La alabanza de Jesús al Padre, que narra el Evangelio de hoy (Lc 10, 21-24), es porque el Señor revela a los pequeños los misterios de la Salvación, el misterio de sí mismo. Es la preferencia de Dios por quien sabe entender sus misterios, no los sabios y entendidos, sino el corazón de los pequeños. También la Primera Lectura (Is 11, 1-10), llena de pequeños detalles, va por esa línea. El profeta Isaías habla de un pequeño renuevo que brotará del tronco de Jesé, y no de un ejército que traerá la liberación.
Y los pequeños son también los protagonistas de la Navidad, donde veremos esa pequeñez, esas cosas pequeñas: un niño, un establo, una madre, un padre… Las cosas pequeñas. Corazones grandes, pero con actitud de pequeños. Y sobre ese renuevo se posará el Espíritu del Señor, el Espíritu Santo, y ese pequeño renuevo tendrá la virtud de los pequeños y el temor del Señor. Caminará en el temor del Señor. Temor del Señor que no es miedo: no. Es hacer vida el mandamiento que Dios dio a nuestro padre Abraham: Camina en mi presencia y sé irreprensible. Humilde. Eso es humildad. El temor del Señor es la humildad. Y solo los pequeños son capaces de comprender plenamente el sentido de la humildad, el sentido del temor del Señor, porque caminan ante el Señor, mirados y protegidos, y sienten que el Señor les da la fuerza para seguir adelante. Esa es la verdadera humildad.
Vivir la humildad, la humildad cristiana, es tener ese temor del Señor que -repito- no es miedo, sino que es: Tú eres Dios, yo soy una persona, y voy adelante así, con las pequeñas cosas de la vida, pero caminando en tu presencia y procurando ser irreprensible. La humildad es la virtud de los pequeños, la verdadera humildad, no la humildad un poco de teatro: no, esa no. Como la humildad de aquel que decía: Yo soy humilde, y estoy orgulloso de serlo. No, esa no es la verdadera humildad. La humildad del pequeño es la que camina en la presencia del Señor, no habla mal de los demás, mira solo el servicio, se siente el más pequeño… Ahí está la fuerza.
Es humilde, muy humilde también la muchacha a la que Dios mira para enviar a su Hijo, y que enseguida va a casa de su prima Isabel, y no le dice nada de lo que había pasado. La humildad es así, caminar en la presencia del Señor, felices, gozosos porque somos mirados por Él, exultantes en la alegría porque somos humildes, como se narra de Jesús en el Evangelio de hoy. Mirando a Jesús que exulta en la alegría porque Dios revela su misterio a los humildes, podemos pedir para todos nosotros la gracia de la humildad, la gracia del temor de Dios, de caminar en su presencia procurando ser irreprensibles. Y así, con esa humildad, nos encuentre velando en oración y cantando su alabanza (cfr. oración colecta de ayer, lunes de la 1ª semana de Adviento).