El pasaje del Evangelio de Lucas (Lc 1, 26-38) que acabamos de escuchar nos cuenta el momento decisivo de la historia, el más revolucionario. Es una situación convulsa, en la que todo cambia, la historia se invierte. Es difícil predicar sobre este texto.
De hecho, cuando en Navidad o en el día de la Anunciación profesamos la fe para proclamar este misterio nos arrodillamos.
Es el momento en el que todo cambia, todo, de raíz. Litúrgicamente hoy es el día de la raíz. La Antífona que hoy marca el sentido es la raíz de Jesé: "Brotará un renuevo de la raíz de Jesé y la gloria del Señor llenará toda la tierra" (Antífona de entrada). Dios se abaja, Dios entra en la historia y lo hace con su estilo original: una sorpresa. El Dios de las sorpresas nos sorprende una vez más.
Pienso que nos vendrá bien a todos, pensando en ese momento, escuchar otra vez este párrafo. Pensemos, palabra por palabra, qué pasó aquel día a una chica de 16 años, más o menos, en un pueblo perdido que nadie conocía: "El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer será llamado Hijo de Dios. También tu pariente Isabel ha concebido un hijo en su vejez, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay imposible. María contestó: He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra. Y el ángel se retiró".