"Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres". Es la respuesta de Pedro llevado con los apóstoles ante el sanedrín después de haber sido liberados de la cárcel por un Ángel. Se les prohibió enseñar en el nombre de Jesús, recordaba el sumo sacerdote, "en cambio, habéis llenado Jerusalén con vuestra enseñanza" (Hch 5, 27-33).
Para comprender esto hay que ver lo narrado antes en los Hechos de los Apóstoles, en los primeros meses de la Iglesia, cuando la comunidad crecía y había tantos milagros. Estaba la fe del pueblo, pero también había "listillos", que querían hacer carrera, como Ananías y Safira. Lo mismo pasa hoy. Y así había quien despreciaba, considerándolo ignorante, a ese pueblo creyente que llevaba en peregrinación a los enfermos a los apóstoles. El desprecio al pueblo fiel de Dios, que nunca se equivoca. Entonces Pedro, que por miedo había traicionado a Jesús el jueves santo, esta vez, valiente, responde que "hay que obedecer a Dios antes que a los hombres". Esa respuesta hace comprender que el cristiano es testigo de obediencia, como Jesús, que se anonadó y en el huerto de los olivos dijo al Padre: "hágase tu voluntad, no la mía".
El cristiano es un testigo de obediencia, y si no estamos en esa senda de crecer en el testimonio de la obediencia no somos cristianos. Al menos, caminar por ese camino: testigo de obediencia, como Jesús. No es testigo de una idea, de una filosofía, de una empresa, de un banco, de un poder: es testigo de obediencia, como Jesús.
Pero convertirse en testigo de obediencia es una gracia del Espíritu Santo. Solo el Espíritu puede hacernos testigos de obediencia. ‘No, yo voy a aquel maestro espiritual, y leo este libro…’. Todo eso está bien, pero solo el Espíritu puede cambiarnos el corazón y puede hacernos a todos testigos de obediencia. Es una obra del Espíritu y tenemos que pedirla, es una gracia que pedir: ‘Padre, Señor Jesús, enviadme vuestro Espíritu para que yo sea un testigo de obediencia’, o sea, un cristiano.
Ser testigo de obediencia comporta consecuencias, como cuenta la primera lectura: tras la respuesta de Pedro, "se consumían de rabia y trataban de matarlos". Las consecuencias del testigo de obediencia son las persecuciones. Cuando Jesús enumera las Bienaventuranzas, acaba: "Bienaventurados cuando os persigan y os insulten". La cruz no se puede quitar de la vida de un cristiano. La vida de un cristiano no es un status social, no es un modo de vivir una espiritualidad que me hace bueno, que me hace un poco mejor. Eso no basta. La vida de un cristiano es el testimonio de la obediencia, y la vida de un cristiano está llena de calumnias, habladurías, persecuciones.
Para ser testigos de obediencia como Jesús, hay que rezar, reconocerse pecadores, con tantas mundanidades en el corazón. Y pedir a Dios la gracia de llegar a ser un testigo de obediencia y no asustarse cuando lleguen las persecuciones, las calumnias, porque el Señor dijo que cuando sean llevados ante el juez, será el Espíritu quién les dirá lo que responder.