Antología de Textos

FRUTOS

l. Dios espera fruto de los hombres y, en bastantes ocasiones, no los encuentra. Sin embargo, el Señor concede gracia sobre gracia porque tiene confianza en cada uno de nosotros, en la capacidad de cada hambre, sea cual sea su pasado, para dar fruto desde el momento en que se abre a la gracia. No hay terrenos demasiado duros o baldíos para Dios.
Pero también el pedregal puede seguir siendo pedregal, y el camino terreno duro y baldío, y la tierra cubierta de espinos que sofocan la semilla de la gracia puede seguir con ellos (cfr. Lc 8, 1-8).
Sobre los frutos que el Señor viene a buscar en cada hombre y que a veces no encuentra, nos dejó el Señor esta parábola: Tenía un hombre plantada una higuera en su viña y vino en busca de frutos y no los halló. Dijo entonces al viñador: Van ya tres años que vengo en busca del fruto de esta higuera y no lo hallo; córtala; ¿por qué ha de ocupar la tierra en balde? Le respondió y dijo: Señor, déjala aún por este año que la cave y la abone, a ver si da fruto para el año que viene...; si no, la cortarás (Lc 13, 6-9).
En las viñas de Palestina se solían plantar también algunos árboles frutales. Un hombre tenía plantada una higuera en su viña. Puesta en el mejor sitio para que diera fruto, con los mejores cuidados, la higuera se negaba a dar fruto, año tras año.
Así pasa en la vida de los hombres. Dios nos ha colocado en la vida en el mejor sitio, donde podríamos rendir más, según nuestro talento y las demás condiciones personales: nos rodeado de los cuidados del más experto viñador.
Sin embargo, en ocasiones encuentra pocos frutos en nuestra vida e, incluso, los que encuentra son frutos amargos.
A pesar de todo, Dios sigue esperando buenas obras en este corto plazo que nos queda. No se cansa de esperar. Tiene fe en cada uno de nosotros. A cada falta de correspondencia, Él responde con cuidados más esmerados. Señor: déjala todavía este año. ¡Cuántas veces se habrá repetido esta escena con nosotros mismos!
Igual ocurrió con la oveja que -por su culpa- se perdió. Entre todo el rebaño fue la que más atenciones recibió del pastor bueno (cfr. Lc 15, 5-6). Ninguna del rebaño recibió tanto honor.

2. Sin una vida interior sólida, no se pueden dar los buenos frutos que Dios tiene derecho a esperar de nosotros. Porque no hay árbol bueno que dé fruto malo, ni tampoco árbol malo que dé fruto bueno, pues cada árbol se conoce por su fruto; y no se cogen higos de los espinos, ni de la zarza se vendimian racimos. El hombre bueno, del buen tesoro de su corazón saca cosas buenas, y el mulo saca cosas malas de su mal tesoro, pues de la abundancia del corazón habla la lengua (Lc 6, 43-45). Solamente el corazón es bueno cuando está unido a Dios, y solo entonces produce buenos frutos: Como el sarmiento no puede dar fruto de sí mismo si no permaneciere en la vid, tampoco vosotros daréis frutos si no permaneciereis unidos a mí. El que permanece en mí y yo en él, ese da mucho fruto, porque sin mí no podéis hacer nada (Jn 15, 4-6). En el trato personal con Jesucristo nos disponemos y aprendemos a ser eficaces, a comprender, a estar alegres, a querer de verdad a los demás, a ser buenos cristianos, en definitiva.

3. En todas las demás facetas de la vida cristiana ocurre lo mismo, porque "nadie da lo que no tiene". Solo del árbol bueno se pueden recoger buenos frutos. Y el árbol es bueno cuando corre por él savia buena. La savia del cristiano es la misma vida de Cristo; por eso no puede separarse de Él.
El cristiano, al hacer apostolado, ha de seguir aquella enseñanza de San Agustín: "Antes de permitir a la lengua que hable, el apóstol debe elevar a Dios su alma sedienta con el fin de dar lo que hubiere bebido y esparcir aquello de que la haya llenado" (Sobre la doctrina cristiana, 1, 4). De la abundancia del corazón habla la boca y, si en el corazón no está Dios, ¿cómo podrán hablar las palabras de Él? Si el corazón está vacío o es tibio, ¿de qué podrá hablar? Sin santidad personal, o no daremos frutos, o incluso haremos daño a los demás.

