Jesús y la gente. El Evangelio de hoy narra la muchedumbre que seguía a Jesús con entusiasmo y que venía de todas partes. ¿Por qué venía esa gente? El Evangelio cuenta que había enfermos que querían curarse. Pero también había personas a las que les gustaba escuchar a Jesús, porque hablaba no como sus doctores, sino con autoridad, y eso tocaba el corazón. Esa gente venía espontáneamente, no la llevaban en autobuses, como hemos visto tantas veces cuando se organizan manifestaciones y muchos tienen que ir para demostrar su presencia, y no perder luego el puesto de trabajo.
Esa gente iba porque sentía algo, hasta el punto de que Jesús tuvo que pedir una barca y alejarse un poco de la orilla. ¿Esa muchedumbre iba a Jesús? ¡Sí! ¿Tenía necesidad? ¡Sí! Algunos eran curiosos, pero esos eran los ascéticos, la minoría… Iba porque a esa gente la atraía el Padre: era el Padre quien atraía a la gente a Jesús. Y Jesús no se queda indiferente, como un maestro estático que decía sus palabras y luego se lavaba las manos. ¡No! Esa muchedumbre tocaba el corazón de Jesús. El mismo Evangelio nos dice que Jesús se conmovió, porque veía a esa gente como ovejas sin pastor. Y el Padre, a través del Espíritu Santo, atrae a la gente a Jesús. No son los argumentos apologéticos los que mueven a las personas. No, es necesario que sea el Padre quien atraiga a Jesús.
Por otro lado, es curioso que este pasaje del Evangelio de Marcos en el que se habla de Jesús, se habla de la muchedumbre, del entusiasmo y del amor del Señor, acabe con los espíritus impuros que, cuando lo veían, gritaban: ¡Tú eres el Hijo de Dios! Esa es la verdad; eso es lo que cada uno siente cuando se acerca Jesús. Los espíritus impuros intentan impedirlo, nos hacen la guerra. Pero, Padre, yo soy muy católico; voy siempre a Misa… Nunca jamás tengo esas tentaciones. ¡Gracias a Dios, no! ¡Pues reza, porque estás en una senda equivocada! Una vida cristiana sin tentaciones no es cristiana: es ideológica, es gnóstica, pero no es cristiana. ¡Cuando el Padre atrae a la gente a Jesús, hay otro que tira en sentido contrario y te hace la guerra por dentro! Por eso Pablo habla de la vida cristiana como de una lucha: la lucha de todos los días. Una lucha para vencer, para destruir el imperio de satanás, el imperio del mal. Y para eso vino Jesús, ¡para destruir a satanás!, para destruir su influjo sobre nuestros corazones. El Padre atrae a la gente a Jesús, mientras el espíritu del mal intenta destruir, siempre.
La vida cristiana es una lucha: o te dejas atraer por Jesús por medio del Padre o puedes decir me quedo tranquilo, en paz. ¡Si quieres avanzar tienes que luchar! Sentir el corazón que lucha, para que venza Jesús. Pensemos cómo es nuestro corazón: ¿siento esa lucha en mi corazón? Entre la comodidad o el servicio a los demás, entre divertirme un poco o hacer oración y adorar al Padre, entre una cosa y la otra, ¿siento la lucha, las ganas de hacer el bien, o algo me para, me vuelve ascético? ¿Creo que mi vida conmueve el corazón de Jesús? Si no lo creo, tengo que rezar mucho para creerlo, para que se me sé esa gracia. Cada uno que busque en su corazón cómo va la situación ahí. Pidamos al Señor ser cristianos que sepan discernir qué pasa en su corazón y elegir bien la senda por la que el Padre nos atrae a Jesús.