La figura de hoy es Juan el Bautista. Es la misma liturgia del Adviento, ayer, hoy y mañana, la que refleja su ministerio: un hombre que vivía en el desierto, predicaba y bautizaba. Todos iban a buscarlo, hasta los fariseos y los doctores de la ley, pero con despego, o sea, para juzgarlo y sin dejarse bautizar. En el Evangelio de hoy, Jesús pregunta a la gente qué han ido a ver en el desierto: ¿Una caña agitada por el viento? ¿Un hombre vestido con ropas lujosas? No a un hombre vestido con trajes de lujo, porque los que viven en el lujo están en los palacios del rey, alguno en el obispado. Lo que han ido a ver es un profeta, y más que un profeta, porque entre los nacidos de mujer no hay ninguno más grande que Juan, el último de los profetas, porque después de él está el Mesías. Era un hombre fiel a lo que el Señor le había pedido, grande por ser fiel. Con una grandeza que se veía también en su predicación. Predicaba fuerte, decía cosas feas a los fariseos, a los doctores de la ley, a los sacerdotes. No les decía: ‘Pero queridos, comportaos bien’. No. Les decía: ‘Raza de víboras’, así. No se andaba con tapujos. Porque se acercaban para vigilarlo, para ver, pero nunca con el corazón abierto: ‘Raza de víboras’. Arriesgaba la vida, sí, pero era fiel. Luego a Herodes, a la cara, le decía: ‘Adúltero, no te es lícito vivir así, ¡adultero!’. ¡A la cara! Y es seguro que si un párroco hoy en la homilía dominical dijese: ‘Entre vosotros hay algunos que son raza de víboras y hay tantos adúlteros’, seguro que el obispo recibiría cartas de desconcierto: ‘Expulse a este párroco que nos insulta’. Y este insultaba. ¿Por qué? Porque era fiel a su vocación y a la verdad.
Sin embargo, con la gente era comprensivo: a los publicanos, pecadores públicos que explotaban al pueblo, les decía: "No pidáis más de lo justo". Comenzaba con poco. Luego veremos. Y los bautizaba. Primero ese paso. Luego veremos. A los soldados, a los policías, les pedía que no amenazaran ni denunciaran a nadie, y se contentaran con su salario. Eso quiere decir no entrar en el mundo de los sobornos. Cuando un policía te detiene, te hace la prueba del alcohol, hay un poco más: ‘Eh, no, pero… ¿Cuánto? ¡Venga!’. No, eso no. Juan bautizaba a todos esos pecadores, pero con ese mínimo paso adelante, porque sabía que con ese paso luego el Señor hacía el resto. Y se convertían. Es un pastor que comprendían la situación de la gente y la ayudaba a ir adelante con el Señor. Juan fue además el único de los profetas al que se le concedió la gracia de señalar a Jesús.
A pesar de que Juan fuese grande, fuerte, seguro de su vocación, también tenía momentos oscuros, tenía sus dudas. Porque desde la cárcel comienza a dudar, aunque había bautizado a Jesús, porque era un Salvador no como él lo había imaginado. Y entonces envía a dos de sus discípulos a preguntarle si era Él el Mesías. Y Jesús corrige la visión de Juan con una respuesta clara. Dice que le cuenten a Juan que los ciegos recobran la vista, los sordos oyen, los muertos resucitan. Los grandes se pueden permitir dudar, porque son grandes, y eso es bonito. Están seguros de la vocación pero, cada vez que el Señor les hace ver un nuevo tramo del camino, les entran dudas. ‘Pero esto no es ortodoxo, esto es herético, ese no es el Mesías que yo esperaba’. El diablo hace esa labor y algún amigo también ayuda, ¿no? Esa es la grandeza de Juan, un grande, el último de aquella legión de creyentes que comenzó con Abraham, el que predica la conversión, el que no usa medias palabras para condenar a los soberbios, el que al final de su vida se permite dudar. ¡Y ese es un buen programa de vida cristiana!
En síntesis: decir las cosas con verdad y recibir de la gente lo que puedan dar, un primer paso. Pidamos a Juan la gracia de la valentía apostólica de decir siempre las cosas con verdad, del amor pastoral, de recibir de la gente lo poco que pueden dar, el primer paso. Dios hará lo demás. Y también la gracia de dudar. Muchas veces, quizá al final de la vida, se puede uno preguntar: ‘¿Pero es verdad todo lo que yo he creído o son fantasías?’, la tentación contra la fe, contra el Señor. Que el gran Juan, que es el más pequeño en el reino de los Cielos, por eso es grande, nos ayude por esa senda tras las huellas del Señor.