres peldaños que llevan a la perdición, así como las bienaventuranzas son los peldaños que impulsan hacia adelante en la vida». El primero de los «tres peldaños que llevan a la perdición» es, precisamente, «el apego a las riquezas», cuando se experimenta no tener «necesidad de nada». El segundo es «la vanidad», el hecho de buscar «que todos hablen bien de mí, que todos hablen bien: me siento importante, demasiado incienso» y al final «creo que soy justo, no como ese otro», afirmó Francisco, sugiriendo pensar «en la parábola del fariseo y el publicano: "Te doy gracias porque no soy como los demás hombres"». Tanto es así que cuando nos domina la vanidad se acaba incluso por decir, y esto sucede todos los días, «gracias, Señor, por ser un buen católico, no como el vecino, la vecina».
El tercero es «el orgullo, la saciedad», que son «las formas de reír que cierran el corazón». «Con estos tres peldaños vamos a la perdición» explicó el Papa, porque «son las anti-bienaventuranzas: el apego a las riquezas, la vanidad y el orgullo».
«Las bienaventuranzas, en cambio, son el camino, son la guía para el sendero que nos conduce al reino de Dios», recordó Francisco. Entre todas, sin embargo, «hay una que, no digo que sea la clave, pero nos hace pensar mucho: "Bienaventurado los mansos"». Precisamente «la mansedumbre». Jesús «dice de sí mismo: aprended de mí que soy manso de corazón, que soy humilde y manso de corazón». Así, pues, «la mansedumbre es un modo de ser que nos acerca mucho a Jesús». En cambio «la actitud contraria procura siempre las enemistades, las guerras y muchas cosas malas que suceden». El Papa alertó también acerca de considerar que «la mansedumbre de corazón» pueda ser confundida con «tontería: no, es otra cosa, es la profundidad en la comprensión de la grandeza de Dios, y es adoración».
Antes de continuar con la celebración de la misa, el Pontífice invitó a pensar en las «bienaventuranzas que son el billete, el folio guía de nuestra vida, para no perderse y no perdernos». Y «nos hará bien hoy leerlas: son pocas, cinco minutos, capítulo 5 de Mateo». Sí, propuso, «leerlas un poquito, en casa, cinco minutos, nos hará bien» porque las bienaventuranzas son «el camino, la guía». Y pensar, luego, concluyó, también en las «cuatro anti-bienaventuranzas» que nos presenta el evangelista Lucas, los cuatro lamentos «que hacen que me equivoque de camino y me llevan a acabar mal».