Missa in Cœna Domini
Homilía del Papa Francisco en la Missa in Cœna Domini
La Eucaristía, el servicio, la unción. Son las realidades que hoy vivimos en esta celebración.
El Señor que quiere quedarse con nosotros en la Eucaristía, y nosotros nos convertimos siempre en sagrarios del Señor, llevamos al Señor con nosotros, hasta el punto que Él mismo nos dice que si no comemos su Cuerpo y no bebemos su Sangre no entraremos en el Reino de los Cielos (cfr. Jn 6, 53). Este misterio del pan y del vino: el Señor con nosotros, en nosotros, dentro de nosotros.
Servicio. Ese gesto que es condición para entrar en el Reino de los Cielos. Servir, sí, a todos. Porque el Señor, en ese intercambio de palabras que tuvo con Pedro (cfr. Jn 13, 6-9) le hace entender que, para entrar en el Reino de los Cielos, debemos dejar que el Señor nos sirva, que el Siervo de Dios sea siervo nuestro. ¡Esto es difícil de entender! Si no dejo que el Señor sea mi servidor, que el Señor me lave, me haga crecer, me perdone, no entraré en el Reino de los Cielos.
El sacerdocio. Hoy quisiera estar cerca de los sacerdotes, de todos los sacerdotes, desde el recién ordenado hasta el Papa: ¡todos somos sacerdotes… los obispos, todos! Estamos ungidos, ungidos por el Señor, ungidos para hacer la Eucaristía, ungidos para servir.
Hoy no hay Misa Crismal –espero que podamos tenerla antes de Pentecostés, porque si no, habrá que dejarla para el año que viene– , pero no puedo dejar pasar esta Misa sin recordar a los sacerdotes, sacerdotes que ofrecen la vida por el Señor, sacerdotes que son servidores. Estos días son muchos más de 60, aquí en Italia, para la atención de los enfermos en los hospitales, también con los médicos y las enfermeras… ¡Son los santos de la puerta de al lado! Sacerdotes que, sirviendo, han dado la vida. Pienso en los que están lejos. Hoy he recibido una carta de un sacerdote, capellán de una cárcel, lejos, y cuenta cómo vive esta Semana Santa con los detenidos… un franciscano. Sacerdotes que van lejos para llevar el Evangelio y mueren allí. Decía un obispo que lo primero que hacía cuando llegaba a esos sitios de misión era ir al cementerio a ver la tumba de los sacerdotes que se dejaron la vida allí, jóvenes, por las epidemias del lugar… no estaban preparados, no tenían los anticuerpos. Nadie sabe su nombre: los sacerdotes anónimos, los párrocos del campo, que aquí son párrocos de cuatro, cinco, siete aldeas de montaña, y van de una a la otra, que conocen a la gente… Una vez uno me decía que conocía el nombre de toda la gente de los pueblos. "¿De verdad?", le dije yo. Y él me dijo: "hasta el nombre de los perros". Lo saben todo. ¡La cercanía sacerdotal! ¡Bravo, buenos sacerdotes!
Hoy os llevo en mi corazón y os llevo al altar. Sacerdotes calumniados, que muchas veces –pasa hoy– no pueden salir a la calle porque les dicen cosas feas, en referencia al drama que hemos vivido con el descubrimiento de sacerdotes que han hecho cosas feas… Algunos me decían que no pueden salir de casa con el clergyman porque les insultan, pero ellos continúan… Sacerdotes pecadores que, junto a los obispos pecadores, al Papa pecador, no se olvidan de pedir perdón y aprenden a perdonar, porque saben que necesitan pedir perdón y perdonar: ¡todos somos pecadores! Sacerdotes que sufren alguna crisis, que no saben qué hacer, están en la oscuridad…
Hoy, todos vosotros, hermanos sacerdotes, estáis conmigo en el altar, vosotros consagrados. Solo os digo una cosa: ¡no seáis testarudos como Pedro! ¡Dejaos lavar los pies! El Señor es vuestro siervo, Él está cerca de vosotros para daros la fuerza, para lavaros los pies.
Y así, con esta conciencia de necesidad de ser lavados, sed grandes perdonadores, perdonad. Corazón grande de generosidad en el perdón. Es la medida con la que seremos medidos. Como tú hayas perdonado, así serás perdonado. Es la misma medida. ¡No tengáis miedo de perdonar! A veces nos vienen dudas… Mirad a Cristo: ahí está el perdón de todos. Sed valientes, incluso al arriesgaros a perdonar, a consolar… Y si no podéis dar un perdón sacramental en ese momento, al menos dar el consuelo de un hermano que acompaña y deja la puerta abierta, para que vuelva.
Agradezco a Dios la gracia del sacerdocio, y doy gracias a Dios por vosotros sacerdotes. ¡Jesús os quiere mucho! Solo pide que vosotros os dejéis lavar los pies.