"La relación con Dios es gratuita, es una relación de amistad"

Viernes, 15 de mayo de 2020

Introducción

Hoy es el Día Mundial de la Familia. Recemos por las familias, para que el Espíritu del Señor, el espíritu de amor, respeto y libertad crezca en las familias

Homilía

En el Libro de los Hechos de los Apóstoles vemos que en la Iglesia, al principio, había momentos de paz, lo dice muchas veces: la Iglesia crecía, en paz, y el Espíritu del Señor se difundía (cfr. Hch 9, 31); tiempos de paz. También había tiempos de persecución, comenzando por la persecución de Esteban (cfr. caps. Hch 6, 1-ss) y 7, luego Pablo el perseguidor, convertido, y a su vez perseguido... Tiempos de paz, tiempos de persecución, y también tiempos de turbación. Este es el tema de la primera Lectura de hoy: un tiempo de turbación (cfr. Hch 15, 22-31). «Habiendo sabido que algunos de entre nosotros -escriben los apóstoles a los cristianos procedentes del paganismo-, habiendo sabido que algunos de entre nosotros sin mandato nuestro, os han perturbado -perturbado- con sus palabras, trastornando vuestros ánimos» (cfr. v. Hch 15, 24).

¿Qué había pasado? Estos cristianos que procedían de entre los paganos habían creído en Jesucristo y había recibido el bautismo, y estaban felices: habían recibido el Espíritu Santo. Del paganismo al cristianismo, sin ninguna etapa intermedia. En cambio, estos que se llaman “los judaizantes”, afirmaban que esto no podía hacerse. Si uno era pagano, primero tenía que hacerse judío, un buen judío, y luego hacerse cristiano, para seguir la línea de la elección del pueblo de Dios. Y estos cristianos no entendían esto: “Pero bueno, ¿somos cristianos de segunda clase? ¿No se puede pasar del paganismo directamente al cristianismo? ¿Acaso la resurrección de Cristo no ha dado cumplimiento a la ley antigua y la ha llevado a una plenitud aún mayor?”. Estaban turbados y había muchas discusiones entre ellos. Y aquellos que querían esto eran personas que con argumentos pastorales, argumentos teológicos, incluso algunos morales, afirmaban que no: que había que dar ese paso. Y esto cuestionaba la libertad del Espíritu Santo, también la gratuidad de la resurrección de Cristo y de la gracia. Eran metódicos. Y también rígidos.

De estos, de sus maestros, de los doctores de la Ley, Jesús había dicho: “¡Ay de vosotros que recorréis cielo y mar para hacer un prosélito, y cuando ya lo es, los hacéis peor que antes! Lo hacéis hijo de la gehena”. Esto es más o menos lo que dice Jesús en el capítulo 23 de Mateo (cfr. v. Mt 23, 15). Esta gente que era “ideológica”, más que “dogmática”, era “ideológica”, habían reducido la Ley, el dogma a una ideología y “se debe hacer esto, y esto, y esto”: una religión de prescripciones, y con esto quitaban la libertad del Espíritu. Y la gente que los seguía era gente rígida, gente que no se sentía a gusto, no conocían la alegría del Evangelio. La perfección del camino para seguir a Jesús era la rigidez: “Hay que hacer, esto, esto, esto...”. Esta gente, estos doctores “manipulaban” las conciencias de los fieles y, o los volvían rígidos o se marchaban.

Por esta razón, me lo repito muchas veces y digo que la rigidez no es del buen Espíritu, porque pone en tela de juicio la gratuidad de la redención, la gratuidad de la resurrección de Cristo. Y esto es una cosa vieja: durante la historia de la Iglesia, esto se ha repetido. Pensemos en los pelagianos, en estos... estos rígidos, famosos. Y también en nuestros tiempos hemos visto algunas organizaciones apostólicas que parecían realmente bien organizadas, que trabajaban bien... pero todos rígidos, todos iguales entre sí, y luego supimos de la corrupción que había dentro, incluso en los fundadores.

Donde hay rigidez no está el Espíritu de Dios, porque el Espíritu de Dios es libertad. Y esta gente quería seguir los pasos eliminando la libertad del Espíritu de Dios y la gratuidad de la redención: “Para ser justificado, debes hacer esto, esto, esto, esto...”. La justificación es gratis. La muerte y resurrección de Cristo es gratuita. No se paga, no se compra: ¡es un don! Y estos no querían hacer esto.

El camino es hermoso [el modo de proceder]: los apóstoles se reúnen en este concilio y al final escriben una carta que dice: «Hemos decidido el Espíritu Santo y nosotros no imponeros más cargas que éstas indispensables» (Hch 15, 28), y ponen estas obligaciones más morales, de sentido común: no confundir el cristianismo con el paganismo, abstenerse de la carne ofrecida a los ídolos, etc. Y al final, estos cristianos que estaban turbados, reunidos en asamblea, recibieron la carta y «la leyeron y se llenaron de alegría al recibir aquel aliento» (Hch 15, 31). De la turbación a la alegría. El espíritu de rigidez te lleva siempre a la turbación: “¿Pero lo hice bien? ¿No lo hice bien?”. El escrúpulo. El espíritu de libertad evangélica te lleva a la alegría, porque esto es exactamente lo que hizo Jesús con su resurrección: ¡ha traído la alegría! La relación con Dios, la relación con Jesús no es una relación así, de “hacer cosas”: “Yo hago esto y Tú me das esto”. Una relación así, digo -que el Señor me perdone- comercial: ¡no! Es gratis, así como la relación de Jesús con los discípulos es gratis. «Vosotros sois mis amigos» (Jn 15, 14). “No os llamo siervos, os llamo amigos” (cfr. v. Jn 15, 15). «No me habéis elegido vosotros a mí; más bien os he elegido yo a vosotros» (v. Jn 15, 16): esta es la gratuidad.

Pidamos al Señor que nos ayude a discernir los frutos de la gratuidad del evangelio de los frutos de la rigidez no evangélica, y que nos libere de cualquier turbación de aquellos que ponen la fe, la vida de fe bajo las prescripciones casuísticas, las prescripciones que no tienen sentido. Me refiero a esas prescripciones que no tienen sentido, no a los Mandamientos. Pidámosle que nos libere de este espíritu de rigidez que te quita la libertad.

Oración para recibir la Comunión espiritual

Las personas que no pueden recibir la comunión hacen ahora la comunión espiritual.

A tus pies me postro, ¡oh Jesús mío!, y te ofrezco el arrepentimiento de mi corazón contrito, que se hunde en la nada, ante tu santa Presencia. Te adoro en el Sacramento de tu amor, la inefable Eucaristía, y deseo recibirte en la pobre morada que te ofrece mi alma. Esperando la dicha de la comunión sacramental, quiero poseerte en espíritu. Ven a mí, puesto que yo vengo a ti, ¡oh mi Jesús!, y que tu amor inflame todo mi ser en la vida y en la muerte. Creo en ti, espero en ti, te amo.