Hay que vivir «la pequeña santidad de la negociación», o sea ese «sano realismo» que «la Iglesia nos enseña»: se trata de rechazar la lógica del «o esto o nada» y de emprender el camino de lo «posible» para reconciliarse con los demás. He aquí la propuesta lanzada por Francisco en la misa celebrada el jueves 9 de junio, por la mañana, en la capilla de la Casa Santa Marta. Con una pequeña nota de ternura: durante la homilía un niño empezó a llorar, pero Francisco tranquilizó inmediatamente a los padres: «No, permanezcamos tranquilos, porque la predicación de un niño en una iglesia es más bonita que la del sacerdote, que la del obispo y que la del Papa. Dejadlo, que es la voz de la inocencia que nos hace bien a todos».
Para su reflexión, el Papa se inspiró en el pasaje del Evangelio de Mateo (Mt 5, 20-26), propuesto por la liturgia: «Jesús está en medio de su pueblo y enseña a los discípulos, enseña la ley del pueblo de Dios». En efecto, «Jesús es ese legislador que había prometido Moisés: "Vendrá uno después de mí…"». Él, entonces, es «el verdadero legislador, el que nos enseña cómo debe ser la ley para ser justos». Pero «el pueblo estaba un poco desorientado, un poco desbandado, porque no sabía qué hacer y los que enseñaban la ley no eran coherentes». Y es Jesús mismo quien les dice: «Haced lo que dicen, pero no lo que hacen». Por lo demás, «no eran coherentes en su vida, no eran un testimonio de vida». Así, «Jesús, en este pasaje del Evangelio, habla de superar: "Vuestra justicia debe ser mayor que la de los escribas y fariseos"». Por lo tanto, «a este pueblo un poco encarcelado en esta jaula sin salida, Jesús indica el camino para salir: salir siempre hacia arriba, superar, ir hacia arriba».
Y en esta dirección, explicó Francisco, Jesús «toma como un primer ejemplo -da muchos ejemplos, ¿no?- el primer mandamiento: amar a Dios y amar al prójimo: "Habéis oído que se dijo a los antepasados: no matarás", uno de los mandamientos de amor al prójimo, "pues yo os digo: todo aquel que se encolerice contra su hermano, será reo ante el tribunal; pero el que llame a su hermano ‘imbécil’, será reo ante el Sanedrín; y el que le llame ‘renegado’, será reo de la gehena de fuego"».
En esencia, Jesús afirma que «es pecado no sólo matar», sino también «insultar y regañar» al hermano. Y «esto hace bien escucharlo», añadió el Papa, precisamente «en esta época en la que nosotros estamos muy acostumbrados a los calificativos y tenemos un vocabulario muy creativo para insultar a los demás». También ofender, por lo tanto, «es pecado, es matar». Porque «es dar una bofetada al alma del hermano, a la dignidad propia del hermano», decir frases como: «no le hagas caso, este es un loco, este es un estúpido», y «muchas otras palabras feas que decimos, con mucha caridad, a los demás». Esto, recordó el Pontífice, «es pecado».
Francisco puso de relieve que «Jesús resuelve» las dudas «de este pueblo desorientado y encarcelado mirando hacia las alturas: la ley hacia arriba. Y sigue adelante, vincula la conducta del pueblo con la adoración a Dios y dice: "Si, pues, al presentar tu ofrenda en el altar te acuerdas entonces de que un hermano tuyo tiene algo contra ti, o el hermano tiene algo contigo, vete primero a reconciliarte con tu hermano"». Y «esto es superar la ley y lo que dice es una justicia superior a la de los escribas y fariseos».
«¡Cuántas veces escuchamos estas cosas en la Iglesia, cuántas veces!», constató el Papa, recordando que no es raro oír frases de ese tipo: «Pero ese sacerdote, ese hombre, esa mujer de la Acción católica, ese obispo, ese Papa nos dicen "debéis hacer así", y él hace lo contrario». Este es precisamente «el escándalo que hiere al pueblo y no permite que el pueblo de Dios crezca, siga adelante. No libera». También «este pueblo -continuó- había visto la rigidez de estos escribas y fariseos». Es así que «cuando venía un profeta que les daba un poco de alegría lo perseguían y también lo asesinaban: allí no había sitio para los profeta».
Por esa razón «Jesús dice a los fariseos: "Vosotros habéis matado a los profetas, habéis perseguido a los profetas: aquellos que traían aire nuevo"». Jesús, «como dijo en la sinagoga de Nazaret, vino a traernos el año de gracia, a traernos la liberación, la verdadera liberación: la de Jesús». Para Francisco, «la generosidad, la santidad es salir pero siempre, siempre hacia arriba: salir hacia arriba». Esta «es la liberación de la rigidez de la ley y también de los idealismos que no nos hacen bien».
«Jesús nos conoce muy bien -explicó el Papa- y conoce cómo estamos hechos porque Él es el creador, conoce nuestra naturaleza». Y he aquí que nos sugiere: «Si tú tienes un problema con un hermano -dice la palabra "adversario"- ponte enseguida a buenas». Así el Señor «nos enseña también un sano realismo: muchas veces no se puede llegar a la perfección, pero al menos haced aquello que podáis, poneos de acuerdo para no llegar al juicio». Es este el «sano realismo de la Iglesia católica: la Iglesia católica nunca enseña "o esto, o esto"». Más bien «la Iglesia dice: "esto y esto"». En definitiva, «busca la perfección: reconcíliate con tu hermano, no lo insultes, ámalo, pero si hay algún problema al menos poneos de acuerdo, para que no estalle la guerra». He aquí el «sano realismo del catolicismo». En cambio «no es católico sino que es herético» decir: «o esto o nada».
«Jesús -aseguró Francisco- siempre sabe caminar con nosotros, nos da el ideal, nos acompaña hacia el ideal, nos libera de este encarcelamiento de la rigidez de la ley y nos dice: "Haced hasta el punto que podáis". Y Él nos comprende bien». Es «este nuestro Señor, es este el que nos enseña a nosotros» diciéndonos: «Por favor, no os insultéis y no seáis hipócritas: vais a alabar a Dios con la misma lengua con la que insultáis al hermano, no, esto no se hace, pero haced lo que podáis, al menos evitad la guerra entre vosotros, poniéndoos de acuerdo». Y, añadió el Papa, «me permito deciros esta palabra que parece un poco rara, es la santidad pequeña de la negociación: no puedo todo, pero quiero hacer todo, me pongo de acuerdo contigo, al menos no nos insultamos, no declaramos la guerra y vivimos todos en paz».
«Jesús es grande -dijo el Pontífice en la conclusión- y nos libera de todas nuestras miserias, también de ese idealismo que no es católico». Por esto «pedimos al Señor que nos enseñe, primero, a salir de todo tipo de rigidez, pero salir hacia arriba, para poder adorar y alabar a Dios; que nos enseñe a reconciliarnos entre nosotros; y también, que nos enseñe a llegar a un acuerdo hasta el punto que podamos hacerlo».