Encontrar a Jesús: esta es la gracia que queremos en el Adviento. En este periodo del Año, la Liturgia nos propone numerosos encuentros de Jesús: con su Madre en su seno, con San Juan Bautista, con los pastores, con los Magos. Todo esto nos dice que el Adviento es un tiempo para caminar e ir al encuentro del Señor, es decir, un tiempo para no estar quieto. ¿Qué actitudes debo tener para encontrar al Señor? ¿Cómo debo preparar mi corazón para encontrar al Señor? En la oración colecta de la Misa, la Liturgia nos señala tres actitudes: vigilantes en la oración, laboriosos en la caridad y exultantes en la alabanza. O sea, que debo rezar con vigilancia; debo ser laborioso en la caridad, la caridad fraterna: no solo dar una limosna, no; sino también tolerar a la gente que me molesta, tolerar en casa a los niños que hace tanto ruido, o al marido o a la mujer cuando hay dificultades, o a la suegra… no sé…, pero tolerar, tolerar… Siempre la caridad, pero laboriosa. Y luego la alegría de alabar al Señor: exultantes en la alegría. Así debemos vivir ese camino, esa voluntad de encontrar al Señor. Para encontrarlo bien, no estar quietos. Y encontraremos al Señor.
Pero habrá una sorpresa, porque Él es el Señor de las sorpresas. Porque tampoco el Señor está quieto. Yo estoy en camino para encontrarlo y Él está en camino para encontrarme, y cuando nos encontremos veremos que la gran sorpresa es que Él me está buscando, antes de que yo empiece a buscarlo. Esa es la gran sorpresa del encuentro con el Señor. Él nos ha buscado antes. Él siempre es el primero. Él hace su camino para encontrarnos. Es lo que le pasó al Centurión. Siempre el Señor va más allá, va antes. Nosotros damos un paso y él da diez. Siempre. La abundancia de su gracia, de su amor, de su ternura, que no se cansa de buscarnos. A veces con cosas pequeñas: pensamos que encontrar al Señor debería ser algo magnífico, como aquel hombre de Siria, Naamán, que era leproso: pero no, es sencillo… Y se llevó una sorpresa grande por el modo de obrar de Dios. Porque el nuestro es el Dios de las sorpresas, el Dios que nos está buscando, nos está esperando, y solo pide de nosotros el pequeño paso de la buena voluntad.
Debemos tener ganas de encontrarlo. Y Él nos ayuda. El Señor nos acompañará durante nuestra vida. Tantas veces nos alejamos de Él, pero nos espera como el Padre del hijo pródigo. Tantas veces verá que queremos acercarnos y Él sale a nuestro encuentro. Es el encuentro con el Señor: ¡eso es lo importante! El encuentro. A mí siempre me llamó mucho la atención que el Papa Benedicto dijera que la fe no es una teoría, una filosofía, una idea: es un encuentro. Un encuentro con Jesús. Si no, si no has encontrado su misericordia, ya puedes rezar el Credo de memoria, pero no tendrás fe. Los doctores de la Ley lo sabían todo, todo de la dogmática de aquel tiempo, todo de la moral de aquel tiempo, todo. Pero no tenían fe, porque su corazón se había alejado de Dios. Alejarse o tener la voluntad de ir al encuentro. Y esta es la gracia que hoy pedimos. Dios, nuestro Padre, suscita en nosotros la voluntad de ir al encuentro de Cristo, con las buenas obras. Ir al encuentro de Jesús. Y para eso, recordemos la gracia que hemos pedido en la colecta, con la vigilancia en la oración, la laboriosidad en la caridad y exultantes en la alabanza. Y así encontraremos al Señor y tendremos una bellísima sorpresa.