«Padre» es la palabra que no puede faltar en la oración nunca , porque es «piedra angular» que «nos da la identidad cristiana». Si se añade también la palabra «nuestro», todos nos podemos sentir parte de «una familia». Y así, además conseguimos «no derrochar palabras» o buscar «palabras mágicas», sino vivir hasta el fondo la oración que Jesús mismo nos enseñó -el Padre nuestro precisamente- sobre todo cuando nos invita a saber perdonar a los demás. Es una invitación a hacer «un examen de conciencia» sobre el Padre nuestro, la propuesta del Papa, sugerida en la misa celebrada el 16 de junio por la mañana en la capilla de la Casa Santa Marta.
Para su reflexión, Francisco partió del paso evangélico de Mateo (Mt 6, 7-15) propuesto por la liturgia. «algunas veces -recordó- los discípulos habían pedido a Jesús: "Maestro enséñanos a rezar"». Efectivamente, ellos «no sabían rezar o veían cómo rezaban los discípulos de Juan y han preguntado a Jesús». Por su parte, El Señor «es claro, simple, en su enseñanza: "Primero -dice- rezando, en la oración, no derrochéis palabras como los paganos: que se figuran que por su palabrería van a ser escuchados"».
«Quizás Jesús -explicó el Papa- tenía en mente a los profetas de Baal, en el monte Carmelo, que gritaban en la oración a su ídolo, a su dios». Esos sacerdotes de Baal «oraban, saltaban de una parte a otra, se hacían incisiones: no, esto es derroche, malgastar palabras; no, esta no es oración». Los paganos, dice Jesús, «se figuran que por su palabrería van a ser escuchados», casi como si fueran «palabras mágicas». Por eso Él recomienda: «no seáis como ellos, Dios no necesita palabras», porque «vuestro Padre sabe lo que necesitáis antes de pedírselo».
«Jesús -hizo notar Francisco- deja de lado esta oración de las palabras, solamente palabras», y dice: «Vosotros, pues, orad así». Por eso, «Él nos indica el exactamente el espacio de la oración con una palabra: "Padre"». Dios, efectivamente, «sabe qué cosas necesitamos, antes de que se las pidamos; este Padre que nos escucha a escondidas, en secreto, como Él, Jesús, aconseja rezar: en secreto». Un Padre, continuó el Papa, «que nos da precisamente la identidad de hijos». Así, «cuando yo digo "Padre", llego hasta las raíces de mi identidad: mi identidad cristiana es ser hijo y esta es una gracia del Espíritu».
«Padre», afirmó el Pontífice, «es la palabra que Jesús usaba en los momentos más fuertes: cuando estaba pletórico de alegría, de emoción: "Padre", te doy gracias, porque tú revelas estas cosas a los niños». O también «llorando, delante de la tumba de su amigo Lázaro: "Padre, te doy gracias porque me has escuchado"». Y aún más, en la angustia, «de los momentos finales de su vida: "Padre, si es posible apartar de mí este cáliz, hazlo"». Después, «cuando todo ha terminado» dice: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu"». Es decir, insistió Francisco, «en los momentos más fuertes Jesús dice: "Padre", es la palabra que más usa».
Y «Él habla con el Padre: es el camino de la oración y, por eso, yo me permito decir, es el espacio de la oración».
La razón, explicó el Papa, es que «sin sentir que somo hijos, sin sentirse hijo, sin decir "Padre", nuestra oración es pagana, es una oración de palabras». Claro, afirmó Francisco, está bien «rezar a la Virgen, porque es una hija muy amada por el Padre». Lo mismo vale para los santos que «son todos amados por el padre» e interceden por nosotros. Y también para los ángeles. «Pero la piedra angular de la oración es "Padre"» afirmó el Pontífice, aconsejando que se diga «Padre» y después se rece. Porque «si tú no eres capaz de comenzar la oración, diciendo con el corazón y con la boca esta palabra, "Padre", la oración no saldrá bien».
Se trata, siguió diciendo, de «sentir la mirada del Padre sobre mí, sentir que esa palabra "Padre" no es un derroche de palabras como en las oraciones de los paganos: es una llamada a quien me ha dado la identidad de hijo». Es «este el espacio de la oración cristiana -"Padre"- y en este contexto rezamos a todos los santos, a los ángeles, hacemos las procesiones, los peregrinajes». es «todo bonito -añadió- pero siempre comenzando con "Padre" y con la conciencia de que somos hijos y de que tenemos un Padre que nos ama y conoce todas nuestras necesidades: esto es el espacio».
Pero, advirtió el Pontífice, «hay una cosa curiosa; Jesús recita el "Padrenuestro", la oración que todos sabemos, y que nos enseña a rezar así: "No nos dejes caer en tentación y líbranos del mal"». Y «en seguida, en seguida» añadió: «si vosotros efectivamente perdonaréis a los demás sus culpas, vuestro Padre que está en los cielos, os perdonará a vosotros también. Pero si vosotros no perdonaréis a los demás, vuestro Padre tampoco perdonará vuestras culpas». Parece casi, explicó el Papa, «que Jesús hubiera olvidado subrayar aquello que estaba en la oración que había dicho -"y perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos también a los que nos ofenden"- y sigue "no nos dejes caer" y luego "pero no, ¡debo subrayar esto!"».
Y entonces, afirmó Francisco, «si el espacio de la oración es decir "Padre", la atmósfera de la oración es decir "nuestro": seamos hermanos, seamos familia».
Si, en cambio, «nosotros estamos enfadados el uno con el otro, estamos en guerra, nos odiamos, obstaculizamos el amor del Padre». Y «esta es la atmósfera, es la familia, todos hijos del mismo Padre: ¿Puedo odiar al hijo de mi Padre? ¡Pero Caín lo ha hecho! ¡me convierto en Caín!».
Decir «Padre nuestro», en fin, significa decir: «Tú que me das la identidad y tú que me das una familia». Por eso, dijo el Papa, «es tan importante la capacidad de perdón, de olvidar las ofensas, esa sana costumbre de: "venga, déjalo estar… que se encargue el Señor" y no guardes rencor, resentimiento y ganas de venganza».
Así «si vas a rezar y dices solo "Padre", pensando a quien te ha dado la vida y te da la identidad y te ama, y dices "nuestro" perdonando a todos, olvidando las ofensas, es la mejor oración que tú puedas hacer». En este contexto, volvió a afirmar, «se ruega a todos los santos y a la Virgen, todo, pero el fundamento de la oración es el "Padre nuestro"».
Francisco sugirió por último, que hagamos «algunas veces» también «un examen de conciencia sobre esto». Y propuso además las preguntas que podemos formularnos a nosotros mismos: «Para mí Dios es Padre, ¿yo lo siento Padre? Y si no lo siento así, ¿pido al Espíritu Santo que me enseñe a sentirlo así? ¿Yo soy capaz de olvidar las ofensas, de perdonar, de dejar estar y pedir al Padre: pero estos también son tus hijos, me han hecho una cosa fea, ayúdame a perdonar"?». He aquí «el examen de conciencia» que hay que hacer «de nosotros mismos: nos hará bien, bien, bien».
Teniendo siempre presente que las palabras «Padre» y «nuestro» nos dan «la identidad de hijos» y nos dan «una familia para caminar juntos en la vida».