Citas de la Sagrada Escritura

Yo soy la vid y mi Padre el labrador. Todo sarmiento que en Mi no lleve fruto, lo cortará; y a todo aquel que diere fruto, lo podará para que dé todavía más fruto. Jn 15, 1-2
(Jesús) tuvo hambre; y viendo una higuera junto al camino se acercó a ella, y no hallando más que hojas, le dijo: nunca jamás nazca fruto de ti. Y la higuera quedó seca al instante. Mt 21, 18-19
Cada árbol por su fruto se conoce; no se cogen higos de los espinos, ni de las zarzas racimos de uvas. Lc 6, 43
Voy a cantar a mi amado el canto de mi amigo a su viña: Tenía mi amado un viña en un fértil recuesto. La cavo, la descontó y la plantó de vides selectas. Edificó en medio de ella una torre, e hizo en ella un lagar, esperando que le daria uvas, pero le dio agrazones. Ahora, pues, vecinos de Jerusalén y varones de Judá, juzgad entre mi y mi viña. ¿Qué más podía hacer yo por mi viña que no lo hiciera? ¿Cómo, esperando que diese uvas, dio agrazones? Is 5, 1-5
Y dijo esta parábola: Tenia uno plantada una higuera en su viña y vino en busca del fruto y no lo halló. Dijo entonces al viñador: van ya tres años que vengo en busca del fruto de esta higuera y no lo hallo; córtala; ¿por qué ha de ocupar la tierra en balde? Le respondió y dijo: Señor, déjala aún por este año que la cave y la abone, a ver si da fruto para el año que viene...; si no, la cortarás. Lc 13, 6-9
[...] Si el grano de trigo, después le echado en tierra, no muere, queda infecundo; pero si muere, produce mucho fruto. Jn 12, 24
[...] Has sido puesto en la balanza y hallado falto de peso Dn 5, 27
[...1 Otras (semillas) cayeron en tierra buena y, creciendo y desarrollándose, dieron fruto; unas produjeron treinta, otras sesenta, otras cien. Mc 4, 8
Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con disfraces de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis. Mt 7, 15-16
[...] Es semejante el reino de los cielos a uno que sembró en su campo buena semilla. Pero mientras su gente dormía, vino el enemigo y sembró cizaña entre el trigo y se fue. Cuando creció la hierba y dio su fruto, entonces apareció la cizaña. Mt 13, 24-26
Parábola del grano de mostaza: Mt 13, 31-32
Es semejante el reino de los cielos al fermento que una mujer toma y lo pone en tres medidas de harina hasta que todo fermenta. Mt 13, 33
Como el sarmiento no puede dar fruto si no está unido a la vid, tampoco vosotros si no permaneciereis en mi. Yo soy la vid. Vosotros los sarmientos. El que permanece en mi y yo en él, ése da mucho fruto, porque sin mi no podéis hacer nada. Jn 15, 4-5
En esto será glorificado mi Padre, en que deis mucho fruto, y así seréis discípulos míos. Jn 15, 8

Dios espera abundantes frutos de nuestra vida

2671 Aprovéchame el tiempo.-No te olvides de la higuera maldecida. Ya hacía algo: echar hojas. Como tú. No me digas que tienes excusas .-No le valió a la higuera –narra el Evangelista– no ser tiempo de higos, cuando el Señor los fue a buscar en ella.-Y estéril quedó para siempre (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Camino, 354).

2672 Quien da socorros temporales a los que tienen dones espirituales es cooperador también de estos dones espirituales (SAN GREGORIO MAGNO, Hom. 20 sobre los Evang.).

2673 Estas vírgenes no sólo eran necias porque descuidaron las obras de misericordia, sino también porque creyeron que encontrarían aceite en donde inútilmente lo buscaban. Nada más misericordioso que aquellas vírgenes prudentes que por su caridad fueron aprobadas; sin embargo, no accedieron a la petición de las necias. De aquí aprendemos que a nadie podrán servirle otras obras que no sean las propias (SAN JUAN CRISÓSTOMO, Hom. sobre S. Mateo, 79).

2674 Dicen las prudentes: No suceda que falte para nosotras y para vosotras, porque de nada sirve el testimonio ajeno en la presencia de Dios, que ve los secretos del corazón; y apenas a cada uno le basta el testimonio de su conciencia (SAN AGUSTÍN, Sermón 22).

2675 Las lámparas que llevan en las manos (las vírgenes prudentes) son las buenas obras (SAN AGUSTÍN, Sermón 22).

2676 El que tiene, pues, talento, procure no ser perro mudo; quien tiene abundancia de bienes, no descuide la caridad; el que experiencia de mundo, dirija a su prójimo; el que es elocuente, interceda ante el rico por el pobre; porque a cada uno se le contará como talento lo que hiciere, aunque haya sido por el más pequeño (SAN GREGORIO MAGNO, Hom. 9 sobre los Evang.).

2677 Asi como hay peligro de que los doctores oculten el talento del Señor, también los oyentes pueden incurrir en la misma falta cuando se les exijan los réditos de lo que se les enseñó (SAN GR£GORIO MAGNO, Hom. 9 sobre los Evang.).

Necesidad de la gracia para dar fruto

2678 No hacemos nuestro apostolado. En ese caso, ¿qué podríamos decir? Hacemos-porque Dios lo quiere, porque así nos lo ha mandado: id por todo el mundo y predicad el Evangelio (Mc 16, 15)-el apostolado de Cristo. Los errores son nuestros, los frutos, del Señor (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Amigos de Dios, 267).

