"El elogio de la solidez" es el centro de la liturgia de hoy (Mt 7, 21.24-27) en la que Jesús enfrenta al hombre prudente y al hombre necio: uno pone al Señor como fundamento de su vida, construyendo su casa sobre roca; el otro no escucha la Palabra de Dios y vive de apariencias, construyendo su casa sobre un fundamento débil, como puede ser la arena.
¡La roca! Así es el Señor. Quien se fía del Señor estará siempre seguro, porque sus cimientos están sobre roca. Lo dice Jesús en el Evangelio. Habla de un hombre prudente que ha construido su casa sobre roca, es decir, sobre la confianza en el Señor, sobre las cosas serias. Y esa confianza es un material noble, porque el fundamento de esa construcción de nuestra vida es seguro, es fuerte.
Así pues, el prudente es quien edifica sobre roca. Al contrario, el necio es el que elige la arena movediza, que es arrastrada por vientos y lluvia. Así pasa en la vida diaria con los edificios que se construyen sin buenos cimientos: se derrumban. Y también nuestra vida puede ser así, cuando mis cimientos no son fuertes. Viene la tempestad –y todos tenemos tempestades en la vida, todos, desde el Papa al último, todos– y no somos capaces de resistir. Y muchos dicen: "No, yo cambiaré de vida", y piensan que cambiar de vida es maquillarse. Cambiar de vida es cambiar los cimientos de la vida, o sea, poner la roca que es Jesús. "Me gustaría arreglar esta construcción, este edificio, porque es muy feo, y quisiera embellecerlo un poco y también asegurar los cimientos". Pero si solo retoco el maquillaje y hago una "romanella" 1, la cosa no va adelante; se caerá. Con las apariencias la vida cristiana se cae.
Solo Jesús es pues el fundamento seguro, las apariencias no ayudan, y eso se ve también en el confesionario: solo quien se reconoce pecador, débil, deseoso de salvación, demuestra tener una vida basada en la roca, porque cree y cuenta con Jesús como su salvación. Convertirse a lo que no se derrumba ni pasa: eso le pasó a san Francisco de Borja en 1500, cuando este caballero de la corte, ante el cuerpo ya putrefacto de la Reina Isabel, tomó conciencia de la caducidad y de la vanidad de las cosas terrenas y eligió al Señor y fue santo. No podemos edificar nuestra vida sobre cosas pasajeras, sobre las apariencias, disimulando que todo va bien. Vayamos a la roca, donde está nuestra salvación. Y allí seremos felices todos, todos.
En este día de Adviento pensemos qué fundamento damos a nuestra vida, si la sólida roca o la arena vana, pidiendo al Señor la gracia de saber discernir.