"La enfermedad de la acedia y el agua que nos regenera"

Martes, 24 de marzo de 2020

Introducción a la Misa

Recibí la noticia de que en estos días han fallecido algunos médicos, sacerdotes, no sé si algunos enfermeros, se contagiaron y contrajeron el mal porque estaban sirviendo a los enfermos. Recemos por ellos, por sus familias, y agradezco a Dios el ejemplo de heroicidad que nos dan curando a los enfermos.

Homilía

La liturgia de hoy nos hace reflexionar sobre el agua, el agua como símbolo de salvación, porque es un medio de salvación, pero el agua también es un medio de destrucción: pensemos en el Diluvio… Pero en estas lecturas, el agua es para la salvación.

En la primera Lectura (cf. Ez 47, 1-9.12), es agua que lleva a la vida, que cura las aguas del mar, un agua nueva que cura. Y en el Evangelio (cf. Jn 5, 1-16), la piscina, esa piscina donde iban los enfermos, llena de agua, para curarse, porque se decía que de vez en cuando las aguas se movían, como si fuera un río, porque un ángel bajaba del cielo para moverlas, y el primero, o los primeros, que se arrojaban al agua, se curaban. Y muchos enfermos yacían allí: «una multitud de enfermos, ciegos, cojos y lisiados» (v. 3), esperando la curación, que el agua se moviese

Había un hombre que estaba enfermo desde hacía treinta y ocho años. Treinta y ocho años allí, esperando la curación. Hace pensar, ¿no? Es un poco demasiado… porque un hombre que quiere curarse se las arregla para tener a alguien que le ayude, se mueve, es un poco rápido, incluso un poco astuto… Pero éste, treinta y ocho años allí, hasta el punto de que no se sabe si está enfermo o muerto… «Jesús, al verlo tendido», y sabiendo la realidad, que estaba allí desde hacía mucho tiempo, «le preguntó: "¿Quieres curarte?"» (v. 6). Y la respuesta es interesante: no dice que sí, se lamenta. ¿De la enfermedad? No. «Respondió el enfermo: "Señor, no tengo a nadie que me sumerja en la piscina cuando el agua comienza a agitarse. Y en tanto que yo llego –estoy por tomar la decisión de ir– otro baja antes que yo"» (v. 7). Un hombre que siempre llega con retraso. Jesús le dice: «Levántate, toma tu camilla y anda» (v.8). «Y al instante quedó sano aquel hombre» (v. 9).

Nos hace pensar la actitud de este hombre. ¿Estaba enfermo? Sí, tal vez tenía alguna parálisis, pero parece que podía caminar un poco. Pero estaba enfermo en su corazón, estaba enfermo en su alma, estaba enfermo de pesimismo, estaba enfermo de tristeza, estaba enfermo de pereza. Esta es la enfermedad de este hombre: "Sí, quiero vivir, pero…", se quedaba allí. Y su respuesta no es: "¡Sí, quiero curarme!". No, es quejarse: "Los otros llegan antes, siempre los otros". La respuesta a la oferta de sanación de Jesús es una queja contra los demás. Y así, treinta y ocho años, lamentándose de los demás. Y no haciendo nada para sanar.

Era un sábado: hemos oído lo que hicieron los doctores de la Ley (vv. 10-13). Pero la clave es el encuentro con Jesús después. «Jesús lo encontró en el Templo y le dijo: "Mira, has sido curado; no vuelvas a pecar, no sea que te acaezca algo peor» (v. 14). El hombre estaba en pecado, pero no estaba allí porque había hecho uno grande, no: el pecado de sobrevivir y lamentarse de la vida de los demás; el pecado de la tristeza que es la semilla del diablo, de esa incapacidad de tomar una decisión sobre la propia vida, y mirar la vida de los demás para lamentarse. No para criticarlos: para lamentarse. "Ellos llegan antes, yo soy la víctima de esta vida": los lamentos, respiran lamentos estas personas.

Si hacemos una comparación con el ciego de nacimiento que escuchamos el domingo pasado (cf. Jn cap. 9): ¡con cuánta alegría, con cuánta decisión había acogido la sanación, y también con cuánta decisión fue a discutir con los doctores de la Ley! Este [el paralítico] solo fue e informó: "Sí, es aquel" (cf. Jn 9, 15). Punto. Sin compromiso con la vida… Me hace pensar en tantos de nosotros, en tantos cristianos que viven en este estado de pereza, incapaces de hacer nada, pero quejándose de todo. Y la pereza es un veneno, es una niebla que rodea el alma y no la hace vivir. Y también es una droga porque si la pruebas a menudo, te gusta. Y terminas siendo un "triste-adicto", un "perezoso-adicto"… Es como el aire que respiras. Y este es un pecado bastante habitual entre nosotros: tristeza, pereza, no quiero decir melancolía, pero se acerca.

Nos hará bien releer este capítulo 5 de Juan para ver cómo es esta enfermedad en la que podemos caer. El agua está para salvarnos. "Pero no puedo salvarme a mí mismo" – "¿Por qué?" – "Porque la culpa es de los demás". Y me quedo treinta y ocho años allí… Jesús me curó: pero no se ve la reacción de los demás que se curan, que toman la camilla y bailan, cantan, dan gracias, se lo dicen a todo el mundo. No: él sigue así. Los otros le dicen que no debe hacer así, y él dice: "Aquel que me curó me dijo que sí", y sigue. Y luego, en lugar de ir a Jesús, darle las gracias y todo, informa: "Fue aquel". Una vida gris, pero gris de este espíritu maligno que es pereza, tristeza, melancolía.

Pensemos en el agua, en esa agua que es un símbolo de nuestra fuerza, de nuestra vida, el agua que Jesús usó para regenerarnos, el bautismo. Y pensemos también en nosotros, si uno de nosotros está en el peligro de caer en esta pereza, en este pecado "neutral": el pecado del neutro es éste, ni blanco ni negro, no se sabe qué es. Y este es un pecado que el diablo puede usar para aniquilar nuestra vida espiritual y también nuestras vidas como personas. Que el Señor nos ayude a entender lo feo y lo malo que es este pecado.

Oración para recibir la Comunión espiritual

Hagamos la comunión espiritual:

Creo, Jesús mío, que estás realmente presente en el Santísimo Sacramento del altar. Te amo sobre todas las cosas y deseo recibirte en mi alma. Ya que no puedo recibirte sacramentalmente ahora, ven al menos espiritualmente a mi corazón. Y como si te hubiese recibido, me abrazo y me uno todo a ti. No permitas que jamás me aparte de ti.