Nos dice el Apóstol (Ef 4, 1-6): esforzaos en mantener la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz. Y paz a vosotros era el saludo del Señor, que crea un vínculo, un vínculo de paz. Un saludo que nos une para crear la unidad del Espíritu. Si no hay paz, si no somos capaces de saludarnos en el sentido más amplio de la palabra, tener el corazón abierto con espíritu de paz, nunca habrá unidad.
Y eso vale para la unidad en el mundo, la unidad en las ciudades, en el barrio, en la familia. El espíritu del mal siembra guerras, siempre. Celos, envidias, luchas, murmuraciones…, son cosas que destruyen la paz y, por tanto, no puede haber unidad. ¿Cómo es el comportamiento de un cristiano por la unidad, para hallar esa unidad? Pablo dice claramente: Comportaos de manera digna, humildes, amables, con mansedumbre. Estas tres actitudes. Humildad: no se puede dar la paz sin humildad. Donde hay soberbia, siempre hay guerra, siempre hay ganas de vencer al otro, de creerse superior. Sin humildad no hay paz y sin paz no hay unidad.
Desgraciadamente, hoy nos hemos olvidado de la capacidad de hablar con amabilidad, con dulzura. Hablamos gritando, o hablamos mal de los demás; pero no hay dulzura. La dulzura, en cambio, tiene un don que es la capacidad de soportarnos los unos a los otros. Sobrellevaos mutuamente con amor, dice Pablo. Hay que tener paciencia, soportar los defectos de los demás, las cosas que no nos gustan. Así que, lo primero, la humildad. Lo segundo, la dulzura, con ese sobrellevarse mutuamente. Y lo tercero, la magnanimidad: corazón grande, corazón amplio con capacidad para todos, que no condena, ni se queda en tonterías de poca monta: ‘es que ha dicho esto’, ‘es que he oído lo otro, ‘es que…’. ¡No: corazón grande, donde haya sitio para todos! Y eso crea el vínculo de la paz, es el modo digno de comportarnos para hacer el vínculo de la paz que es creador de unidad. Bueno, el creador de unidad es el Espíritu Santo, pero esto favorece, prepara la creación de la unidad.
Esa es la manera digna de afrontar el misterio al que hemos sido llamados, el misterio de la Iglesia. Vayamos al capítulo XIII de la Carta a los Corintios que nos enseña cómo hacer sitio al Espíritu, con qué actitudes nuestras para que Él haga la unidad. El misterio de la Iglesia es el misterio del Cuerpo de Cristo: Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todo, que lo trasciende todo, y lo penetra todo, y lo invade todo: esa es la unidad que Jesús pidió al Padre para nosotros y que nosotros debemos ayudar a crear: llamados a guardar la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz. Y el vínculo de la paz crece con la humildad, con la dulzura, con el soportarse el uno al otro, y con la magnanimidad.
Pidamos que el Espíritu Santo nos dé la gracia no solo de entender, sino de vivir este misterio de la Iglesia, que es un misterio de unidad.