Somos siervos inútiles (Lc 17, 7-10). ¿Qué significa esta expresión? En la oración colecta le hemos pedido tres gracias: Aleja, Señor, todo obstáculo en nuestro camino hacia ti, para que, con serenidad de cuerpo y espíritu, podamos dedicarnos libremente a tu servicio. ¿Y cuáles son esos obstáculos que nos impiden servir al Señor con libertad? ¡Hay tantos! Uno es las ganas de poder. Cuántas veces hemos visto, tal vez en casa: ¡aquí mando yo! Y cuántas veces, sin decirlo, hemos hecho sentir a los demás que aquí mando yo, ¿verdad? ¡Las ganas de poder! Pero Jesús nos enseña que el que manda sea como el que sirve. O, si uno quiere ser el primero, que sea el servidor de todos. Jesús da la vuelta a los valores de la mundanidad, del mundo. Y ese afán de poder no es el camino para ser un siervo del Señor: es más, es un obstáculo, uno de esos obstáculos que hemos pedido al Señor que aleje de nosotros.
El otro obstáculo, que sucede también en la vida de la Iglesia, es la deslealtad. Esto pasa cuando alguno quiere servir al Señor, pero también sirve otras cosas que no son el Señor. El Señor nos ha dicho que ningún siervo puede tener dos señores. O sirve a Dios o sirve al dinero. Jesús nos lo dijo. Y esto es un obstáculo: la deslealtad. Que no es lo mismo que ser pecador. Todos somos pecadores, y nos arrepentimos de eso. Pero ser desleales es hacer el doble juego. Jugar a derecha e izquierda, jugar a Dios y jugar también al mundo. Y eso es un obstáculo. El que tiene ansias de poder y el que es desleal, difícilmente puede servir, llegar a ser siervo libre del Señor.
Esos obstáculos quitan la paz y te llevan a esa desazón del corazón de no estar en paz, siempre ansioso. Y nos lleva a vivir en la tensión de la vanidad mundana, vivir para aparentar. Cuánta gente vive solo para la galería, para aparentar, para que digan: ¡Qué bueno que es!, por la fama. ¡Fama mundana! Así no se puede servir al Señor. Por eso, pidamos al Señor que nos quite los obstáculos para que con serenidad de cuerpo y espíritu podamos dedicarnos libremente a tu servicio. El servicio de Dios es libre: nosotros somos hijos, no esclavos. Y servir a Dios en paz, con serenidad, cuando Él mismo ha apartado los obstáculos que quitan la paz y la serenidad, es servirlo con libertad. Y cuando servimos al Señor con libertad, sentimos esa paz más profunda todavía de la voz del Señor: Ven, siervo bueno y fiel. Y todos queremos servir al Señor con bondad y fidelidad, pero necesitamos su gracia: solos no podemos. Por eso, pidamos siempre esa gracia, que sea Él quien quite los obstáculos, que sea Él quien nos dé la serenidad, la paz del corazón para servirle libremente, no como esclavos, sino como hijos.
La libertad en el servicio. Aunque nuestro servicio sea libre, debemos repetir que somos siervos inútiles, conscientes de que solos no podemos hacer nada. Solo tenemos que pedir y dejar sitio para que Él haga en nosotros y nos transforme en siervos libres, en hijos, no en esclavos. Que el Señor nos ayude a abrir el corazón y a dejar trabajar al Espíritu, para que quite de nosotros esos obstáculos, sobre todo las ganas de poder, que hacen tanto daño, y la deslealtad, la doble cara de querer servir a Dios y al mundo. Y así, que nos dé esa serenidad, esa paz para poderle servir como hijo libre que al final, con tanto amor, le dice: Padre, gracias, pero Tú lo sabes: soy un siervo inútil.