ALOCUCIÓN

DEL PAPA BENEDICTO XVI

A LOS PARTICIPANTES EN LA REUNIÓN

DE LAS COMUNIONES CRISTIANAS MUNDIALES 

Viernes 27 de octubre de 2006

Queridos amigos: 

       "A vosotros gracia y paz de parte de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo" (Rm 1, 7). Con estas palabras, el apóstol san Pablo saludó a la primitiva comunidad cristiana de Roma, y con esta misma oración os doy hoy la bienvenida a la ciudad en la que san Pedro y san Pablo desempeñaron su ministerio y derramaron su sangre por Cristo.

Durante decenios, la Conferencia de secretarios de las Comuniones cristianas mundiales ha sido un foro para establecer contactos fructuosos entre las diversas comunidades eclesiales. Esto ha permitido a sus representantes construir la confianza recíproca necesaria para poner la riqueza de las diferentes tradiciones cristianas al servicio de nuestra llamada común al seguimiento de Cristo.

       Me alegra encontrarme hoy con todos vosotros y alentaros en vuestro trabajo. Cada paso hacia la unidad cristiana contribuye a proclamar el Evangelio, y es posible por la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que oró para que sus discípulos fueran uno "para que el mundo crea" (Jn 17, 21).

       Para todos nosotros resulta evidente que el mundo actual necesita una nueva evangelización, que los cristianos deben dar razón de la esperanza que hay en ellos (cf. 1P 3, 15). Sin embargo, lamentablemente los que profesamos que Jesucristo es el Señor estamos divididos y no siempre podemos dar un testimonio común coherente. Todos tenemos una gran responsabilidad en este sentido.

Desde esta perspectiva, me agrada ver que el tema de vuestra reunión, "Diversas maneras de ver la unidad cristiana" se centra en una cuestión ecuménica fundamental. Los diálogos teológicos entablados por muchas Comuniones cristianas mundiales se han caracterizado por el compromiso de superar lo que divide, buscando la unidad en Cristo que queremos alcanzar. Por muy difícil que sea el camino, no debemos perder de vista el objetivo final:  la plena comunión visible en Cristo y en la Iglesia.

Podríamos sentir la tentación del desaliento cuando el progreso es lento, pero lo que está en juego es demasiado como para volver atrás. Por el contrario, hay buenas razones para avanzar, como mi predecesor Juan Pablo II indicó en la encíclica Ut unum sint sobre el compromiso ecuménico de la Iglesia católica, en la que habla de una fraternidad redescubierta y de una mayor solidaridad al servicio de la humanidad (cf. n. 41 ss).

La Conferencia de secretarios de las Comuniones cristianas mundiales sigue afrontando importantes cuestiones sobre su identidad y su papel específico en el movimiento ecuménico. Oremos para que esta reflexión aporte ideas nuevas sobre la perenne cuestión ecuménica de la acogida de los resultados alcanzados (cf. ib., 80 s), y para que esto contribuya a fortalecer el testimonio común tan necesario hoy en día.

       El Apóstol nos asegura que "el Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza" (Rm 8, 26). Aunque todavía quedan muchos obstáculos por superar, creemos firmemente que el Espíritu Santo está siempre presente y nos conduce por la senda recta. Prosigamos nuestro camino con paciencia y determinación, ofreciendo todos nuestros esfuerzos a Dios "por Jesucristo:  ¡A él la gloria por los siglos de los siglos!" (Rm 16, 27).