En este tiempo de Cuaresma, tiempo de conversión, la Iglesia nos dice que nuestras obras deben convertirse, y nos habla del ayuno, de la limosna, de la penitencia: es una conversión de las obras. Hacer obras nuevas, obras con estilo cristiano, ese estilo que viene de las Bienaventuranzas, en Mateo (Mt 25, 1): hacer eso. Pero también la Iglesia nos habla de la conversión de los sentimientos: también los sentimientos deben convertirse. Pensemos, por ejemplo, en la parábola del Buen Samaritano: convertirse a la compasión. Sentimientos cristianos. Conversión de las obras; conversión de los sentimientos; pero, hoy, nos habla de la conversión del pensamiento: no solo de lo que pensamos, sino incluso de cómo pensamos, del estilo de pensamiento. ¿Yo pienso con estilo cristiano o con estilo pagano? Ese es el mensaje que hoy la Iglesia nos da en las lecturas de la misa (cfr. 2R 5, 1-15a y Lc 4, 24-30).
Naamán el sirio, enfermo de lepra, va a Eliseo para ser curado y oye el consejo de bañarse siete veces en el Jordán. Piensa, en cambio, que los ríos de Damasco son mejores que las aguas de Israel, hasta el punto de que se enfada, se indigna y quiere volverse sin hacerlo, porque ese hombre esperaba el espectáculo. Pero el estilo de Dios es otro: cura de otro modo.
Lo mismo le pasa a Jesús que vuelve a Nazaret y va a la Sinagoga. Inicialmente la gente lo miraba, estaba asombrada y contenta. Pero nunca falta un chismoso que comenzó a decir: Pero este, si es el hijo del carpintero, ¿qué nos va a enseñar? ¿En qué universidad ha estudiado este? ¡Sí! Es el hijo de José. Y empezaron a cruzarse las opiniones; y cambia la actitud de la gente, y quieren matarlo. De la admiración, del asombro, a las ganas de matarlo. También estos querían el espectáculo: Pues que haga milagros, esos que dicen que ha hecho en Galilea, y creeremos. Y Jesús explica: En verdad os digo: Ningún profeta es aceptado en su patria. Porque nos resistimos en que alguno de nosotros pueda corregirnos. Debe venir uno con espectáculo, a corregirnos. Y la religión no es un espectáculo. La fe no es un espectáculo: es la Palabra de Dios y el Espíritu Santo que actúa en los corazones.
La Iglesia nos invita, pues, a cambiar el modo de pensar, el estilo de pensar. Se puede rezar todo el Credo, incluso todos los dogmas de la Iglesia, pero si no se hace con espíritu cristiano, no sirve para nada. La conversión del pensamiento. No es habitual que pensemos de ese modo. No es habitual. Hasta el modo de pensar, el modo de creer, debe convertirse. Podemos preguntarnos: ¿Con qué espíritu pienso yo? ¿Con el espíritu del Señor o con el espíritu propio, el espíritu de la comunidad a la que pertenezco o del grupito o de la clase social a la que pertenezco, o del partido político al que pertenezco? ¿Con qué espíritu pienso? Y buscar si pienso de verdad con el espíritu de Dios. Y pedir la gracia de discernir cuando pienso con el espíritu del mundo, y cuando pienso con el espíritu de Dios. Y pedir la gracia de la conversión del pensamiento.