En el camino del cristiano «no hay lugar para el odio»: si como «hijos», los creyentes quieren «parecerse al Padre», no deben limitarse a la simple «letra de la ley», sino vivir cada día el «mandamiento del amor». Hasta llegar «a rezar por los enemigos»: es decir, hasta «el último peldaño» que es necesario subir para sanar el «corazón herido por el pecado». Así, Papa Francisco, en la misa celebrada en Santa Marta el martes 14 de junio, subrayó cómo Jesús, cambiando la idea de «prójimo», haya venido para llevar la ley a la «plenitud». Jesús, efectivamente -dijo- «vino, no para abolir la ley», por culpa de la cual le habían acusado sus enemigos, sino para llevarla a la «plenitud». Toda, «hasta la última iota».
En aquella época, efectivamente, los doctores de la ley daban «una explicación demasiado teórica, casuística». De hecho, explicó el Pontífice, era una visión «en la cual no existía el corazón propio de la ley, que es el amor » dado por Dios «a nosotros». En el centro ya no estaba aquello que en el Antiguo Testamento era el «mandamiento más grande» -es decir, «amar a Dios, con todo el corazón, con todas tus fuerzas, con todo el alma, y al prójimo como a tí mismo»- sino una casuística que sólo buscaba entender: « ¿Pero se puede hacer esto?; ¿hasta qué punto se puede hacer esto?; ¿y si no se puede?».
Jesús, entonces, «partiendo de los mandamientos», intenta recuperar «el sentido verdadero de la ley para llevarlo a su plenitud». Así por ejemplo, respecto al quinto mandamiento recuerda: «Se ha dicho, no matarás. ¡Es verdad!, pero si tú insultas a tu hermano, estás matando». Es decir, explica que «hay tantas formas, tantas maneras de matar». Así «va afinando la ley». Y además: «Si tu hermano te pide el vestido, ¡dale también la túnica!». Y si te pide que le acompañes un kilómetro, ¡camina dos con él!». Jesús, comentó el Papa, pide siempre algo «más generoso», porque «el amor es más generoso que la letra, que la letra de la ley». Este «trabajo» de perfeccionamiento no sirve sólo «para cumplir la ley, sino que es un trabajo de sanación del corazón». En los pasajes evangélicos en los cuales Jesús lleva adelante esta explicación de los mandamientos, dijo Francisco, «hay un camino de sanación de un corazón herido por el pecado original». Y es un camino propuesto a todos, porque «todos nosotros tenemos el corazón herido por el pecado, todos». Y ya que Jesús recomienda ser «perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial», para «asemejar al Padre», para ser verdaderos «hijos», tenemos que seguir justo «este camino de sanación».
Retomando el pasaje evangélico propuesto por la liturgia, tomado del Evangelio de Mateo (Mt 5, 43-48) -en el cual Jesús recuerda: «habéis oído que se dijo: amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo», y añade: «Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos» -el Papa subrayó que en este camino «no hay lugar para el odio». El listón se sube cada vez más: Jesús primero «nos lleva a dar más a nuestros hermanos, a nuestros amigos», y ahora también a «nuestros enemigos». En efecto, «el último peldaño de esta escalera» hacia la sanación lleva consigo la recomendación: «Rezad por aquellos que os persiguen».
Un mandamiento -«rezar por los enemigos»- que nos puede desorientar, porque a nosotros, «por la herida que todos tenemos en el corazón», nos sale natural desear «algo un poco feo» a un enemigo que, por ejemplo, habla mal de nosotros. En cambio «Jesús dice: "¡No, no!", Reza por él y haz penitencia por él"».
En ese sentido el Pontífice narró cómo cuando era un muchacho oía hablar «de uno de los grandes dictadores que había en el mundo de la posguerra», del cual se decía: «¡Que Dios se lo lleve al infierno lo antes posible!». Si del corazón salía de manera inmediata este sentimiento, el mandamiento nuevo sin embargo pedía: «rezad por él». Claro, añadió Francisco, «es más fácil rezar por alguien que está lejos, por un dictador lejano, que rezar por el que me ha hecho algo feo, feo, feo». Sin embargo, esto es precisamente lo que «nos pide Jesús».
Podríamos preguntar: «¿Pero por qué, Señor, tanta generosidad?». La respuesta la da Jesús precisamente en el pasaje evangélico: para ser «hijos del Padre vuestro que está en los cielos». Si así «hace el Padre», así estamos llamados a hacer para ser «hijos». Esta «sanación del corazón», nos hace más hijos. Y ¿qué hace el Padre?, «hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos», porque «es el Padre de todos».
Otra objeción: ¿Pero Dios es padre también «de ese delincuente, de ese dictador?». La respuesta está clara: «¡Sí, es padre!, ¡como es padre mío!, Él no reniega nunca su paternidad». Y si queremos «semejarnos» a Él, debemos ir «por esta senda». Efectivamente Jesús concluye el discurso diciendo: «Vosotros, pues, sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial». Es decir, el Pontífice explicó, que se nos propone «un camino que no tiene fin», porque «todos los días debemos hacer algo similar».
Al respecto Francisco propuso a todos «una cosa práctica», es decir, preguntarse: «¿Yo rezo por mis enemigos o les deseo algo malo?». Bastan «cinco minutos, no más» para preguntarse: «¿Quiénes son mis enemigos o los que me han hecho el mal o que yo no amo o con los cuales existe una brecha?; ¿quiénes son?; ¿rezo por ellos? ». Que cada uno, añadió el Papa, «dé una respuesta». Y concluyó: «Que el Señor nos dé la gracia» de «rezar por los enemigos; rezar por aquellos que nos quieren mal, que no nos quieren; rezar por los que nos hacen el mal, que nos persiguen», con «nombre y apellidos». Y veremos que esta oración dará dos frutos: a nuestro enemigo «le hará mejorar, porque la oración es potente», y a nosotros «nos hará más hijos del Padre».