En la primera lectura (Is 58, 1-9a) hemos oído: "En realidad, el día de ayuno hacéis vuestros negocios y apremiáis a vuestros servidores; ayunáis por querellas y litigios, y herís con furibundos puñetazos". El Señor reprocha a su pueblo, y explica la diferencia entre lo real y lo formal, condenando toda forma de hipocresía. "No ayunéis de ese modo, si queréis que se oiga vuestra voz en el cielo". Lo formal es una expresión de lo real, pero deben proceder juntos; si no, se acaba viviendo una existencia de apariencias, una vida sin verdad en el corazón.
Deberíamos descubrir la sencillez de las "apariencias" sobre todo en este periodo de Cuaresma, a través del ejercicio del ayuno, la limosna y la oración. Los cristianos deberían hacer penitencia mostrándose alegres; ser generosos con quien lo necesita, sin tocar la trompeta; dirigirse al Padre casi a escondidas, sin buscar la admiración de los demás. En tiempos de Jesús el ejemplo era evidente en la conducta del fariseo y del publicano; hoy hay católicos que se sienten justos porque pertenecen a tal o cual asociación, van a misa todos los domingos y no son "como esos desgraciados que no entienden nada". Los que buscan las apariencias, jamás se reconocen pecadores y si les dices: "Pero tú también eres pecador" -"Bueno, sí, pecados tenemos todos", lo relativizan todo y vuelven a sentirse justos. Hasta intentan aparecer con cara de estampita, de santo: pura apariencia. Y cuando hay esa diferencia entre la realidad y la apariencia, el Señor usa un adjetivo: hipócrita.
Todo individuo es tentado por la hipocresía, y el tiempo que nos lleva a la Pascua puede ser ocasión para reconocer las propias incoherencias y distinguir las capas de maquillaje aplicadas para esconder la realidad. De la hipocresía también se habló en el Sínodo de los jóvenes. Los jóvenes no se dejan engañar por los que intentan aparentar y luego no se comportan en consecuencia, sobre todo cuando esa hipocresía la visten "profesionales de la religión". El Señor pide, en cambio, coherencia. Muchos cristianos, también católicos, que se llaman católicos practicantes, explotan a la gente: "apremiáis a vuestros servidores". ¡Cómo explotan a los obreros! Los mandan a casa al inicio del verano para volver a contratarlos al final, y así no tienen derecho a la pensión, ni tienen derecho a seguir adelante. Y muchos de esos se dicen católicos: van a misa el domingo…, pero hacen eso. ¡Y eso es pecado mortal! ¡Cuántos humillan a sus empleados!
En este tiempo de Cuaresma, invito a todos a redescubrir la belleza de la sencillez, de la realidad que debe estar unida a la apariencia. Pide al Señor la fuerza y ve humildemente adelante, con lo que puedas. Pero no te maquilles al alma, porque si te retocas el alma, el Señor no te reconocerá. Pidamos al Señor la gracia de ser coherentes, de no ser vanidosos, de no aparecer más dignos de lo que somos. Pidamos esa gracia en esta Cuaresma: la coherencia entre lo formal y lo real, entre la realidad y las apariencias.