"Dios actúa siempre en la simplicidad"

Lunes, 16 de marzo de 2020

Introducción

Seguimos rezando por los enfermos. Pienso en las familias, encerradas [en casa], los niños no van a la escuela, tal vez los padres no pueden salir; algunos estarán en cuarentena. Que el Señor les ayude a descubrir nuevos modos, nuevas expresiones de amor, de convivencia en esta nueva situación. Es una hermosa oportunidad para redescubrir los verdaderos afectos con creatividad en la familia. Oremos por la familia, para que las relaciones en la familia en este momento florezcan siempre para el bien.

Homilía

En los dos textos que la Liturgia nos hace meditar hoy (cf. 2R 5, 1-15; Lc 4, 24-30), hay una actitud que atrae la atención, una actitud humana, pero no de buen espíritu: la indignación. La gente de Nazaret comenzó a escuchar a Jesús, les gustaba como hablaba, pero entonces alguien dijo: "Pero, ¿este, en qué universidad ha estudiado? ¡Este es el hijo de María y José, este era carpintero! ¿Qué viene a decirnos?" Y el pueblo se indignó. Entraron en esta indignación (cf. Lc 4, 28). Y esta indignación los lleva a la violencia. Y a ese Jesús que admiraban al principio de la predicación lo arrojaron de la ciudad, y lo llevaron a la cima del monte para despeñarlo (cf. v. 29).

También Naamán –era un buen hombre este Naamán, abierto a la fe–, pero cuando el profeta le mandó uno a decirle que se bañara siete veces en el Jordán se indignó. Pero ¿por qué? «Yo me imaginaba que saldría en persona a verme y que, puesto en pie, invocaría al Señor, su Dios, y pasaría la mano sobre la parte enferma y me libraría de mi enfermedad. ¿Acaso los ríos de Damasco, el Abana y el Farfar, no valen más que todo el agua de Israel? ¿No podía yo bañarme en ellos y quedar limpio? Y dando media vuelta, se fue muy enojado» (2R 5, 11-12). Con indignación.

También en Nazaret había gente buena; pero ¿qué hay detrás de esta gente buena que los lleva a esta actitud de indignación? Y en Nazaret peor: la violencia. Tanto la gente de la sinagoga de Nazaret como Naamán pensaban que Dios sólo se manifestaba en lo extraordinario, en las cosas fuera de lo común; que Dios no podía actuar en las cosas ordinarias de la vida, en la simplicidad. Despreciaban lo simple. Se indignaban, despreciaban las cosas simples. Y nuestro Dios nos hace entender que Él actúa siempre en la sencillez: en la sencillez de la casa de Nazaret, en la sencillez del trabajo cotidiano, en la sencillez de la oración… Las cosas sencillas. En cambio, el espíritu mundano nos lleva hacia la vanidad, hacia las apariencias…

Y ambos terminan en la violencia: Naamán era muy educado, pero le cierra la puerta en la cara al profeta y se va. La violencia, un gesto de violencia. La gente de la sinagoga comenzó a calentarse, a enfurecerse, y tomó la decisión de matar a Jesús, pero inconscientemente, y lo echaron afuera para despeñarlo. La indignación es una fea tentación que lleva a la violencia.

Hace unos días me mostraron en un teléfono móvil imágenes de la puerta de un edificio que estaba en cuarentena. Había una persona, un joven, que quería salir. Y el guardia le dijo que no podía. Y él le dio un puñetazo, con indignación, con desprecio: "¿Quién eres tú, ‘negro’, para impedirme que me vaya?". La indignación es la actitud de los soberbios, pero de los soberbios con una fea pobreza de espíritu, los soberbios que viven sólo con la ilusión de ser más de lo que son. Es una "clase" espiritual, la gente que se indigna: de hecho, muchas veces estas personas necesitan estar indignadas, estar indignadas para sentirse persona.

También a nosotros nos puede suceder esto: "el escándalo farisaico", lo llaman los teólogos, escandalizarme de cosas que son la sencillez de Dios, la sencillez de los pobres, la sencillez de los cristianos, como diciendo: "Pero este no es Dios. No, no. Nuestro Dios es más culto, es más sabio, es más importante. Dios no puede actuar con esta sencillez". Y siempre la indignación te lleva a la violencia; tanto la violencia física como la violencia de las habladurías, que mata como la violencia física.

Pensemos en estos dos pasajes: la indignación de la gente en la sinagoga de Nazaret y la indignación de Naamán, porque no entendían la simplicidad de nuestro Dios.