Esta Misa la ofrecemos por las monjas de esta Casa Santa Marta que hoy celebran el día de su fundadora, Santa Luisa di Marillac.
En los días pasados hemos hablado de la resistencia al Espíritu Santo, que Esteban reprochaba a los doctores de la Ley. Hoy las Lecturas nos hablan de la actitud contraria, propia del cristiano, que es la docilidad al Espíritu Santo. Tras el martirio de Esteban se desató una gran persecución en Jerusalén. Solo los Apóstoles se quedaron, pero los creyentes, los laicos, se dispersaron a Chipre, Fenicia y Antioquía. Narran los Hechos de los Apóstoles que anunciaban la Palabra solo a los judíos. Pero algunos, en Antioquía, comenzaron a anunciar a Jesucristo también a los griegos, a los paganos, porque sentían que el Espíritu les empujaba a hacer eso: fueron dóciles. Fueron los laicos quienes llevaron la Palabra, tras la persecución, porque tenían esa docilidad al Espíritu Santo.
El Apóstol Santiago, en el primer capítulo de su Carta, exhorta a acoger con docilidad la Palabra. Por tanto, hay que estar abiertos: no rígidos. En el camino de la docilidad el primer paso es acoger la Palabra, o sea, abrir el corazón. El segundo es conocer la Palabra, conocer a Jesús que dice: Mis ovejas oyen mi voz y yo las conozco y ellas me siguen. Conocen porque son dóciles al Espíritu. Y hay un tercer paso: la familiaridad con la Palabra. Llevar siempre con nosotros la Palabra, leerla, abrir el corazón a la Palabra, abrir el corazón al Espíritu, que es el que nos hace comprender la Palabra. Y el fruto de recibir la Palabra, de conocer la Palabra, de llevarla con nosotros, de esa familiaridad con la Palabra, es un gran fruto: bondad, benevolencia, alegría, paz, dominio de sí, mansedumbre.
Ese es el estilo que da la docilidad al Espíritu. Pero debo recibir al Espíritu que me lleva a la Palabra con docilidad, y esa docilidad -no hacer resistencia al Espíritu- me llevará a ese modo de vivir, a ese modo de actuar. Recibir con docilidad la Palabra, conocer la Palabra y pedir al Espíritu la gracia de darla a conocer y luego dar espacio para que esa semilla germine y crezca en esas actitudes de bondad, mansedumbre, benevolencia, paz, caridad, dominio de sí: todo eso hace el estilo cristiano.
Luego, en la Primera Lectura se cuenta que, cuando a Jerusalén llega la noticia de que gente venida de Chipre y Cirene anunciaba la Palabra a los paganos en Antioquía, se asustaron un poco y mandaron a Bernabé, preguntándose cómo es que se predicaba la Palabra a los no circuncisos y cómo es que la predicaban no los Apóstoles sino gente que no conocemos. Y es muy bonito que cuando Bernabé llega a Antioquía y ve la gracia de Dios, se alegra y anima a seguir con corazón resoluto, fiel al Señor, porque era un hombre lleno del Espíritu Santo. Es el Espíritu quien nos lleva a no equivocarnos, a acogerlo con docilidad, a conocer al Espíritu en la Palabra y vivir según el Espíritu. Y eso es lo contrario a las resistencias que Esteban reprocha a los jefes, a los doctores de la Ley: Vosotros siempre habéis resistido al Espíritu Santo. ¿Resistimos al Espíritu, le ponemos resistencia? ¿O lo acogemos? Con docilidad: esa es la palabra de Santiago. Acoger con docilidad. Resistencia contra docilidad. Pidamos esta gracia. Por cierto, que fue precisamente en la ciudad de Antioquía, donde nos pusieron el apellido: en Antioquía, por primera vez, los discípulos fueron llamados cristianos.