El remordimiento de conciencia
Jueves 28 de septiembre de 2017
Del Evangelio de San Lucas (Lc 9, 7-9) que acabamos de leer, dedicado a la reacción de Herodes ante la predicación de Cristo, podemos aprender a no tener miedo a decir la verdad sobre nuestra vida, siendo conscientes de nuestros pecados, y confesándolos al Señor para que nos perdone.
«Unos decían que Juan había resucitado, otros que había aparecido Elías, y otros que había vuelto a la vida uno de los antiguos profetas» (Lc 9, 8). Herodes no sabía qué pensar, pero sentía algo dentro, que no era solo curiosidad, sino un remordimiento en el alma, en el corazón, y tenía ganas de ver a Jesús para tranquilizarse. Quería ver milagros realizados por Cristo, pero Jesús no hizo "un circo” delante de él, y entonces lo entregó a Pilato: y Jesús lo pagó con la muerte. De modo que tapó un crimen con otro, su remordimiento de conciencia con otro crimen, como quien mata por miedo. Así que, el remordimiento de la conciencia no es un simple acordarse de algo, sino una llaga. Una llaga que, cuando hemos cometido males en la vida, duele. Pero es una llaga escondida, no se ve; ni siquiera yo la veo, porque me acostumbro a llevarla y luego se adormece. Está ahí, algunos la tocan, pero la llaga está dentro. Y cuando esa llaga duele, sentimos remordimiento. No solo soy consciente de haber hecho mal, sino que lo siento: lo siento en el corazón, lo siento en el cuerpo, en el alma, lo siento en la vida. De ahí la tentación de taparlo para dejarlo de sentir.
Pero es una gracia sentir que la conciencia nos acusa, nos dice algo. Además, ninguno de nosotros es santo y todos nos sentimos tentados a mirar los pecados de los demás y no los nuestros, compadeciendo quizá a quien sufre la guerra o a causa de dictadores que matan a la gente. Debemos -permitidme la palabra- "bautizar” la llaga, darle un nombre. ¿Dónde tienes la llaga? ¿Qué hago para quitármela? Lo primero, rezar: Señor, ten piedad de mí que soy un pecador. El Señor escucha tu oración. Luego examinar tu vida. Pero, si no veo cómo ni dónde está ese dolor, de dónde viene, qué síntomas tiene, ¿qué hago? Pide ayuda a alguien que te ayude a sacarla; que salga la llaga y luego darle nombre. Tengo este remordimiento de conciencia porque he hecho esto concreto; la concreción. Esa es la verdadera humildad ante Dios, y Dios se conmueve ante lo concreto.
Es la concreción que expresan los niños en la confesión. Una concreción de decir lo que se ha hecho, para que salga la verdad. Así se cura. Aprender la ciencia, la sabiduría de acusarse a uno mismo. Yo me acuso, siento el dolor de la llaga, hago lo que sea para saber de dónde viene ese síntoma y luego me acuso. No tener miedo de los remordimientos de la conciencia, que son un síntoma de salvación. Al revés, tener miedo de taparlos, de maquillarlos, de disimularlos, de esconderlos... de eso sí. Por tanto, ser claros, y el Señor nos curará.
Pidamos al Señor que nos dé la gracia de tener el valor de acusarnos para encaminarnos por la vía del perdón.