Las palabras del profeta (Is 1, 10.16-20) de la primera lectura de hoy marcan la senda de la conversión cuaresmal: cesad de obrar mal, aprended a obrar bien. Cada uno de nosotros, cada día, hace algo mal. De hecho, la Biblia dice que el justo cae siete veces al día. El problema está en no acostumbrarnos a vivir en las cosas malas y alejarnos de lo que envenena el alma y la hace pequeña. Por tanto, aprendamos a hacer el bien, que no es fácil: hay que estar siempre aprendiendo. Y Él nos enseña. ¡Pero aprender, como los niños! En el camino de la vida cristiana se aprende todos los días. Hay que aprender todos los días a hacer algo, a ser mejores que el día anterior. ¡Aprender! Alejarse del mal y aprender a hacer el bien: esa es la regla de la conversión. Porque convertirse no es ir a un hada que con la varita mágica nos convierta: ¡no! Es un camino, un camino de alejarse y de aprender.
Por tanto, hace falta valor para alejarse y humildad para aprender a hacer el bien, que se explicita en actos concretos. El Señor aquí nos dice varias cosas concretas, aunque hay muchas más: Buscad el derecho, enderezad al oprimido; defended al huérfano, proteged a la viuda… Son cosas concretas. Se aprende a hacer el bien con cosas concretas, no con palabras. ¡Con hechos! Por eso Jesús, en el Evangelio que hemos escuchado, reprende a la clase dirigente del pueblo de Israel, porque dicen, pero no hacen, no conocen la concreción. Y si no hay concreción, no puede haber conversión.
La primera lectura sigue con la invitación del Señor: Arriba, venid y litigaremos. Arriba: una hermosa palabra, una palabra que Jesús dirigió a los paralíticos, a la hija de Jairo y al hijo de la viuda de Naím. Y Dios nos echa una mano para levantarnos. Y es humilde, se agacha hasta nosotros para decirnos: Venid y litigaremos. Dios nos ayuda a caminar juntos para explicarnos las cosas y llevarnos de la mano. El Señor es capaz de hacer ese milagro, es decir, de cambiarnos, no de un día para otro, sino en el camino. Es una invitación a la conversión, a alejarnos del mal, a aprender a hacer el bien… Venga, arriba, venid a mí, discutamos y sigamos adelante.
Pero es que yo tengo muchos pecados… Pues no te preocupes: Aunque vuestros pecados sean como púrpura, blanquearán como nieve. Ese es el camino de la conversión cuaresmal. Sencillo. Es un Padre que habla, es un padre que nos quiere mucho, que nos ama mucho, mucho. Y nos acompaña en esa senda de conversión. Solo pide de nosotros que seamos humildes. Jesús dice a los dirigentes: El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.
En definitiva, el camino de la conversión cuaresmal consiste en alejarse del mal, aprender a hacer el bien, levantarse e ir con él. Entonces nuestros pecados serán todos perdonados.