Antología de Textos

MAGNANIMIDAD

1. Santo Tomás define la virtud de la magnanimidad como la disposición del ánimo hacia las cosas grandes "extensio animi ad magna" (S.Th. II-II, q. 129, a. 1); y la llama "el ornato de todas las virtudes" (S.Th. II-II, q. 129, a. 4). Esta disposición de acometer grandes cosas por Dios y por los demás acompaña siempre a una vida santa.
2. Los santos han sido siempre hombres magnánimos hacia las empresas de apostolado y al juzgar y tratar a los demás, a quienes han visto como a hijos de Dios, capaces también de cosas grandes. "La magnanimidad implica una fuerte e inquebrantable esperanza, una confianza casi provocativa y la calma perfecta de un corazón sin miedo. No se deja rendir por la confusión cuando esta ronda el espíritu, ni se esclaviza ante nadie, y sobre todo no se doblega ante el destino: únicamente es siervo de Dios (cfr. 2-2, q. 129, a. 3 a 7)" (J. PIEPER, Las virtudes fundamentales, p. 278).
La magnanimidad llevará en ocasiones al gasto justo de grandes sumas y a realizar grandes trabajos para hacer el bien a los demás a través de importantes obras. En este caso, la magnanimidad da lugar a la virtud de la magnificencia.
3. Los vicios opuestos a la magnanimidad son la pusilanimidad o pequeñez de espíritu, vicio por el que no se intenta lo que está al alcance de nuestras fuerzas con la ayuda de la gracia, por excesivo temor al fracaso. También se manifiesta en una visión pobre de los demás y de lo que pueden llegar a ser con el auxilio divino. Por exceso se oponen la presunción que inclina a acometer empresas superiores a nuestras fuerzas (por ejemplo, buscar un cargo para el que no estamos capacitados); la ambición, que impulsa a procurarnos honores indebidos a nuestro estado y merecimientos; y la vanagloria, que busca fama, honor y gloria de modo desordenado, sin referencia alguna a Dios, para quien, en definitiva, debe ser toda la gloria.
A la magnanimidad se oponen también la mezquindad, que tiende a hacerlo todo "a escala pequeña y pobre", quedándose muy lejos de lo razonable y conveniente; y el despilfarro, que lleva a un gasto desproporcionado, más allá de lo prudente y virtuoso.
La magnanimidad y magnificencia se han de poner de manifiesto especialmente en las cosas que se refieren a Dios.
Muy relacionada con la magnanimidad está la audacia. Es propio de esta virtud enfrentarse a las dificultades con ánimo esforzado.

"Animarse a grandes cosas"

3445 Cuentan que un día salió al encuentro de Alejandro Magno un pordiosero, pidiendo una limosna. Alejandro se detuvo y mandó que le hicieran señor de cinco ciudades. El pobre, confuso y aturdido, exclamó: ¡yo no pedía tanto! Y Alejandro repuso: tú has pedido como quien eres; yo te doy como quien soy (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Es Cristo que pasa, 160).

3446 Quiere Su Majestad y es amigo de ánimas animosas, como vayan con humildad y ninguna confianza de si; y no he visto a ninguna de éstas que quede baja en este camino; ni ninguna alma cobarde, con amparo de humildad, que en muchos años adelante lo que estos otros en muy pocos. Espántame lo mucho que hace en este camino animarse a grandes cosas, aunque luego no tenga fuerzas el alma; da un vuelo y llega a muchos, aunque como avecita que tiene pelo malo, cansa y queda (SANTA TERESA, Vida, 13, 2).

3447 Quien tiene grandeza de alma, vea lo que viere, y ocurra lo que ocurra, no se aparta de la fe (SAN BEDA, en Catena Aurea, vol. VI, p. 265).

3448 Padecer necesidad es algo que puede sucederle a cualquiera; saber padecerla es propio de las almas grandes. E igualmente, ¿quién no puede andar en la abundancia? Pero saber abundar es propio de los que no se corrompen en la abundancia (SAN AGUSTÍN, Sobre el bien del matrimonio, 21).

3449 Existe un "orgullo" laudable que consiste en que el alma se haga magnánima, elevándose en la virtud. Tal elevación consiste en dominar las tristezas y en soportar las tribulaciones con noble fortaleza; también en el menosprecio de las cosas terrenas y en el aprecio de las del cielo. Esta grandeza de alma se diferencia de la arrogancia que nace del orgullo, como se diferencia la fortaleza de un cuerpo sano de la obesidad del que está hidrópico (SAN BASILIO, en Catena Aurea, vol. VI, p. 303).

