La primera vez que aparece el nombre de Saulo es en la lapidación de Esteban. Saulo era un chico, rígido, idealista, y estaba convencido de la rigidez de la Ley. Era rígido, pero era honrado. Jesús, en cambio, tuvo que condenar los rígidos que no eran honestos. Son los rígidos de doble vida: se hace ver hermosos, honrados, pero cuando nadie los ve, hacen cosas feas. En cambio, este chico era honrado: creía eso. Yo pienso, cuando digo esto, en tantos chicos que han caído en la tentación de la rigidez, hoy, en la Iglesia. Algunos son honrados, son buenos, debemos rezar para que el Señor les ayude a crecer por el camino de la mansedumbre.
Otros, usan la rigidez para tapar debilidades, pecados, enfermedades de personalidad y usan la rigidez para afirmarse sobre los demás. Saulo, crecido en esa rigidez, no puede tolerar lo que para él es una herejía, y por eso empieza a perseguir cristianos. Al menos, dejaba vivos a los niños: hoy, ni eso. Saulo va entonces a Damasco a prender a los cristianos para llevarlos prisioneros a Jerusalén (cfr. (Hch 9, 1-20). Y en el camino tiene lugar el encuentro con otro hombre que habla con un lenguaje de mansedumbre: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?
El chico rígido, que se convirtió en hombre rígido -¡pero honrado!-, se hizo niño y se dejó conducir donde el Señor lo llamó. ¡La fuerza de la mansedumbre del Señor! Saulo entonces se convierte en Pablo, anuncia al Señor hasta el final y sufre por Él. Y así, este hombre de su propia experiencia predica a los demás, de una parte a otra: perseguido, con tantos problemas, incluso en la Iglesia, hasta tuvo que sufrir que los cristianos se pelearan entre sí. Pero él, que había perseguido al Señor con el celo de la Ley, dirá a los cristianos: Con lo mismo con que os habéis alejado del Señor, habéis pecado, con la mente, con el cuerpo, con todo, con los mismos miembros ahora sed perfectos, dad gloria a Dios.
Está el diálogo entre la suficiencia, la rigidez, y la mansedumbre. El diálogo entre un hombre honesto y Jesús que le habla con dulzura. Y así comienza la historia de este hombre al que hemos conocido de joven, en la lapidación de Esteban, y que acabará traicionado por una lucha interna entre cristianos. Para algunos, la vida de San Pablo es un fracaso, como la de Jesús. Ese es el camino del cristiano: ir adelante por las huellas que Jesús dejó, huellas de la predicación, huellas del sufrimiento, la huella de la Cruz, la huella de la resurrección. Pidamos a Saulo, hoy, de modo especial por los rígidos que hay en la Iglesia; por los rígidos-honrados como él, que tienen celo, pero se equivocan. Y por los rígidos hipócritas, esos de la doble vida, esos a los que Jesús decía: Haced lo que os dicen, pero no lo que hacen (Mt 23, 3). Recemos por los rígidos, hoy.