2679 ¿Por qué el Señor da el nombre de agua a la gracia del Espíritu? Porque el agua es condición necesaria para la pervivencia de todas las cosas, porque el agua es el origen de las plantas y de los seres vivos... Y, del mismo modo que el árbol seco, al recibir el agua germina, así también el alma pecadora, al recibir del Espíritu Santo el don del arrepentimiento, produce frutos de santidad (SAN CIRILO DE JERUSALÉN, Catequesis 16, sobre el Espíritu Santo).

2680 El no necesitó de nosotros para salvarnos, nosotros sin él nada podemos hacer; él, a nosotros, sus sarmientos, se nos dio como vid; nosotros, separados de él, no podemos tener vida (SAN AGUSTÍN, Trat. Evang. S. Juan, 84).

Hay frutos que tardan en llegar

2681 Que se hagan ricos en buenas obras, dice el Apóstol. Que se hagan ricos en esto, que siembren en esto. De estas obras hablaba el mismo Apóstol, cuando decía: No nos cansemos de practicar el bien, que a su tiempo cosecharemos. Siembren: aún no ven lo que recogerán, pero que tengan fe y sigan sembrando. ¿Acaso el labrador al sembrar, ve ya recogida su mies? (SAN AGUSTÍN, Sermón 11, sobre las bienaventuranzas).

2681b La fe es un requisito imprescindible en el apostolado, que muchas veces se manifiesta en la constancia para hablar de Dios, aunque tarden en venir los frutos.
Si perseveramos, si insistimos bien convencidos de que el Señor lo quiere, también a tu alrededor, por todas partes, se apreciarán señales de una revolución cristiana: unos se entregarán, otros se tomarán en serio su vida interior, y otros -los más flojos- quedarán al menos alertados (SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Surco, n. 207).

Frutos para Dios

2682 Me veo precisado a deciros que temáis con mucho cuidado por las buenas obras que hacéis, no sea que por ellas busquéis algún favor o alguna gracia humana, no sea que se despierte en vosotros el deseo de alabanzas, y lo que manifestáis al exterior se quede interiormente vacío de retribución (SAN GREGORIO MAGNO, Hom. 12 sobre los Evang.).

2683 Lo que se hace por Dios, se ofrece a Dios y El lo recibe; lo que se hace por los hombres, se convierte en aire (SAN JUAN CRISÓSTOMO, en Catena Aurea, vol. 1, p. 338).

2684 Vosotros no veis ahora la importancia del bien que hacéis; tampoco el labriego, al sembrar, tiene delante las mieses; pero confía en la tierra. ¿Por qué no confías tú en Dios? Un día llegará el dueño de nuestra mies. Imagínate que nos hallamos ahora en las faenas de la labranza; mas labrarnos para recoger después, según aquello de la Escritura: Iban andando y lloraban, arrojando sus simientes; cuando vuelvan, volverán con regocijo, trayendo sus gavillas (Sal 125) (SAN AGUSTÍN, Sermón 102).

2685 Y vuestro fruto permanezca. Todo cuanto hacemos en este mundo apenas tiene duración hasta la muerte; y llegando ésta, arranca el fruto de nuestro trabajo. Pero cuando trabajamos de cara a la vida eterna, el fruto de nuestro trabajo permanece. Cuando se ha llegado al conocimiento de las cosas eternas, dejan de tener importancia los frutos temporales (SAN GREGORIO MAGNO, Hom. 27 sobre los Evang.).

2686 Como los árboles buenos no dan fruta venenosa aunque si verde y a veces agusanada, y en ocasiones se recubren de muérdago y musgo, los grandes santos nunca cometen pecado mortal, pero pueden producir obras inútiles, sin madurar, ásperas y mal sazonadas. Hay que confesar que esos árboles son fructíferos, pues de otro modo no serian buenos, y reconocer que algo de su fruta no es bueno, pues nadie afirmará que el muérdago y el musgo son fructuosos. ¿Quién entonces negará que los enfados breves y los pequeños excesos de alegría, de risa, de vanidad y otras pasioncillas semejantes son movimientos inútiles e ilegítimos? Sin embargo, el justo los tiene siete veces al día, es decir, muy a menudo (SAN FRANCISCO DE SALES, Trat. del amor a Dios, 10, 5).

2687 ¿No adviertes cómo los árboles sin frutos son vigorosos, bellos, esbeltos, graciosos y sublimes? Pero si nos fuera dado poseer un jardín, de seguro que preferiríamos ver en el granados y olivos cubiertos de frutos. Los árboles estériles están en el jardín para recreo, no para utilidad. Y, aunque en cierto sentido pueden ser útiles, su utilidad es mínima. Los que sólo se preocupan de sus intereses son como estos árboles (SAN JUAN CRISÓSTOMO, Hom. 20 sobre los Hchos, 3-4).