3450 Magnanimidad: ánimo grande, alma amplia en la que caben muchos. Es la fuerza que nos dispone a salir de nosotros mismos, para prepararnos a emprender obras valiosas, en beneficio de todos. No anida la estrechez en el magnánimo; no media la cicatería, ni el cálculo egoísta, ni la trapisonda interesada. El magnánimo dedica sin reservas sus fuerzas a lo que vale la pena; por eso es capaz de entregarse él mismo. No se conforma con dar: se da. Y logra entender entonces la mayor muestra de magnanimidad: darse a Dios (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER. Amigos de Dios, 80).

3451 Tened unos para con otros un corazón grande, con mansedumbre, como lo tiene Dios para con vosotros (SAN IGNACIO DE ANTIOQUÍA, Carta a S. Policarpo de Esmirna, 5).

3452 Lo que necesita el cristiano, cuando es odiado por el mundo, no son palabras persuasivas, sino grandeza de alma (SAN IGNACIO DE ANTIOQUÍA, Carta a los Romanos, 3).

3453 Procurad entender en verdad que Dios no mira tantas menudencias como vosotras pensáis, y no dejéis encoger vuestra ánima y ánimo, que se podrán perder muchos bienes. La intención recta y la voluntad determinada de no ofender a Dios, como tengo dicho. No dejéis arrinconar vuestra alma, porque en lugar de procurar santidad sacará muchas imperfecciones que el demonio le pondrá por otras vías; no aprovechará tanto a si y a las otras como pudiera (SANTA TERESA, C. de perfección, 41, 8).

3454 Señor, ¿cuántas veces deberé perdonar a mi hermano? (Mt 18, 21). No encerró el Señor el perdón en un número determinado, sino que dio a entender que hay que perdonar con prontitud y siempre (SAN JUAN CRISÓSTOMO, Hom. sobre S. Mateo, 6).

3455 Que no se os haga pequeño el corazón con la impaciencia. (CASIANO, Colaciones, 16).

3456 Pararse en las pequeñeces del puesto, de la cortesía y del cumplimiento no es de almas grandes que tienen otras cosas en qué pensar, sino de gente desocupada. El que puede tener perlas no se carga con conchas, y el que busca la virtud no se afana por distinciones (SAN FRANCISCO DE SALES, Introd. a la vida devota, 3, 4).
Magnanimidad y audacia

3457 [...] y tener una santa osadía, que Dios ayuda a los fuertes y no hace acepción de personas (SANTA TERESA, C. de perfección, 16, 12).

3458 José de Arimatea y Nicodemus visitan a Jesús ocultamente a la hora normal y a la hora del triunfo. Pero son valientes declarando ante la autoridad su amor a Cristo –"audacter"– con audacia, a la hora de la cobardía. Aprende. (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER Camino, 841).

3459 Si es que teméis que os llegue a faltar el valor, dirigid vuestros ojos a la cruz donde murió Jesucristo y veréis cómo no os faltará aliento (SANTO CURA DE ARS, Sobre el respeto humano).

3460 ¡Oh grandeza de Dios! ¡Y cómo mostráis vuestro poder en dar osadía a una hormiga! ¡Y cómo, Señor mío, no queda por Vos el no hacer grandes obras los que os aman, sino por nuestra cobardía y pusilanimidad! Como nunca nos determinamos, sino llenos de mil temores y prudencias humanas, así, Dios mío, no obráis Vos vuestras maravillas y grandezas. ¿Quién más amigo de dar, si tuviese a quién, ni de recibir servicios a su costa? (SANTA TERESA, Fundaciones, 2, 7).

3461 No hagas caso.-Siempre los "prudentes" han llamado locuras a las obras de Dios. ¡Adelante, audacia! (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Camino, 479).

3462 Todo os es posible con la gracia de Dios. Acudid a El a buscar la voluntad y la fuerza para hacer aquello para lo que El os llama. Nunca abandona a quien le busca (CARD.J. H. NEWMAN, Sermón para el Domingo de Sexagésima: Llamadas de la gracia).

3463 Es inútil lamentarse de que los tiempos son malos. Como ya escribía San Pablo, hay que vencer el mal haciendo el bien (cfr. Rm 12, 21). El mundo estima y respeta la valentía de las ideas y la fuerza de la virtud. No tengáis miedo de rechazar palabras, gestos y actitudes no conformes con los ideales cristianos. Sed valientes para oponeros a todo lo que destruye vuestra inocencia o desflora la lozanía de vuestro amor a Cristo. (JUAN PABLO II, Aloc. 8-XI-1978).